En el Rayo Vallecano no estamos sobrados de futuros rayistas y con actos como este, lejos de hacer cantera, solo podemos hacer que no quieran ir nuestros pequeños al fútbol. Un poquito de sensatez no estaría de más.
Todo aquel que me sigue en redes sociales sabe que subo habitualmente a los partidos del Rayo Femenino acompañado de mi hija. Lo hago desde hace muchos años, en primer lugar porque ella ha elegido no ir al Estadio de Vallecas porque se aburre (no la culpo) y en segundo lugar porque es el ambiente más parecido que puedo encontrar hoy en día en el fútbol, a aquel que conocí cuando yo era un chinorris. Ese fútbol de las 12 de la mañana, de bota de vino y de bocadillos compartidos entre peñistas, aficionados y todo aquel que por allí se dejara caer. Un fútbol en el que los más pequeños flipábamos al ver desde las oxidadas vallas del Estadio de Vallecas a nuestros ídolos, alguno incluso se giraba y te sonreía o te hablaba cuando se dirigía a aquellos banquillos de la Avenida de la Albufera (sí, hubo una época en la que los banquillos no estaban en Arroyo del Olivar). En esos años si nos hubiesen hablado de hacernos un selfie nos hubiese sonado a trastada sin permiso de nuestros padres y cuyo final desembocaría en collejón, seguro.
Todo esto viene a cuento porque ayer volví a acudir a la Ciudad Deportiva a presenciar un partido del Rayo Femenino junto a mi hija. Allí en la entrada estaba la incombustible Lola, con la vena del cuello más hinchada que la de un cantaor de flamenco y en mitad de un sofoco importante. Automáticamente, eso te hace pensar que el Rayo Vallecano ha vuelto a hacer alguna de las suyas.
Junto a Lola se encontraba una pareja y una cría de tres año en brazos de su madre y con evidente cara de tristeza. Entre Lola y la pareja me cuentan que han sido expulsado de las instalaciones, algo que desde que se inauguró la Ciudad Deportiva no he presenciado nunca y no son pocas las horas que echo allí habitualmente. Me dicen que ha sido el responsable de seguridad del Rayo Vallecano que había allí en ese momento, es el que les ha echado de allí.
Todo comenzó entre semana cuando Marta Perarnau, jugadora del Rayo Femenino, les dijo a esta pareja que llevaran a su niña el sábado para que saliera con el equipo y se hiciera la foto con el once antes de comenzar el partido. Algo que ha hecho mi hija en más de una ocasión y que les hace ilusión brutal. Marta les dijo que estuvieran un rato antes del inicio del partido en la pasarela de acceso a los vestuarios para que la niña saliera con ellas. Eso hicieron los padres aproximadamente unos 20 o 25 minutos antes de comenzar, hasta que llegó el responsable de seguridad y les dijo que allí no podían estar y que se fueran. Intentaron en vano explicarle que habían quedado con Marta en eso, a lo que este señor les respondía que llamaran a la propia Marta para que fuera a por la niña (imaginen a Marta en el calentamiento con la riñonera y el móvil al más puro estilo Tejero en Días de Fútbol). La discusión fue subiendo de tono y según el responsable de seguridad, el padre de la cría le insultó y su respuesta fue expulsarles de la instalación bajo amenaza de multa de 3.000 euros.
Toda esta situación se vive con el consiguiente berrinche de la niña, que minutos después aún duraba. Este rifi rafe no lo presencié y no puedo decir si hubo o no hubo insultos o qué insultos hubo, pero lo que es cierto es que hay una situación muy desagradable en la que personas adultas en lugar de buscar una solución por el bien de la niña, acaban como el rosario de la Aurora.
Al enterarme de esto, accedo a la instalación y habló con el responsable de seguridad, el cual seguía con sus actitud muy poco dialogante, hablando de amenazas e insultos por parte del padre de la niña. Le pedimos tanto Lola como yo que dejen acceder a la pareja y que la cría pueda hacerse esa foto con las jugadoras y la respuesta es aún más surrealista que la propia solución. Nos dice que él no se niega a que la niña entre y se haga la foto, pero que los padres no van a entrar porque están expulsados. A la mediación se une la propia Alicia, capitana del Rayo Femenino, pidiendo a este señor que recapacite y que permita el acceso a esa familia, que ella se hace cargo de la niña mientras los padres se van al campo cuatro. La actitud con Alicia no fue mucho más amable que con la pareja, intentando mostrar una autoridad y unos modales que distan mucho de los que debería tener con otra empleada del club. El colmo de la ridiculez la alcanzó este señor cuando Alicia le pedía que no fuera cabezón y dejara entrar a esa familia, respondiendo que le estaba insultando ella también llamándolo cabezón. Conozco bastante bien a Ali y juro que ni en la peor de las derrotas o en el peor de los arbitrajes la he visto tan cabreada.
En varias ocasiones le pedí que llamara a su jefe y que intentáramos que él fuera el que resolviera esa desagradable situación y fuésemos los adultos los que solucionáramos algo tan infantil. Su respuesta fue en la misma línea, diciéndome que no tenía que llamar a nadie, algo que sí hice yo minutos más tardes para explicarle el tipo de empleados que tiene este club.
Finalmente la familia decidió irse, no sin antes pedir su correspondiente hoja de reclamaciones. Lo que no sé es si esa niña querrá volver algún día, cuando sus padres le digan que van a ver al Rayo Femenino a la Ciudad Deportiva. Yo en su caso lo tendría claro y pediría que me llevaran al cole o la guardería y no a un sitio donde pueda estar de nuevo un personaje más propio de las películas de Torrente que de un club de fútbol y un lugar que tiene que fomentar el rayismo desde edades muy tempranas.