Vallecas asistió a la primera victoria de su equipo en el año 2017. Poco fútbol en el partido pero los tres puntos se quedan en casa.
La noche anterior, la primera película de Raúl Arévalo como director había conseguido ganar el Goya. Su nombre, Tarde para la ira, era visto por algunos como una suerte de anticipo de lo que podía ocurrir en Vallekas. Pero, para tristeza de los muchos buscadores de morbo fácil y excusas, la afición del Rayo volvió a dar una lección de protesta pacífica. Primero, en los aledaños del estadio, con una rueda de prensa. Después, en la grada, con una hinchada cada vez más unida en torno al “Presa, vete ya”. La tarde para la ira que esperaban muchos mutó en una tarde para la victoria.
Rubén Baraja se había plantado en el fin de semana con un all-in. Se puede decir que el entrenador vallisoletano puso el cargo encima de la mesa y se lo confío a sus jugadores. Y, viendo el resultado, debería mantenerlo, pese a las supuestas quejas de los pesos pesados del vestuario ante la negativa del míster a que entrasen al vestuario antes de comenzar el encuentro. Su órdago a grande cristalizó en la primera victoria del 2017 y, sin duda, en el partido más completo, competido y luchado por la franja en los últimos meses.
Y si en el cine hablamos de cómo Raúl Arévalo llegó y besó el santo, previa dirección de un soberbio film, en el partido podíamos hablar de Manucho en términos similares. El angoleño salió, presionó y el balón besó las mallas en el minuto 7. El remate fue precedido esta vez de una buena jugada de Diego Aguirre en la banda izquierda y su centro, en realidad, lo culminó Fran Vélez, que presionado por el angoleño introdujo la pelota en su portería en un mal despeje. No era la primera ocasión de peligro, ni siquiera la más clara, de los dos equipos, pero sí la que entró. El Almería había probado a Gazzaniga mediante un remate manso de Pozo a las manos, mientras que Jordi Gómez –muy buen debut en sus dos posiciones– había enviado una falta desde la frontal muy cerca de la escuadra izquierda de Casto. El jugador catalán demostró personalidad al pedir la falta y a punto estuvo de anotar uno de los goles más tempraneros de un debutante.
El partido se asemejaba a ese globo que va de lado a lado de la calle antes de empezar a desinflarse. Los dos equipos alternaban el dominio en la medular y trataban de conectar jugadas rápidas que se solían perder en los últimos pases o en disparos sin demasiado peligro. Mientras Raúl Baena y Borja Fernández (qué difícil resulta robarle un balón) gobernaban el centro del campo a base de trabajo, Álex Moreno no conseguía que la pelota se alojase de nuevo en las mallas al enviar un disparo que se fue alto por no demasiada distancia. De ahí al descanso, el protagonismo se dividió entre las protestas de un barrio unido en contra de Raúl Martín Presa y los balones muertos en el área. Ni los visitantes lograron introducir el suyo, que desfiló a pocos centímetros de varios rematadores, ni los franjirrojos hicieron lo propio en una jugada en la que Aguirre depositó una pelota envenenada a los pies de Santi Comesaña, que la estrelló contra Casto, haciendo buena su salida rápida para robarle huecos al atacante.
Por el otro lado, como decíamos, las protestas. Ya el gol había llegado en el preciso momento en que la afición empezaba a levantar una protesta en contra del fichaje de Roman Zozulya (ya conocen la historia). Pero el punto fuerte llegó en el minuto 13. Vallekas respondió a la convocatoria y la pañolada recordó a aquellas que supusieron el comienzo del fin de los Ruiz Mateos. Da la sensación de que podríamos estar asistiendo a los últimos días como presidente del empresario. Todo el entorno rayista suspira por ello. Lo demostró, otra vez, en el 24, cuando las bufandas (muchas de ellas las de la campaña “Presa, vete ya”) se levantaron y la hinchada volvió a enviar un mensaje unánime al palco. Así concluyó la primera mitad, en la que Rayo y Almería se habían medido las fuerzas con alternancia, aunque las ocasiones habían sido más claras en el área que defendían los andaluces.
Tras la reanudación, el partido parecía amodorrado. Los entrenadores daban paso a su segunda línea, pero ni los cambios conseguían activar el encuentro. Soriano introdujo la rapidez de Fidel, mientras que Baraja retiró a Santi Comesaña, trabajador aunque no demasiado acertado, puso en juego a la perla Fran Beltrán y adelantó a Jordi Gómez hasta la mediapunta. Se sucedían las ocasiones leves: un fallo de Manucho, que no atinó a contactar con el balón tras el fallo en defensa de Borja y una jugada pintoresca en la que Casto puso algo de picante al escapársele un control hacia su portería. Los primeros minutos pasaban sin pena ni gloria hasta que Manucho, voluntarioso hasta el exceso, cometió un penalti bastante claro sobre el recién entrado Fidel, que lo falló segundos después. Paulo Gazzaniga se hizo grande bajo los palos, repelió el lanzamiento y pareció lesionarse, aunque al final su hombro no sufrió mayores consecuencias.
Los siguientes minutos llevaron el sello de un Almería que, espoleado por el penal, se adueñó del balón. También el colegiado quiso dejar su impronta, para mal, al dejar continuar dos jugadas en las que el cuadro de Soriano atacaba con un jugador del Rayo lesionado en mitad de la jugada. Resulta incomprensible que el encargado de poner orden en el césped dejase continuar sendos ataques, más incluso cuando uno de los lesionados era el propio guardameta rayista. Y ante la incompetencia del árbitro en sus funciones, puso orden y echó el balón fuera –en un gran gesto, pues tenía opción de disparo– el mediocentro Borja Fernández, que a la postre se convertiría en el más destacado en el cuadro visitante.
El Pipo Baraja veía algo que no le convencía y, por eso, realizó otro cambio bastante acertado. Volvió a jugar Ernesto Galán, que ocupó el lateral derecho, mientras que su habitual, Quini, adelantó su campo de acción y se situó como extremo, donde se convertiría en uno de los más activos e incontenibles para la zaga almeriense. Mediaba ya el segundo tiempo cuando, tras nuevas protestas de la afición, la escuadra franjirroja recuperó el balón, el orden y las ganas de atacar de nuevo la portería de Casto. El resultado, un carrusel de ocasiones y un equipo que parecía dispuesto a terminar con el partido con la determinación que el Antonio de la Torre de Tarde para la ira termina con sus enemigos. Se vio sobre el terreno de juego otro Rayo Vallecano durante los noventa minutos. Los cambios de piezas habían cambiado la cara al equipo, al que, tras meses de apatía, se vio conectado y buscando ganar el partido. El reparto de tareas era una evidencia: el incansable Manucho presionaba y robaba, Quini galopaba y penetraba en el escudo andaluz y el resto remataba alternativamente sobre la puerta de los ayer amarillos. La ocasión más clara para aumentar el tanteo la tuvo Embarba, que envió un remate en posición centrada al fondo de Bukaneros. No fue la única; lo volvieron a intentar Álex Moreno, Baena y el propio Embarba, pero la pelota no quiso darles el gusto.
Lo bueno para los locales es que, a pesar de poner en liza a un jugador como Karim Yoda, el Almería parecía haber capitulado poco después de marrar la pena máxima y solo volvió a inquietara Gazzaniga en una jugada que la línea defensiva rayista mandó a córner tras protestar fuera de juego. Así, la entrada circunstancial de Cristaldo solo sirvió para brindar la ovación del público a un Diego Aguirre que se comienza a erigir como uno de los jugadores más relevantes sobre el pasto. El pitido final dejó la sensación de que es tiempo de cambios en la franja roja, tanto en la grada como sobre el campo de juego. El Pipo salió victorioso de su reto y, por fin, tras dos meses sin ganar, la vida pirata volvió a retumbar en el Campo de fútbol de Vallekas.
Texto: Jesús Villaverde Sánchez
Imagen: Irene Yustres