Un solvente Rayo doblega a Las Palmas (2-0) con goles de Antoñín y Bebé en un partido serio en escala de grises.
Hay un verso de Mägo de Oz que sentencia que “no todo es blanco, negro, hay gris, todo depende del matiz”. Y es algo que hace mucha falta en un Rayo que muestra múltiples caras a lo largo de los partidos.
Cada encuentro de los franjirrojos es como si entrasen en una sala de espejos. De la experiencia sale un catálogo ingente de plasticidad rayista, un multiverso inabarcable e indescriptible. Desde el Rayo ramplón hasta ese otro que presiona la salida del balón rival para ajusticiarlo, todo un libro de retratos.
Volvía Pepe Mel a una de sus muchas casas y lo hacía como ese invitado que hace mucho que no pisa el felpudo: tímido, de medio lado. Lo aprovechó el conjunto anfitrión. Isi amenazaba la portería canaria con varios disparos lejanos, por lo general tímidos, salvo un potente lanzamiento desviado por Domínguez en una fantástica intervención para la galería. Álvaro también puso a prueba la resistencia de sus puños con otro trallazo lejano.
En la otra orilla, Las Palmas era como un circo al que se le acaba de volar la lona. Mel tenía que replantear el partido hasta en dos ocasiones antes de la media hora. Ni dos vueltas al reloj habían transcurrido cuando un fatal apoyo forzó tanto la rodilla de Cedrés que el delantero tuvo que ser retirado sin apenas haber hecho acto de presencia. De igual manera, Dani Castellanos tomó la dirección del banquillo a los veintidós minutos por otra molestia. Poco después, Alejandro Catena remataba sin fortuna, a las manos de Domínguez, un córner botado por Pozo. Envalentonado tras ver las orejas al lobo (por suerte, su rodilla salió ilesa y la parroquia vallecana cogió resuello), Óscar Valentín tentó a la suerte con un gran disparo que estuvo cerca de poner la cara de susto al arquero pío-pío.
Se debía de aburrir tanto Luca que, en una de las pocas apariciones isleñas por su zona, presentó su libro Mi herencia franco-argelina, un memorándum en forma de recorte a Jonathan que, sí o sí, tiene que tener que ver con los genes. Sangre congelada la del guardameta, que acumula solvencias y seriedad en cada uno de los minutos que disputa bajo las órdenes de Iraola.
El único que buscaba el gol sobre el césped era el conjunto local, que empezaba a volcar el terreno de juego hacia el área amarilla. Y el cántaro se rompió con una gran jugada combinativa entre Álvaro García e Isi, que ya armaba la pierna izquierda para fusilar cuando un defensa trastabilló la jugada. Por suerte para los franjirrojos, el balón quedó en pies del canchero, que lo empujaba plácidamente a la red. Antoñín sigue manteniendo su idilio con la portería y se reafirma como una pieza vertebral para los intereses rayistas, no solo por el gol, sino por todo lo que arrastra tras de sí su sombra.
El gol, como el video con la radio-star, mató el ritmo del partido. La escala de grises se equilibraba y el juego rayista empezaba a ser de control con el balón. No inquietaban demasiado los dominios canarios, pero apenas sufrían los pupilos de Iraola. Luca solo tuvo que intervenir en una ocasión, aunque, eso sí, su mano fue decisiva para el marcador final. Advíncula llevó el único amago de peligro con un disparo desviado… hasta que salió Bebé. El verso suelto, la anarquía hecha futbolista. El portugués es un agitador de masas. Salió, corrió, presionó y forzó el error rival para culminar el 2-0 con una definición perfecta que inutilizó la acción de Domínguez para finiquitar el partido.
No brilla, no refulge, tampoco resulta aterrador. El Rayo de Iraola comienza a sentirse cómodo allende los mares. En esa tierra difusa y desconocida del hic sunt dracoes. Como ese tono intermedio que matiza la escala de grises.
Imagen: Twitter oficial Rayo Vallecano