Partido nefasto de un Rayo que volvió a caer sin ofrecer apenas sensación de peligro. El Cádiz fue el dueño incontestable del encuentro. Los de Michel ya sienten el abismo en sus carnes.
Históricamente, Vallecas siempre ha sido un pueblo de payasos. Una ciudad humilde que ha tenido una relación muy estrecha, para bien, con el circo. Sin embargo, en Payaso Fofó hace tiempo que la función viene a ser más bien grotesca. Esta vez el circo itinerante de Presa, Yáñez y asociados hizo parada en Cádiz. Eso sí, tras haber ofrecido la primera función durante la mañana del sábado en la sala de prensa del Campo de fútbol de Vallecas. Otro esperpento más de una directiva que perfectamente podría haber escrito Valle-Inclán. Los asesinos de la Agrupación, los liquidadores de la ilusión de todo un barrio, de casi 93 años de historia.
La segunda y la tercera función llegaron en el terreno deportivo. Primero, con una convocatoria en la que sorprendió la ausencia aparentemente sin explicación de Aguirre y la inclusión de Miku, a quien muchos creían que no tendrían que volver a ver con la franja roja. Después, con la alineación y el planteamiento que se dispuso en el Carranza. Michel se volvió a estrellar –y es la tercera vez– con el doble pivote formado por Jordi Gómez y Trashorras. El primero, quizás, porque juega fuera de posición (siempre ha formado como mediapunta). El segundo porque, a estas alturas, ya está fuera de todo. También se volvió a enquistar con Embarba, pero su alineación y la disputa de los 90 minutos, semana sí y semana también, merecería una investigación periodística de carácter paranormal; y quien esto firma no se ve capacitado a estas alturas.
Así las cosas, el resultado fue el que tenía que ser. Una nueva derrota merecida. La primera parte del partido fue totalmente para el Cádiz, que salvo los primeros ocho minutos, dominó a su antojo todas las líneas. De la escuadra visitante, ni rastro. La ocasión marrada por Ebert en el primer minuto es el símbolo perfecto del gatillazo en el que vive el club de Vallekas. A partir de entonces, ocasiones de todos los colores para el equipo gaditano. Una nueva pérdida tonta de Amaya en la salida hizo que Nacho sacase sobre la línea un remate de Ortuño cuando solo transcurrían cinco minutos. La acción era el preludio de otra mucho más esperpéntica. Corría el minuto 24 cuando quedó un balón suelto entre la defensa y el arco. Gazzaniga salió para despejarlo en lo que Nacho cedió el balón al portero, que ya había abandonado su posición. No se consumó el gol porque el propio guardameta reculó como endiablado para salvar, otra vez, sobre la línea. Así existe el Rayo actual, sobre la cuerda, funambulesco. Y de ahora en adelante, sin red.
Marcó Álvaro en el minuto 35. Una buena combinación con Ortuño y un remate certero le sobraron para hacer gol con relativa facilidad. La defensa rayista reculaba completamente deslavazada y carente de contundencia. Pudo sentenciar el delantero cadista en la siguiente jugada, primero, y varios minutos después, aunque sus remates fueron repelidos, respectivamente, por Gazzaniga y por el poste. Con esos vientos terminaba otra primera parte para olvidar del equipo de Vallecas. Nada que destacar. Descanso, entreacto y la sensación de que la función solo podía ir a peor.
Y así fue, claro. Primero Michel dio una de cal (Miku) y otra de arena (Clavería). No esperó el técnico franjirrojo; los dos jugadores entraron desde el banquillo para dar sustitución a la medular formada por Jordi Gómez, impreciso todo el primer tiempo, y Trashorras, directamente desaparecido. Pero no ofrecieron síntomas de mejoría los vallecanos. Más de lo mismo. Unos siete u ocho primeros minutos de intenciones disueltos en los otros cuarenta. Tampoco ofrecieron mucha más intriga los de Álvaro Cervera, muy cómodos ante la inoperancia manifiesta de su rival. Solo Ortuño, de los más activos, lo intentó con un cabezazo desviado y un envío a las manos de Gazzaniga.
Por la parte rayista, como tantas otras veces, la nada. El vacío. Ni siquiera la voluntariedad de Manucho, que sustituyó a Javi Guerra, consiguió aportar luz a esa saudade que es, a día de hoy, el Rayo sobre el césped. Por destacar algo, Amaya remató sin peligro un saque de esquina al primer palo y Miku incursionó en el área rival, pero su pase de la muerte fue despejado por el ex rayista Alberto Cifuentes. El guardameta se marchó del campo ofreciendo consuelo a Amaya y Michel, antiguos compañeros en su etapa como rayista en aquella Segunda B a la que parece cada vez más abocada la entidad de Vallekas. El partido había muerto sin que el equipo visitante hubiese tirado entre los tres palos. Otra vez (y van…). Y así es imposible. Sin goles no pueden llegar victorias. Y sin victorias no hay paraíso. Ahora la moneda tiene dos caras: por un lado, los de Michel no pueden mirar más hacia abajo; por el otro, el calor de las llamas ya nos hace sudar mucho. Se apagan los focos, cae el telón… La lona de nuestro circo ya arde.
Jesús Villaverde Sánchez