El Rayo se deja los tres puntos en casa frente a un Nàstic de Tarragona (2-3) que dio la sensación de ganar cuándo y cómo quiso a los de Míchel.
Hay una máxima que no por mucho repetirla termina de calar como debiera: al fútbol gana el que más goles marca en la portería rival. De nada valen los merecimientos, el juego bonito o el nombre que se lleve en la espalda. Y ayer el Rayo dio la sensación de que se creía vencedor solo por ser el Rayo. Salió el equipo de Míchel con la única novedad de Abdoulaye Ba en el once, en el hueco que parecía destinado para Antonio Amaya tras su indulto. Y decimos salió porque hicieron aparición los once del equipo vallecano vestidos de corto y con todo el vestuario en regla, aunque de fútbol y ganas ni rastro.
Valdría (o no) la excusa que cada uno quiera ponerle. Que si la lluvia y el día nefasto, que si la vuelta al césped tras el parón, que si la dificultad para conectarse al partido. Pero lo cierto es que la abuela fuma para los dos equipos, la lluvia no cae solo en el terreno del Rayo y el Nàstic también volvía de vacaciones y no llevaba dos jornadas de rodaje más que los franjirrojos. Y con esas, marcó Maikel Mesa en la primera tentativa de peligro. Si a uno le ponen la alfombra roja, lo normal es que se digne a entrar hasta la cocina. Y que la ponga de barro hasta las cejas. Buen disparo del centrocampista, que batió a Alberto desde la frontal ante la pasividad de Baiano, Velázquez, Ba y hasta el acomodador del antiguo cine París, que igual pasaba por allí y tampoco hizo demasiado por evitar el tiro cruzado a placer.
Tocaba remar a contracorriente. Otra vez. Como casi cada semana. Y tocaba hacerlo con la misma intensidad que suele hacerlo el Rayo. Esto es tirando una de las dos partes del partido. Tan divertido estaba el encuentro que la siguiente jugada reseñable llegó en el minuto 22 y fue el empate. Embarba, a la postre el que más lo intentó, recortó y batió por bajo al guardameta del club tarraconense, que hasta entonces había controlado el balón a placer mientras el Rayo corría sin encontrar el tesoro. Cuatro minutos después, el meta del Nàstic se rehízo del resbalón en el primer tanto con una soberbia reacción a un disparo similar de Embarba. Y tan cómodo jugaba el equipo de Rodri que el 1-2 solo podía llegar desde la comodidad. Centró Muñiz sin oposición y remató Barreiro entre los dos centrales del Rayo. Incomprensible, pero cierto. Y es que hace tiempo que Vallekas se convirtió en caldo de cultivo para Cuarto Milenio.
El propio Muñiz cometió penalti en la siguiente jugada. El penalti llevaba el nombre de Óscar Trejo, el especialista, pero fue Raúl de Tomás quien ejecutó la pena máxima. Y el delantero rayista, quizás más preocupado de la pose que de la efectividad, lo envió fuera de manera incomprensible. El despropósito seguía entre Abdoulaye y Velázquez, que en un alarde de imaginación lanzaron sendas patadas al aire para dejar solo a Barreiro y mirar cómo perdonaba una vaselina que hubiese matado el encuentro antes del descanso.
A la reanudación, más de lo mismo. El Nàstic embarrando el encuentro para jugar lo menos posible (así de fácil le resultó ganar en Vallekas), el árbitro perdido bajo la lluvia y el Rayo intentando acertar en sus múltiples acometidas sobre el portal de Dimitrievski. Dos balones envió Trejo a la madera, en las dos oportunidades más claras, y prácticamente las únicas de peligro real, de la segunda parte. El Gimnàstic seguía empeñado en ganar el partido a través del otro fútbol, ese que impide que el balón permanezca mucho tiempo sobre el césped, cuando una de esas galopadas del Rayo en busca del área rival acabó, nuevamente, en penalti. No hubo aquí opción para Raúl de Tomás. Trejo se adueñó del balón y lo metió entre los tres palos con sencillez. Ay, si le hubiesen dejado tirar el primero… Pero la noche de Reyes iba a terminar con ese tono oscuro del carbón (o lo que quieran). La retaguardia franjirroja iba a aguar la ilusión de ganar dos encuentros seguidos en casa y dar un sonoro puñetazo en la mesa del ascenso. En cuanto empató el Rayo, el Nàstic envió un centro lateral que Barreiro remató desde la soledad del delantero centro. A la escuadra, con alevosía, con esa autoridad del que sabe que ha ganado el partido cuando y como ha querido. Sencillamente. Quizás sea esa la mejor lectura que se puede hacer del horrible partido que vio Vallekas. Los Reyes no existen: son el Rayo.
Texto: Jesús Villaverde Sánchez
Imagen: Iván Díaz