Subecarros, híbridos y rayismo

17/12/2015
Subecarros, híbridos y rayismo

Esta es una historia de evolución personal que le sucedió a un «amigo», el cual pasó de compartir colores a solo haber hueco en su corazón para una franja y cuatro sílabas.

Anda revuelto el ambiente por la grada de Vallecas y, de manera recurrente, tengo la sensación de que existe un pulso entre nosotros mismos para ver quién es el más rayista, prestándonos a desdeñar a todo aquel que no cuente con una intachable hoja de servicio. Aprovechando que se acerca una nueva visita de la franja al Bernabéu, os voy a contar la historia de un amigo muy cercano, en la que seguro más de uno se verá reflejado.

Nací (perdón, quería decir que nació… mi amigo) en un hogar madridista, con abuelos madridistas, padres madridistas, incluso en un país y una época muy madridista. Lógicamente, y como no podía ser de otro modo, el niño salió madridista.

Pero hete aquí que este amigo tan cercano se crió en el barrio de Vallecas, casi a la sombra del Nuevo Estadio. Cada día bajaba y subía varias veces por la Avenida de la Albufera para ir al colegio en Nueva Numancia, y raro era el día que a la vuelta de la escuela no entraba al campo para ver el entrenamiento del genuino Matagigantes. Mirase a donde mirase, la franja lo ocupaba todo en su reducido entorno.

ADRV Real Madrid

 

Tras la insistencia del puñetero niño, y con el sacrificio impagable de sus padres, le sacaron el carné de socio de la ADRVcarnet ADRV (entonces no se llevaba eso de abonado) y domingo tras domingo iba al fútbol en aquellas animosas matinales vallecanas donde se repartían viandas sin mesura, se cortaban hogazas de pan con enormes navajas y corría el vino en  curtidas botas con su escudo de la ADRV (vamos, igual que en la actualidad). Era el orgullo del barrio, un recién ascendido a la división de honor, y fue entonces cuando me subí (perdón otra vez, se subió… mi amigo) al carro del rayismo, convirtiéndose desde ese momento en un verdadero subecarros.

Mi amigo vibraba emocionado con su «rayito» (esta cursiva, va tirada con muy mala leche), pero el domingo por la tarde tocaba estar con el oído puesto en la radio escuchando lo que hacía el equipo grande, el de verdad, el que nunca baja, el que gana títulos, el que todo el mundo quiere, el que te hace la vida más fácil. En resumidas cuentas, además de un subecarros, era un híbrido en toda regla.

Llegada la adolescencia salió de Vallecas, muy lejos de Vallecas, y se apartó de todo aquel entorno. Pasados los años mi amigo regresa a casa, retoma viejos hábitos y se da cuenta de que el veneno que la franja le inoculó de tan crío ahí seguía latente… y pasó lo que tenía que pasar.

Cumplió años (mi amigo, ya sabéis), cumplió temporadas y, tras tocar las estrellas del firmamento europeo, el equipo bajó a las mazmorras de la Segunda B. Entonces todo cambió. Ya no hay «rayito» que valga, el viento se llevó la paja y solo quedó el grano, ya nadie se acordaba de aquel equipito de barrio. Sin embargo, es justo en esos momentos cuando aprecias que has madurado, que evolucionas, que has sufrido una metamorfosis, que abandonas el capullo para convertirte en una hermosa mariposa libre de ataduras. Y un buen día, porque sí, te das cuenta de que eres rayista y solo rayista.

Placa

Moraleja:

No soy quien para dar consejos, ni mucho menos para juzgar a nadie. Pero si te ves aquí reflejado ¡evoluciona! Deja de ser un capullo y vuela.

José Luis Colilla Ramírez (@jlcolilla)

Rayista y solo rayista