Porque es bueno saber de donde venimos para saber donde estamos, aquella tarde de Eibar nunca debemos olvidarla.
En ocasiones el calendario se pone caprichoso y permite ciertas situaciones cuanto menos curiosas. En el caso del Rayo, ha ofrecido la oportunidad de regresar a Eibar y recibir al Real Madrid en menos de una semana. El pasado y el presente, la pesadilla y la aspiración, el fútbol modesto de verdad y el fútbol transatlántico de postura y postín. Ahora que el Madrid acaba de pasar por Vallekas, ahora que nuestro Rayo ha ofrecido su mejor versión, llegando a dominar el partido durante 70 minutos pese a la derrota, conviene echar la vista atrás y aprovechar esa oportunidad que nos ofreció el calendario.
Hace ya ocho años de aquella tarde en la que Ipurúa nos despertó bruscamente del sueño de volver al fútbol profesional. Ocho años desde aquel disparo al palo de Diego Torres en el que se esfumaron todas las esperanzas de la franja de volver al sitio donde merece estar. Ocho años desde aquellas lágrimas de Michel y de las imágenes de los aficionados consolando a los jugadores y viceversa. Incluso algunos aficionados del Eibar, recién ascendidos. Pocas veces se llora con el fútbol, pero esa fue, sin duda, una de las más amargas.
Desde que la visita a Ipurúa se convirtió en el siguiente partido del Rayo esta temporada no dejé de pensar en aquella tarde. Tal vez no dejé de pensar en ella durante estos ocho años, aunque el Rayo ascendió al año siguiente en otro final agónico contra el Zamora. La franja se volvió a enfrentar al Eibar en Segunda División; recuerdo un 4 a 1 en Vallekas con golazo de Pachón tanto como un 5 a 0 en Ipurúa, ambos en categoría de plata. Sin embargo, el partido del pasado viernes fue distinto; era la primera vez que el Rayo visitaba el estadio eibarrés y había sensación de partido grande, de espina clavada (aunque esa creo que la vamos a tener siempre con este estadio). A la vez, ambiente de fiesta, pues se ha creado con el Eibar una especie de hermanamiento de equipos modestos y con cierto sabor a fútbol de toda la vida. Había una reunión de amigos, una competición sana y deportiva entre dos equipos a los que las circunstancias han convertido casi en hermanos.
Curiosamente, tras la victoria y tras sacar la espina, venía a Vallekas el gran transatlántico. Ese equipo que no sabe lo que es sufrir porque hasta el alivio al sufrimiento lo compra. Ese fútbol que nada tiene que ver con el nuestro, que ni siquiera importa mucho (o nada) por aquí. Volvía el Real Madrid a Vallekas tras haber goleado por 9 a 1 al Granada el domingo. Nada que ver con nosotros, sí, pero el caso es que tras el pitido inicial, el Rayo pasó por encima a todo un Real Madrid, que sólo ganó el partido por los detalles individuales pero fue sometido al dominio inexpugnable del Rayo. Ni siquiera la afición tuvo, ni tiene, nada que ver ni con lo vivido en Eibar ni con lo que se respira en Vallekas cada domingo en que nos dejan. La ridiculez social merengue que “campea por España” se comenta sola y algunos de los cánticos de anoche en la grada visitante dejan en evidencia que de afición al fútbol en el barrio rico no deben entender demasiado.
¿Y por qué escribo del Rayo, del Eibar y del Real Madrid, entonces, si no tienen nada que ver? Pues porque, en el fondo, sí converge en la excusa que nos proporcionan sus partidos una temática común para el rayismo. La semana en la que nuestro equipo se ha enfrentado a los dos es perfecta para una cosa: no olvidar de dónde venimos, nuestra trayectoria hasta aquí. Porque es cierto que ahora nos lucen muy felices las franjas, pero hubo un tiempo en las que un barro espeso, crudo y raspón las apagaba cada domingo. Un periodo en el que las visitas a las Playas de Jandía o a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria eran el partido más difícil del año. Porque hubo un periodo en que el sufrimiento estaba reservado a jugarse la carta de la temporada en apenas dos eliminatorias de playoff. Pero eso solamente lo sabemos los que lo hemos visto, los que lo hemos sufrido; por ese motivo considero necesario transmitirlo a los nuevos rayistas, esos que han nacido, que se han abonado y han ido tomando cariño, amor al equipo. Para que nadie nunca se olvide de qué lugar venimos en tiempos en los que parece casi obligatorio soñar con metas mayores. No hemos aparecido en Primera así como así, el éxodo ha sido largo y crudo y el retorno ha estado lleno de obstáculos. Pero hasta los sinsabores en esta vida conducen a la alegría si se saben digerir. Y lo que pasó aquella tarde de junio de 2007 en Ipurúa, quizás el sinsabor más grande que recuerdo vivir pegado al Rayo, nos ha hecho más fuertes y, sobre todo, nos ha unido en camino de una única dirección. Equipo y afición, unidos por un sentimiento. Ya saben, lo que no te mata te hace más fuerte. Y ya sabemos también: nunca perdamos el Norte y nos olvidemos de quiénes somos y de dónde hemos venido. Hacerlo significaría traicionar nuestro pasado, nuestra identidad; la franja perdería su característico rojo “barrio”, su rojo “Vallekas”. El rojo de la pasión, del frenesí; el rojo del amor.
Jesús Villaverde
Foto: Twitter