El que prefiera mirar atrás está en su derecho, pero la realidad no va a cambiar
Estamos en Segunda. El que prefiera mirar atrás y pensar que seguimos en la máxima categoría está en todo su derecho, pero la realidad no va a cambiar por ello. Se escaparon puntos a lo largo de toda la temporada. A final de primera vuelta, ni siquiera eran legión los que pensaban que el Rayo podría llegar a final de temporada dependiendo de si mismo para salvar la categoría.
Anoeta supuso el golpe mortal, pero no fue la única estocada sufrida por este Rayo que ha naufragado en su quinta temporada en Primera. Una temporada en la que ha ocurrido de todo: lesiones, traumas, intromisiones, rumores… y, sobre todo, ocasiones perdidas.
Sin embargo, de poco sirve en este momento -doloroso, sí, mucho- reprochar a un entrenador morir con su idea, o morir simplemente. Ni jalear a unos jugadores por no dejarse el alma en el terreno de juego o fallar ese gol que ya había cantado medio estadio. En Vallecas no hay espacio para recriminaciones. Se prohíbe hasta tal punto la censura que está vetado criticar si no es para continuar mirando hacia adelante. Debe ser tan difícil para jugadores y entrenadores ajenos a Vallecas comprender la esencia del Rayo… Por suerte se cuenta con uno de los elementos estimulantes más eficaces del mundo: su afición. No falla. Es un sello que imprime rayismo a velocidad que el propio nombre indica. Toca, pasa y fulmina. Y no es una calcomanía de discoteca; no se borra, estés en Segunda o en Segunda B.
Tampoco sirve de nada dilucidar ahora si el máximo responsable es Jémez, Presa o Miñambres -el único que no ha aparecido en ningún medio de comunicación en las últimas semanas-. El juego del tuyo o mío que se ha vivido en los últimos días poco tiene de efectivo. El entrenador y el presidente se reunieron el pasado lunes, y lo harán de nuevo en breve. El tema: la continuación de Jémez. El problema: los condicionantes, de ambas partes.
La de ayer ante el Levante fue la octava victoria que la afición disfrutó en casa -también se ganó fuera, en Las Palmas-, pero no fue suficiente. Lo que sí fue contundente fue el empeño de los jugadores por permanecer unidos. La mayoría aún tienen contrato y muchos ayudarán al equipo a navegar por las aguas de Segunda. No obstante, ahora es tiempo de resetear. Reconocía Quini -uno de los que continuarán- a Matagigantes tras el partido que el final de Liga ha sido muy duro. «Han sido días jodidos, de dormir poco. Ahora toca desconectar y, cuando volvamos, devolver al equipo a la categoría que se merece», aseguró el cordobés.
Uno a uno desfilaron por goteo los jugadores del vestuario con la cara compungida y la mirada vidriosa. Antes, regaron el césped del vetusto estadio municipal de rabia, impotencia y frustración. Sorprende ver llorar a canteranos como Clavería o Joni Montiel, y también a veteranos de guerras similares como Cobeño o Amaya. El dolor une y unifica. No entiende de edades. Por algo son emociones.
Hemos descendido a Segunda. Nos hemos aferrado a una pequeña esperanza y se ha esfumado. También creíamos estar preparados para lo peor y hemos confirmado que para lo peor nunca se está lo suficientemente preparado. Pero, eh, recordad, no hay tiempo para sermones. Que hayamos despertado de un sueño no quiere decir que lo que vivamos ahora sea una pesadilla. Tiempo habrá de componer y recomponer el equipo. Mientras tanto, quedará la franja. Tatuada. Intacta. Perenne.