El Rayo consigue empatar (1-1) contra un Sporting que demostró ser mejor equipo y tener más oficio que los de Iraola. Sigue la mala racha lejos de Vallecas.
Lo bueno de las estadísticas es que se pueden romper. Lo malo, que pueden seguir vigentes por los siglos de los siglos. El Rayo Vallecano desperdició ayer una ocasión de oro para haber roto su maleficio íntimo con El Molinón. Más aun cuando el Sporting se quedó con diez tras la expulsión de Carmona, previo chivatazo del VAR. Pero no. Porque si habían sido cincuenta, por qué no iban a ser cincuenta y uno los años que pasasen sin que el conjunto franjirrojo vuelva de Gijón con la totalidad de los puntos en el casillero. Si juega como viene haciendo desde el inicio de temporada, el maleficio llegará a ser, no cabe duda, centenario.
De manera incomprensible, como de costumbre, Iraola se empeñó en Mario Suárez en la sala de máquinas en detrimento de un Óscar Valentín del que uno empieza a pensar que se haya portado realmente mal en clase y esté siendo castigado con el banquillo por el entrenador vasco. Resulta del todo inentendible su ausencia en la medular del Rayo cuando, hasta su primera suplencia, venía siendo el mejor centrocampista franjirrojo, muy por encima del resto.
El Sporting, tratando de hacer valer su condición de local y sabiéndose netamente superior a su rival, trató de imprimir dominio sobre el balón desde los primeros compases. Y lo consiguió con una insultante facilidad. Mientras tanto, el Rayo se diluía en una presión que ni forzaba ni ahogaba a los pupilos de Gallego y alternaba el control del partido del Sporting con pequeñas salidas rápidas al contragolpe. El centro del campo y el juego de pases estaba completamente desarbolado en el equipo visitante, en el que solo Trejo dejaba algunos detalles de querer intimar con el esférico, pese a una pérdida en zona prohibida que pudo costarle caro al plantel vallecano.
El encuentro se desarrollaba con muchas trabas. Las faltas constantes eran ejemplo de la agresividad bien entendida con la que las defensas habían afrontado el duelo. Sin embargo, la presión elevada, tanto en ritmo como en zona, obstaculizada el juego combinativo y desactivaba por completo las operaciones de ataque a ambos flancos. Apenas hubo ocasiones, salvo sendos disparos lejanos, en las porterías de Mariño y Dimitrievski durante los primeros cuarenta y cinco minutos.
La cosa cambió tras la pausa del sorbete. El Sporting, con fuerzas renovadas, reapareció con las ideas claras y la voluntad firme: antes de que se cumpliese la primera vuelta al crono, Djuka envió un lanzamiento durísimo que obligó a Dimitrievski a repeler de puños. Lo que vino después corroboró las sensaciones: los locales amasaron mucha más pelota ante un Rayo que parecía completamente incapaz de asomar la cabeza más allá del hoyo de su línea de tres cuartos. Entretanto, Aitor García dejó el detalle de calidad del encuentro con un regate en dos toques y un palmo que dejó a Velázquez con la invitación extendida en la mano. Quizás la jugada de Aitor fuese el único verso libre en un duelo excesivamente tosco y con no demasiado lustre.
Con los cambios, Iraola pareció buscar que su equipo empezase a construir jugadas desde una línea antes. Sólo así se puede leer la entrada de Santi Comesaña por un Trejo que estaba teniendo protagonismo entre líneas las escasas veces que podía acariciar el balón. La amarilla de Velázquez, además, seguro tendría su peso a la hora de dar entrada a Martín Pascual, que debutó con el técnico esta temporada. La noche era intensa, pero en cierto modo apacible. El Sporting se empeñaba en marcar, sin éxito, mientras los de Vallecas se desvivía por dejar sin validez alguna a los teóricos de la solidez defensiva del Rayo de Iraola. Cada aproximación gijonesa al área defendida por Dimitievski hacía temblar los cimientos de la arquitectura rayista. Hasta que Aitor García, que llevaba ochenta minutos sin parar de bregar sobre el césped, ganó una carrera en velocidad al recién entrado Martín para poner un balón envenenado al centro del área. Fran García, en un intento por despejar, terminó picando el anzuelo y batiendo a su propio compañero. De nada le había valido al Rayo que su rival se acabase de quedar con un hombre menos unas jugadas antes. La cara de tonto volvía a ser el vivo retrato del Rayo de la 20/21. Mucho más cuando el colegiado, asistido por el VAR, anuló dos goles, el primero a Catena por una mano clara, el segundo a Babin en propia por ser objeto de una falta absurda de un Comesaña que ya no es que no sume, sino que, en ocasiones, termina por restar. Es cierto que el agarrón a Babin es liviano y, en un fútbol normal y no este sucedáneo malvideoarbitrado, nunca se hubiese pitado. Pero también es cierto que la tendencia esta temporada es pitarlos (siendo el de Lenglet a Sergio Ramos, quizás, el más comentado por mediático) y que Santi, que no tenía chance de jugar el balón, no debió dar la opción de la duda al colegiado.
Los minutos finales fueron de asedio para un Rayo que, con superioridad numérica, buscó rascar algo positivo al pitido final. Iraola dio entrada a Pozo, para controlar el balón y el ritmo, y a Qasmi, que rindió a buen nivel en los minutos que jugó y demostró que debe estar sobre el césped siempre que esté disponible. El marroquí inició la jugada del empate con una deliciosa dejada de cabeza para que Andrés Martín remachase un precioso y preciso voleón de zurda a la escuadra de Mariño. Golazo. El Rayo empataba cuando todavía quedaban minutos por delante, pero el Sporting demostró que, además de futbolísticamente, también está varios peldaños por encima del conjunto franjirrojo en aquello que llaman oficio. Si en la jornada anterior el Rayo hubiese tenido la cuarta parte de lo que puso sobre la mesa el conjunto de Gallego, la UD Almería jamás habría volado de Vallecas con los tres puntos. Como tampoco lo hizo el Rayo de El Molinón, aun con el suspense del penalti inexistente que primero pitó el árbitro y después rectificó el VAR. El oficio, el temple, el saber jugar cada momento departido… pequeños detalles que lo cambian todo. Pequeñas cosas en las que radica la diferencia principal entre los aspirantes al ascenso, los reales, y aquellos equipos con muchas ínfulas que pronto empiezan a pintar a zona media baja de la tabla. Porque a esa parcela es a la que, si todo sigue igual, tendrá que terminar mirando el Rayo de Iraola. Y después de todo, el punto hasta sabe bien. Ya lo dijo un sabio: no hemos ganado, pero tampoco hemos perdido. La vida sigue igual.
Imagen: Twitter oficial Rayo Vallecano