Carta abierta sobre el sentir personal de un hincha rayista.
Cuatro palabras. Como Agrupación Deportiva Rayo Vallecano. Íbamos, a, envejecer, juntos. A veces es tontería ponerse a buscar las palabras acordes a lo que sentimos cuando, previamente, las ha encontrado otro. En este caso, parafraseo la frase inicial de Feliz final, la última novela de Isaac Rosa, en la que cuenta una ruptura sentimental, para comenzar a escribir sobre la ruptura más dolorosa que he vivido en mi vida.
Un amor de casi treinta años (el pasado 20 de julio yo cumplía los 31 y, por primera vez en mi vida, a él lo notaba distanciado). Sin solución de continuidad, la relación estaba ya tan deteriorada que a todos nos parecía absurdo pelearla aunque esa lucha vaya aparejada a nuestro instinto de supervivencia.
No sé muy bien qué quiero escribir; si una carta abierta, una declaración de intenciones o un poema de amor roto. Ni idea. Solo sé que lo que mueve estas palabras es algo que se encuentra entre la desidia, el odio y el despecho. Porque, sí, querido Rayo, después de tantos años juntos, todo se ha venido abajo y parece no importarte tan siquiera.
Íbamos a envejecer juntos, pero ya, me temo, no lo haremos. No así. Aunque, en afán de buscar algún tipo de chispa, continuemos otro ratito juntos. Yo no puedo seguir viéndome contigo en estas circunstancias. No puedo hacer como si nada pasara. No puedo seguir escuchando tus burlas y comentarios jocosos, ni mucho menos esos menosprecios que tanto duelen. No puedo, principalmente porque te has portado fatal con los míos y eso no lo consiento. Para mí, nuestra relación se basaba en que podíamos compartir las tardes con mi padre (socio nº 68) y mi hermano (socio 678 con solo 26 años)… ¡si hasta te había presentado formalmente a mi hija (rayista 13498)! Pero con tus continuos desaires y tu tendencia al desplante los has echado o estás en ello. Y sin ellos, sin su ilusión por esa visita cada dos semanas, perdóname, lo nuestro ya no tiene sentido.
No puedo asegurar si esto será definitivo o no, pero sí que, aunque volvamos a caer en la nostalgia de tu abrazo, ya nada volverá a ser como antes. No habrá goles al sol, ni carantoñas en el descuento, que borre el daño que estás haciendo. Lo siento. Todo será como si tratáramos de prorrogar lo improrrogable. Como si en un intento desesperado de permanecer contigo, de resucitar los momentos buenos que hemos vivido juntos, volviésemos a estrellarnos contra el muro que nos separa ya definitivamente. A partir de hoy, todo es tiempo de descuento. Prolongación de la agonía. Como esas parejas que, conscientes de que se acerca el final definitivo, tratan de reencontrarse de manera poética con los mejores momentos de su pasado y alargar breve y efímeramente sus últimos días. Todo tiene su fin.
Buen viaje, Rayo, y feliz final.