Los fans de los westerns saben que, pase lo que pase, siempre gana el bueno. Por desgracia en el fútbol cada día es más difícil que el bueno acabe con el malo.
No cabe duda: el fútbol es la antítesis del cine. En todos los sentidos. Sus arquitecturas son antagónicas hasta el límite; sus desarrollos, de la misma forma, no pueden ser más opuestos el uno del otro. Y, generalmente, el resultado no admite ni siquiera la posibilidad de la comparación. El fútbol se podrá comparar con infinidad de cosas, pero nunca con el cine (lo que no quita que pueda asemejarse a alguna película en concreto).
Puede sonar raro, pero en el momento que decidamos darle una oportunidad a esta teoría, por estrambótica que nos parezca, concluiremos que, en el fondo, no tiene nada de descabellado. En el cine, sobre todo en el cine más cercano al arquetipo de lo clásico, la estructura siempre nos muestra un principio, una alteración del orden natural, una derrota del protagonista y, posteriormente, una nueva lucha que, por lo general, suele concluir con la victoria inexpugnable del héroe sobre el villano. De esta forma, podríamos decir que el cine (siempre tomando como norma una concepción clásica y general) permite la venganza del “bueno” (nosotros) sobre el “malo” (los otros), restableciendo así, tras la batalla final, un cierto equilibrio emocional. Esta concepción estructural es muy propia del cine en general, pero sobre todo nos puede remitir al western clásico, en el que el hombre que representa una cierta idea del bien, aquel con el que el espectador empatiza, a veces incluso de forma forzosa, gana la partida al malo, el que se sitúa en las antípodas del espectador que mira.
Pero el fútbol… El fútbol es otro rollo. Veámoslo con un ejemplo más práctico que teórico. ¿Qué rayista no pensó el otro día en la posibilidad de ganar al Madrid? Sobre todo cuando las cosas se pusieron tan bien con el 2-0 inicial y unos primeros minutos de ensueño de los de la franja roja, que literalmente bailó y pasó por encima de los blancos. Sin embargo, como el fútbol no deja mucho lugar a las venganzas (sobre todo si se la tiene que cobrar un pequeño sobre un grande), existía en Vallekas una cierta sensación –lógica, por otra parte– de que la empresa se antojaba casi como un imposible. Un giro de guion ilógico para lo que es la genética del fútbol. Muchos soñaban con alcanzar la permanencia cuasi-matemática con ese empujón que hubiera supuesto ganarle al Madrid. Casi todos los aficionados soñábamos con esa remotísima posibilidad. Sobre todo después de que el todopoderoso Real Madrid faltase al respeto a la franja en el partido de ida. Ya no por el 10-2, que hubiese estado muy bien si hubiese jugado con igualdad de condiciones (esto es: 11 contra 11), sino porque tras cada gol los jugadores corrían despavoridos a sacar el balón de las redes para seguir marcando y marcando ante un rival ya sobre la lona y con las fuerzas mermadas por, ¡oh, qué sorpresa!, dos rojas (una rigurosa y la otra, directamente, ridícula). Como si el boxeador se ensañase con su rival una vez que están contándole los diez segundos que conducen al KO. Como ese hombre tan “valiente” que, en una pelea, permanece al margen hasta que su amigo asesta un golpe que hace que el oponente caiga al suelo, y entonces le golpea. Muchos soñaban con devolver esa evidente falta de respeto a toda una institución, a toda una plantilla y, por extensión, a toda una afición, en forma de victoria sobre nuestro césped. Por no hablar de los continuos insultos de la afición madridista (o más bien, de parte de ella, no sería justo meter a todos en tan innoble saco), que el otro día llegaron también, aunque los “valientes” tuvieran que esperar callados hasta el minuto 85, no fuese a ser que se revirtiese la situación.
Pero nada de eso. Ya no haría falta repetirlo, pero no, el fútbol no es el cine. Es más, no tiene absolutamente nada que ver con él. Por desgracia. En el cine sí se puede competir, en cierto modo, con escasez de medios. Ahí están las películas que, sin demasiado presupuesto, consiguen hacerse un hueco entre los mastodontes de las mayors. El fútbol no lo permite, es otra historia, y la venganza de una entidad pequeña sobre la gigantesca máquina del euro es casi imposible. Los millones juegan. Y, ojo, que lo hacen bastante bien. Otro gallo hubiera cantado si la batalla del sábado hubiese sido recogida en un western o una película de cine clásico y no en el verde de un campo de fútbol. Sin embargo, la vida y el fútbol son, a menudo, demasiado injustos y tajantes con este tipo de posibilidades. Ahora, toca seguir remando para alcanzar la orilla de la permanencia. Y aunque no nos ha faltado al respeto, ni mucho menos, quién no sueña con poder sacar algo positivo de la salida al Calderón. Es lo que tenemos los pobres, a falta de billetes dorados, nos conformamos con soñar.
Jesús Villaverde