Este Rayo Vallecano va a tener que pelear mucho por estar arriba en junio, la Segunda División es muy complicada y con el nombre no se ganan partidos.
Más que de méritos, el fútbol tiende a ser un deporte de acierto. De azar, incluso, algunas veces. Pero hasta la suerte, en gran parte, viene condicionada por la búsqueda que se lleva a cabo sobre ella. Así las cosas, el Rayo es tan merecedor de la racha de seis partidos sin perder, con tres victorias consecutivas inclusive, como de los cuatro partidos sin ganar que acumula en las cuatro últimas fechas. ¿Que por qué? Muy sencillo: aciertos y errores.
La aparente solidez con la que comenzaron la temporada los de Míchel parece haberse diluido en un impasse de duermevela en la que el centro del campo parece ser la única pieza engrasada (y no siempre). Mientras la delantera rayista se estrella una y otra vez contra el muro de sus propios anhelos, la defensa aún no se ha desvestido el disfraz de Halloween. A los atacantes de la franja se les estrecha la portería de manera incomprensible (echemos un vistazo, si no, a las ocasiones falladas frente a Sporting de Gijón, Albacete y Zaragoza) y el resultado es obvio: pérdida de puntos. Pero no solo ese mal adolece el Rayo. La línea defensiva ha recuperado su oculta vocación de gala benéfica (la alfombra roja que extendió a Pombo en el tercer gol maño el pasado sábado lo atestigua) con un resultado igual de evidente que el anterior: pérdida de puntos.
«En la categoría de plata ganan los equipos, jamás las individualidades»
En el afán de mirar el vaso medio lleno, uno puede pensar en una racha circunstancial. Al fin y al cabo, ni antes fuimos tan buenos ni ahora vamos a ser los peores. Pero lo cierto es que los últimos cuatro partidos dejan tantas buenas sensaciones, inocuas para el balance final, como malos tragos. Quizás el fútbol sea el deporte más opuesto a la denominada “meritocracia”. De nada vale merecer si no se llega a ejecutar.
Sin embargo, lo más preocupante, más allá de la cadena de resultados negativos (o al menos no del todo positivos) proviene de un pálpito. El de que, tal vez, aquel “plantillón” que se pronosticaba en verano no lo sea tanto. O el de que quizás nos creímos dueños y señores de la categoría demasiado pronto. Lo cierto es que ni lo uno ni lo otro. Si entendemos la plantilla como un conjunto de 25 nombres, la del Rayo parece quedarse algo corta. A día de hoy la realidad nos dice que el equipo vallecano no parece contar con más de trece o catorce jugadores en sus filas. El resto pululan por grada, entrenamientos, enfermería y listas de ausencias mientras niegan el sitio a otros que habrían podido ser activos importantes. Por lo tanto, descartamos el manoseado mantra del “plantillón” rayista. La otra idea se desarma con solo mirar la tabla clasificatoria y la correlación entre juego, sensaciones y duelos directos de nuestros supuestos rivales en la lucha.
«La línea defensiva ha recuperado su oculta vocación de gala benéfica «
No obstante, más allá de números, que al final son volátiles y fácilmente modelables, hay un vacío en el Rayo difícil de explicar. Tal vez sea el mal karma que arrastra la entidad, quién sabe. O quizás se trate solo, en efecto, de una dolencia temporal. Pero el buen arranque del club vallecano se ha diluido en un vaso de mediocridad en el que se percibe hasta cierta falta de empuje en comparación con esos primeros partidos. Por todos es sabido que en la Segunda División no suele triunfar el más guapo, si no el que más persiste y trabaja para ello, aunque eso signifique abandonar en determinados momentos las galas y el maquillaje. En resumidas cuentas, el dominio, la posesión y el control de la situación están fenomenal, pero tienen que venir acompañadas de frutos en otras parcelas más sordas. Y ahí es donde parece que empieza a fallar el Rayo de Míchel. En la categoría de plata ganan los equipos, jamás las individualidades; y como reconoció el propio entrenador franjirrojo, su escuadra empieza a abusar, en ocasiones, de las mismas. Asimismo, el fútbol de Segunda suele premiar más el trabajo y la intensidad que la calidad y las buenas intenciones. La cultura del sacrificio pesa más que el criterio de lo bello. Y ojo, que no significa esto que para lograr el éxito haya que renunciar a lo segundo en favor de lo primero, en absoluto, pero sí que es estrictamente necesario combinarlas. Y el Rayo no lo está haciendo en el último tramo de competición. Como muestra, un dato: mientras la franja cometió solo cuatro faltas ante el Zaragoza, el Huesca, líder y revelación de la temporada, acumuló hasta una veintena en su notable victoria a domicilio frente al Barcelona B (0-2). La sincronía entre intensidad y juego, trabajo y calidad, como garantía de éxito.
El mensaje es cada vez más claro: nunca fuimos ni seremos los Reyes de nada; para vencer, el Rayo Vallecano necesitará que todos, absolutamente TODOS los jugadores de su plantilla, vuelvan a ser working class heroes. Pura idiosincrasia.
Texto: Jesús Villaverde Sánchez
Imagen: Iván Díaz