El Rayo volvió a caer ante el Espanyol (2-1) en el descuento. Partido para olvidar de los de Míchel, que pecaron de inexperiencia y pocos galones a la hora de competir con el marcador a favor.
Confieso que no sé cómo contaros este partido: resulta difícil escribir sobre el mismo partido una y otra y otra vez. Seguramente, cuando el Rayo haya descendido, en junio, por un escaso y estúpido punto, nos acordaremos de los puntos perdidos en los últimos minutos contra el Espanyol, el Villarreal, el Leganés, la Real Sociedad, en este caso hasta en dos ocasiones, o incluso el Barcelona. El Rayo de Míchel tiene, con perdón, ADN panoli.
Tras el absurdo varapalo frente al Leganés, made in Rayo Vallecano, llegaban los franjirrojos a Cornellà-El Prat con la posibilidad de salir del descenso en su mano. Si puntuaban, escapaban. Si no, en fin… ya saben.
Míchel alineó a Álvaro García en el lugar del sancionado Trejo. Se entiende que, consciente de la superioridad de su contrincante en la zona medular, buscaba la velocidad del extremo para sorprender en los hipotéticos contragolpes. El dibujo parecía pensado para parapetarse en la retaguardia, robar y salir a correr. Sin embargo, el Rayo comenzó dominando el balón sobre el césped y sorprendiendo al Espanyol de Rubí con un cabezazo a bocajarro de Raúl de Tomás que se entrelazaba en las manos de Diego López. Era el primer aviso de un conjunto vallecano que, a los nueve minutos, iba a disfrutar de una oportunidad de oro. Álex Moreno estrellaba un disparo seco en el poste izquierdo del meta espanyolista y, en la segunda jugada, Adrián Embarba, en fuera de juego, anotaba de tacón. No subió el tanto al marcador, pero sí el miedo en la parroquia local.
Quizás asustado por los dientes rayistas, el Espanyol despertó y comenzó a controlar el balón con relativa facilidad. El Rayo esperaba atrás. Daba la sensación de que el encuentro empezaba a vestirse como se le presuponía. De esta manera, el VAR anuló un tanto a Sergi Darder, en el minuto 19, por otro fuera de juego. Cuando mejor estaban los periquitos, el azar entró en juego. Quiso la mala fortuna que Piatti plantase mal en un salto y su rodilla bailase más de la cuenta. En su lugar entró el chino Wu Lei, pero el Espanyol acababa de sufrir un breve knock out psicológico que supo aprovechar el conjunto visitante. Primero, Embarba entró en el área y su centro fue palmeado por Diego López, que lo envió a los pies de Imbula. El mediocentro franjirrojo disparó, pero el balón rebotó en una espalda blanquiazul y salió a córner. En la siguiente acometida, el Rayo abrió el marcador. El servicio roscado de Adrián Embarba fue un regalo que bajó, plástico, hasta la cabeza de Abdoulaye Ba, que se había quedado descolgado y lo martilleó como un delantero centro al poste derecho y a la red del Espanyol. Se ponía por delante el Rayo gracias al primer gol del central senegalés en Primera División, y pudo ampliar su ventaja si el disparo lejano de Álvaro García no hubiese salido desviado en exceso.
La primera parte se dejaba ir sin dejar, apenas, detalles de relevancia. Solo Sergio García y Santi Comesaña le habían puesto algo de azúcar a la fría noche barcelonesa con dos caños de bellísima factura.
A la reanudación, como es costumbre, el partido se lavó la cara. El Espanyol, consciente de su posición y de lo que se jugaba, salió mucho más enchufado al césped. Los blanquiazules volcaron la portería y el Rayo se escondió, en exceso de cobardía, en su propio campo. Parecía complicado defender un 0-1 durante 45 minutos, pero los de Míchel parecían convencidos de ello. No obstante, pronto se vio que el resultado de un plan conservador solo puede ser la más inexpugnable de las derrotas. El Rayo no está hecho para encerrarse y así lo atestiguaban las grietas en una defensa incapaz de contener los envites y cerrar las líneas de pase. Solo habían transcurrido tres minutos de la reanudación cuando un latigazo de Darder hizo temblar a la afición rayista. Hasta la escuadra llegó Dimitrievski, profesional del salto base, para desviar el tremendo disparo del jugador perico y dejar a la hinchada con la G de gol en la comisura de los labios.
En el minuto 50, las piernas de Imbula, que andaban tocadas, no aguantaron más. Y quizás en ese momento el Rayo empezó a perder, desde el banquillo, el partido. El marcador, el tipo de partido, la necesidad de experiencia… todo pedía el debut de Mario Suárez con el Rayo, pero Míchel decidió introducir a un insulso Medrán, que salvo el gol en Valladolid todavía no ha comparecido con la elástica vallecana. Dos minutos después, Dimitrievski volvió a lucirse con una tremenda mano cambiada a la vaselina de Dídac y, a la salida del córner, el ariete Borja Iglesias peinaba al palo un servicio desde la esquina. En la segunda mitad, todo eran ataques del Espanyol. El Rayo ya había perdido la cara al partido por completo y solo esperaba que pasasen los minutos y, milagrosamente, el rival no acertase a empatar la contienda. Lo intentó Wu Lei, con una volea a la media vuelta que salió desviada; lo buscó Rosales mediante un libre directo que salió a la derecha del arco defendido por Dimitrievski y, al enésimo intento, lo consiguió Borja Iglesias con un penalti excelso a la escuadra izquierda. Lo había cometido Velázquez, que entró por detrás, al bulto, y se jugó la roja, y lo decretó el VAR.
El guion del final del encuentro ya lo hemos leído y visto en múltiples ocasiones. Tantas como el Rayo marca y se esconde en el área propia a ver pasar el tiempo. Cuando entró Mario Suárez, la dinámica ya era demasiado irreversible. Apenas le dio tiempo a enviar un pase entre líneas a Álex Moreno que no supo culminar con un centro letal. Fue la última ocasión en la que el Rayo merodeó el área de Diego López en la segunda mitad. Estaban los de Míchel a merced de los de Rubí, que anotaron el gol de la victoria en dos ocasiones. En la primera, el VAR invalidó por un justísimo fuera de juego el tanto de Darder, que conectó una volea, en absoluta soledad, en la frontal del área. Pero, en aras de la solidaridad y el pagafantismo, la defensa del Rayo le dejó rematar, de volea, otra vez, en la frontal del área, en la siguiente jugada. Y esta vez, claro, el centrocampista sí marcó. Un golazo, es cierto, pero no menos cierto que ante la pasividad sangrante de la línea defensiva rayista todo es un poquito más sencillo.
No dio tiempo ni siquiera a volver a poner el balón en juego. Como ante el Leganés, seis días antes. Otro punto que se le escapa al Rayo y que, probablemente, echará de menos. Una derrota merecidísima. Muerte por cobardía una semana antes de recibir al segundo clasificado en un partido de cero esperanzas para el conjunto de Vallekas. El Rayo de Míchel empieza a hacer honores al Día de la Marmota y al bueno de Robe Iniesta: salir, perder, el rollo de siempre.