Ha costado muchas jornadas, pero por fin ha llegado el momento de ver al Rayo Vallecano fuera del descenso. Mucho trabajo detrás y también una buena dosis de fe en el capitán de este barco.
A menudo un líder lo es más por lo que inspira en sus tropas que por las propias dotes de liderazgo. No sé si me explico. Es más fácil que un colectivo que le tiene fe a su líder triunfe por esa creencia en llevar a puerto un barco de forma conjunta, que por la brillantez (o no) de los postulados que el capitán maneje. En el fútbol lo hemos visto en innumerables ocasiones. Si por algo triunfa, allá donde va, Jurgen Klopp es por la fe ciega que le tienen los suyos. Si Simeone ha mantenido en la cumbre a su Atleti durante todos estos años, en parte, también tiene que ver con eso.
Ahora que lo vemos, por fin, fuera del descenso, queda la sensación de que el Rayo de Míchel es una cuestión de fe. De creencia ciega en un comandante y lucha común. Pocos daban un duro por el vallecano hace apenas dos meses. El 30 de noviembre se ganaba al Eibar en Vallecas (1-0) y se cosechaba una victoria balsámica que iba a suponer la chispa que cambiase la dinámica del equipo.
Pero ¿qué ha cambiado en Payaso Fofó en estos dos últimos meses para que el conjunto franjirrojo cambiase la cara de esta manera?
Lo primero y más evidente, aunque no por ello menos importante, tiene que ver con el manido cambio de sistema. Ahora parece obvio, pero este Rayo está hecho para atacar con dos carrileros largos y parapetarse con tres centrales fuertes. Ahí es donde están brillando el internacional peruano Advíncula, el antaño extremo Álex Moreno y, guardando sus espaldas, el trío formado por Jordi Amat, Emiliano Velázquez y Abdoulaye Ba. Sin embargo, pese a lo fácil que parece visto en perspectiva, para llegar hasta este punto, Míchel necesitaba tiempo. Tiempo y fe en su trabajo para recuperar para la causa a Ba y a Velázquez y para ensayar sin quemar esa modificación táctica. Si los dos centrales comprendían que su trabajo en la retaguardia era vital para las aspiraciones de su escuadra, habría mucho trabajo hecho. Para ello, el entrenador vallecano ha tenido que trabajar, casi más en la actitud que en las aptitudes, para que ambos dejasen a un lado el desquiciamiento al que parecían sometidos y ganasen luz sobre el resto. Era imprescindible que el método se impusiese a la locura. A la vista queda que la labor en la sombra del eterno capitán ha sido notable en este caso.
Lo mismo ocurre con la portería. Si hemos tardado tantas jornadas en ver a Dimitrievski defender el arco no ha sido por capricho. Míchel necesitaba tiempo para ver competir al meta macedonio sin lanzarle a los leones. Haberlo hecho de primeras, tal vez, hubiese condenado al ostracismo a un guardameta que, a ojos de todo el mundo queda, se ha ganado el hueco bajo palos con matrícula de honor.
«La virtud que ha llevado al Rayo a salir por primera vez del descenso no es otra que la paciencia».
Tiempo. Míchel hablaba de tiempo. El necesario para que Raúl de Tomás, puntal indiscutible en ataque, y a día de hoy uno de los delanteros más en forma de La Liga, le diese ese punto extra que no se cuantifica solo en goles. En estos últimos dos meses ha quedado patente que lo ha conseguido; el rendimiento del ariete no se mide solo en dianas (ya acumula nueve y cinco en los últimos cinco partidos), sino que el trabajo sordo que realiza en la presión y el desahogo del juego de ataque es sobresaliente y primordial para el lavado de cara del equipo.
Míchel tuvo días tristes, claro. Incluso noches en las que pensó que su siguiente partido sería el último en que dirigiese al equipo de su vida. Como todos los rayistas que veíamos naufragar su proyecto con vidrio en los ojos, Míchel también temía, aunque pública y privadamente siempre expresó que lo que realmente lo que le dolía era ver a la afición jodida (palabras textuales). Pero si algo hay que agradecerle es que jamás haya perdido la fe en sus jugadores y en el trabajo que venían realizando. Él sabía que la base de la recuperación era armar un equipo, que las individualidades, que son exquisitas, se diesen cuenta de que forman un colectivo. Y que el colectivo es el que termina por vencer y resistir. Con algunos lo ha conseguido, ahí tenemos los ejemplos de Embarba, Imbula (que aunque sigue pecando un poco de lo mismo que hace meses, ha mejorado bastante su toma de decisiones) o Trejo, entre otros. Con otros no ha podido, quedando la espina de Kakuta clavada en el corazón de la parroquia rayista. Es evidente que, al final, no puede mandar en aquellas cabezas que no quieren creer.
La virtud que ha llevado al Rayo a salir por primera vez del descenso no es otra que la paciencia. La tranquilidad que se ha tenido a la hora de “crear” un mediocentro de garantías en la figura de Santi Comesaña tras la lesión de Gorka Elustondo. Quizás este sea el logro más significativo de Míchel: una invención de autor. La fe con la que el gallego sale a jugar en una posición que no es la suya y en la que se ha convertido en uno de los pilares que sostienen la medular es un claro ejemplo de ese compromiso con el líder y las huestes.
Todo ello y más son muestras de que la labor del entrenador vallecano ha sido, en muchos casos, más psicológica que deportiva. Porque al fútbol, casi siempre, se juega antes con la mente que con los pies. Por suerte, a Míchel se le ha permitido ese trabajo y ese tiempo que solicitaba cuando peores dadas venían. Se le ha tenido, desde el club, la misma fe que se le tenía desde parte de la grada. “Nos sacó de Segunda, del Rayo hasta la tumba. Míchel, contigo siempre”, cantaban los Bukaneros cuando parecía que el 8 iba a finalizar pronto sus días como entrenador rayista. Así las cosas, visto desde la distancia, hay que otorgarle un papel importante, en este caso, a Raúl Martín Presa. Al César lo que es suyo. Porque, si algo tiene el fútbol es ausencia de memoria y sensibilidad, pero el presidente del Rayo, ya sea por cuestión de fe o de bolsillo, ha permitido a su entrenador todo ese tiempo que precisaba para recuperar al equipo y le ha profesado esa fe que muchos ya habían perdido en su trabajo. Un acierto, dado el fútbol cainita al que vivimos acostumbrados.
No sabemos si el Rayo se salvará a final de temporada o volverá a la Segunda División, pero si algo ha quedado claro es que Míchel está preparado para dirigir al equipo al menos hasta junio. Después ya se verá; hablar de destinos a estas alturas es especular y jugar a la ficción. Por lo pronto, tenemos que agradecer la suerte de contar con Míchel a los mandos. Nadie mejor que él, un hombre que preguntado en la radio por su posible futuro en un equipo de más lustre, no dudó en decirle a Raúl Granado que “yo ya estoy en un equipo grande”. Míchel, contigo siempre. Una cuestión de fe.