El Rayo derrota al Nàstic en un partido que se activó en la segunda mitad. Manucho y Embarba ponen los goles en un duelo que Gazzaniga volvió a ganar desde la sombra.
Hay una máxima en el fútbol que dice que la idea de buscar el empate suele terminar en derrota. También existe otra que asegura que los porteros ganan partidos. Esta jornada el campo de fútbol de Vallekas corroboró ambas. Llegaba uno de esos partidos llamados a ser clave en el desenlace de la temporada, una gran final entre dos equipos en situación de riesgo. El Nàstic amenazaba la permanencia de un Rayo que venía de hacer en Alcorcón el peor partido en la etapa de Míchel.
Se anticipaba un partido igualado y tenso. Fútbol crudo, de barro y sudor. Y sin embargo, las previsiones erraron el diagnóstico: la primera parte del encuentro pudo ser la más aburrida de toda la campaña en Vallekas. Ni rastro del juego de control del Rayo, si acaso muy lejos de la portería, ni tampoco demasiado arrojo por parte de un Nàstic racanísimo cuyas pérdidas de tiempo constantes hacían pensar que el punto les servía ya como un tesoro.
Muy pronto se inauguraba el conteo de ocasiones con una culminación en semifallo de Embarba que se estrelló contra el lateral de la red. Era solo el segundo minuto de duelo y parecía que esperaba una tarde movida para los estadistas. Sin embargo, la presencia impertérrita del balón en el eje medular desnudaba la tensión y el miedo que los dos equipos tenían a mirarse en el espejo. Atenazados, con temblor de piernas, pendientes quizás del marcador y las diferentes posibilidades. Así transcurrió buena parte de la primera mitad, sin demasiado material para los narradores. Los de Míchel trataban de dominar la posesión, pero el control del balón resultaba inocuo y lleno de imprecisiones. Por su parte, los tarraconenses esperaban robar y salir rápido, pero no conseguían inquietar la meta rayista salvo en una flagrante falta de entendimiento entre la portería y la defensa que Gazzaniga sacó con el escudo. La primera ocasión realmente clara tuvo lugar en el minuto 32, cuando Embarba activó las hostilidades con un disparo que Reina sacó a contrapié en una parada de muchísimo mérito. Poco después, tras una serie de rechaces en el área, Fran Beltrán se sacó un derechazo que salió desviado por poco. El canterano volvió a ser el pulmón de los de Vallecas en su enésima lección de valentía, coraje y nobleza. Su ocasión fue el preludio del descanso, que llegó justo después de que Manucho enviase fuera un cabezazo en posición franca que hizo discutir a los centrales del equipo catalán.
Nuevamente, el descanso iba a cambiar el signo del encuentro a favor del Rayo. Los franjirrojos se han acostumbrado a alternar su juego de tal forma que el mismo equipo pueden parecer dos según el periodo del encuentro. Sin embargo, en todo este tiempo, los de la barriada nunca se han cansado de vivir en un alambre para el que Gazzaniga se ha convertido en la única red de seguridad. No se habían situado aún los hinchas en sus asientos cuando un cabezazo a la escuadra de Barreiro ya caía como un jarro de agua helada en la parroquia vallecana. Fue entonces cuando emergió, como siempre, en cada partido, cada semana, Paulo “Magneto” Gazzaniga para hacer valer su superpoder e imantar el balón hacia su manopla cuando se acurrucaba para abrazar la red. La intervención del arquero argentino es, sin duda, una de las más bellas estampas que se recuerdan en el estadio de Vallekas.
Y ganó el partido. Otra vez desde el silencio y el trabajo oscuro, Gazzaniga fue el héroe que sin capa consiguió volar. Su prodigioso movimiento liberó el contraataque que cambiaría el semblante del partido y de la grada, que pasó de asombrarse ante tal estirada a celebrar el gol de Manucho como se pasa de una jugada a la siguiente. El angoleño remachó bajo palos un doble remate de Dorado y Comesaña para darle aire al Rayo, que pareció desatarse y empezar a oxigenar su musculatura tras el gol. Tanto fue así que la siguiente jugada de peligro también acabó en gol y terminó matando el partido. Bordeando la hora de partido, Embarba recortó y se inventó un tiro raso cruzado que atravesó una maraña de piernas para colarse pegado al poste de Reina.
Con el encuentro ya aparentemente finiquitado, pero a falta de más de media hora por jugarse, el parte de guerra devolvía a un Nàstic desesperado que trataba de encajar los dos golpes recibidos y un Rayo que, ahora sí, se mostraba cómodo en la circulación rápida de balón. El segundo gol de los franjirrojos desactivó la idea de controlar la medular que pareció promover Merino con la introducción del mítico Achille Emaná. Por el contrario, Míchel buscó proteger su resultado con un mayor dominio de la zona intermedia y dio entrada a Jordi Gómez por un Ebert que no tenía su mejor noche. Siguió buscando su suerte el míster de los granas con la incorporación de Madinda y Juan Muñiz, pero finalmente el marcador le iba a pasar factura a un planteamiento tan conservador e insípido. No obstante, lo más cercano al gol que ofreció el Nàstic nació en las botas de sus tres cambios, con sendos disparos lejanos, un libre directo y un remate a bocajarro de Delgado que volvió a repeler Gazza.
Por su parte, al Rayo solo le quedó disfrutar de la fiesta de una hinchada que no paró de alentar y no perdió la oportunidad de rendirse otra vez al partidazo de Fran Beltrán, que entregó el relevo a Lass. Una cabalgada fantástica del guineano estuvo a punto de convertirse en el tercero, pero Baena puso más ganas que técnica y mandó arriba el esférico haciendo efectivo el mítico tagline de aquel anuncio de Pirelli. Ya saben, la potencia sin control no sirve de nada. Resulta admirable, eso sí, la entrega y el corazón con el que sale al campo el centrocampista de Torrox. Denme uno como él siempre en mi equipo. Es lo único que le pide la hinchada a sus jugadores: actitud. Tras la victoria, el Rayo duerme en décima posición, con 49 puntos, y alejando a seis las posiciones de descenso tras las derrotas de Nàstic y Elche. Parece que sí: la franja saldrá del túnel, aunque todavía es necesario no dejar de acelerar; seguir remando para alcanzar la orilla, atracar el barco y volver a cantar aquello de la vida pirata. Vallekas ya ve la luz.
Imagen: Iván Díaz