Hace no mucho le escuché a alguien decir que el nivel de desarrollo de un país es directamente proporcional al nivel de su periodismo más masivo. Y creo que algo de cierto hay. Basándonos en el nivel de esos mass media, parece evidente que España es un país tremendamente inmaduro. Medios que se aprovechan de titulares tramposos, donde no se contrastan las noticias y el debate está amañado gracias a un formato diseñado para que el periodista rottweiler pueda moverse en su terreno, un terreno donde no hay lugar para las reflexiones de más de 30 segundos ni para los matices.
Medios donde el tácito compromiso deontológico de facilitarle al lector/oyente/espectador el derecho a la información está escondido en el sótano dentro de una caja llena de polvo, porque los periodistas (o el lobby que hay detrás) han confundido la falta de ética con un derecho. Por si fuera poco, esos mismos periodistas (que no son meros informadores, sino influenciadores debido a la potencia de su altavoz mediático y no a su talento) han fabricado una especie de burbuja que los convierte en intocables por el mero hecho de ser periodistas.
El periodismo deportivo no es la excepción, claro. Y con el caso Zozulya el nivel mostrado ha sido propio de un estercolero. Centrándonos en este caso, resulta desolador que en pleno 2017 haya que aclarar algunas cosas que, pese a ser muy básicas, no todo el mundo tiene claras en este país de influenciadores sin escrúpulos e influenciados dóciles:
1) Los gustos son respetables. Pero ser nazi NO es una cuestión de gustos. No se puede equiparar ser nazi con tener afición por una música determinada, con preferir las lentejas antes que el cocido o con considerar que el verde es un color mucho más bonito que el marrón. Y es ahí donde entra la equidistancia sobreactuada de la gran mayoría de los periodistas, que obsesionados por parecer neutrales, acaban escribiendo barbaridades donde, por ejemplo, se equipara a nazis con personas que buscan el fin del hambre en el mundo. Barbaridades patrocinadas por la frase “Los extremos se tocan”, frase que está muy bien para una sesión de Coaching de ‘todo a 100’ o para el programa de Ana Rosa, pero que en el fondo lo único que denota es que te da pereza ir un poquito más allá de la superficie. Sí, es absurdo equiparar el antifascismo con el fascismo, al igual que es absurdo comparar machismo con feminismo, por poner otro ejemplo habitual (¿cuántas veces habremos oído esa imbecilidad de “ni machismo ni feminismo, yo quiero la igualdad”?)
2) No es necesario ver un debate político en la tele, participar en un Círculo de Podemos o pisar el Congreso de los Diputados para estar rodeados de política. Incluso el día a día de alguien que se dice apolítico está lleno de política. Parar el desahucio de una anciana del barrio es política. Luchar contra la homofobia es política. Llevar a tus jugadores a un comedor social del barrio es política. Y no vi a ninguno de esos periodistas que repiten por inercia aquello de “No hay que mezclar fútbol y política” indignarse cuando a través del fútbol el Rayo como institución se subió al carro de esas luchas (seguramente por puro marketing y no por altruísmo, pero qué esperar de Presa). Los mismos periodistas que repiten constantemente que los deportistas deben ser ejemplares para los niños (cosa que no comparto),le quitan importancia al hecho de ser NAZI. Curioso.
Detrás de un “no hay que mezclar política y fútbol” hay una subliminal politización, al igual que detrás de un “no soy ni de izquierdas ni de derechas” suele haber una persona claramente de derechas. También resulta llamativo comprobar que los periodistas desinformados que se han atrevido a afirmar sin pruebas que la afición del Rayo ha actuado de forma violenta, coactiva y amenazante, son los mismos que a día de hoy siguen repitiendo como loros (sin haber visto más de dos partidos y sin pisar Vallecas más allá de cuando venían los dos grandes) que el Rayo de Jémez jugaba de maravilla la temporada pasada. Por desgracia, ese periodismo tiene el poder suficiente para poder colar sutilmente entre la opinión pública ideas dañinas, absurdas y propias de ciencia ficción, como por ejemplo que los violentos vallecanos no descartaban colarse en el hipotético colegio del hijo de Zozulya para secuestrarlo y no dejarlo libre hasta que se aprendiera La Internacional Comunista.
Negarle un minuto de silencio a Iñigo Cabacas en los campos de España cuando ese homenaje se le ha otorgado hasta al primo segundo del vendedor de pipas de la grada, llamarle ‘Copa del Rey’ a una competición deportiva, indignarse por una pitada a un himno, que haya más banderas de España en los estadios cuando el rival es vasco o soltar la catetada ronceriana de que si hay independencia catalana el Barça no debería tener derecho a participar en la liga española, también es mezclar política y fútbol.
3) Resulta poco creíble pensar que Tebas haya adquirido de la noche a la mañana inquietudes sindicalistas y un repentino interés por la clase trabajadora. Comparar a un futbolista profesional que cobra una millonada con un currito es querer tomar a la gente por imbécil. No, Zozulya no es un pobre trabajador precario de larga duración al que no le dejan acceder al mercado laboral por tener más de 45 años. De hecho va a seguir cobrando. Al igual que los Héroes del Ascenso tampoco pasaron hambre, ni habrían resultado creíbles como personajes de una película de Ken Loach.
4) La hipocresía en este tipo de casos es tan descarada que ofende. Más allá de que en este caso no ha habido ningún gesto de violencia, por lo general me chirría bastante ver a los periodistas carroñeros fingiendo entristecerse cada vez que hay un hecho violento con ultras de protagonistas, cuando en el fondo esos mismos periodistas (expertos en caldear el ambiente antes de los partidos) en el fondo están deseando que haya algún incidente para así tener carnaza; no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que les conviene que algún ultra polaco borracho la lie en Madrid para poder grabarlo y emitirlo con el Cármina Burana de banda sonora. Sí, el periodismo deportivo español es experto en ejercer primero de pirómano y de supuesto bombero después.
Además, por lo visto, las cosas son muy complejas y hay que analizarlas a fondo cuando se trata de la realidad ucraniana. Pero para abordar asuntos que nos tocan más de cerca (creo que Alsasua pilla más cerca que Ucrania) sí que vale utilizar la brocha gorda del “Todo es ETA”. Obviamente no han faltado iluminados que han venido corriendo a tacharnos de hipócritas por no habernos opuesto en su momento al fichaje de Labaka. ¡Oh, qué sorpresa! Comparación absurda y fácil donde las haya, por cierto. Por cierto, no recuerdo haber escuchado a ningún periodista español llamarle “subnormales”, “violentos” y “mafiosos” a los aficionados del Hércules cuando impidieron el fichaje del portero vasco Zubikarai por quién era su PADRE.
La estrategia para blanquear a Zozulya ha sido lamentable. Uno de los máximos argumentos utilizados para afirmar que el rayismo estaba equivocado es que el propio futbolista negó ser nazi. ¿Qué esperaban? ¿Que Zozulya dijera “vale, señores, lo reconozco, soy nazi”? Intuyo que son de esas personas que para reconocer que existen los crímenes machistas necesitan que el asesino, en el momento de matar a su pareja, pronuncie la frase “te estoy matando porque eres mujer y yo soy machista”.
5) Es gracioso ver a un periodista indignado por las supuestas imposiciones de la afición rayista intentando imponernos a los rayistas cómo debemos gestionar nuestro amor por el fútbol y la franja. Para mi el Rayo es mucho más que los goles y me provoca orgullo que la afición sea capaz de paralizar de forma pacífica (así ha sido, muy a su pesar) un fichaje nazi. En mis emociones, al igual que en mi llanto, mando yo. ¿Quién es un periodista para decirnos qué debe significar el Rayo para nosotros?
Aunque ahora que lo pienso, a veces tal vez sea verdad eso de que los extremos se tocan. Sin ir más lejos, estos días el periodismo cutre carroñero y el periodismo más intelectual y jotdowner no sólo se han tocado y rozado, sino que se han abrazado efusivamente, con Tebas de celestino.
Texto: Joaquín Strummer
Ilustración: El Roto