Los rayistas – o al menos una parte de su extenso conjunto – tenemos el alma rota. Durante días, semanas o, quién sabe, años, hemos divisado cómo nuestro único horizonte perdía su claridad hasta ver su figura disipándose entre las tinieblas del fútbol moderno.
La Agrupación Deportiva Rayo Vallecano resulta casi irreconocible, incluso para sus más vetustos amantes. Tal sucesión de cambios y desperfectos invitaron a todo enamorado de la franjirroja a afirmar con total contundencia que la deplorable situación que atraviesa el club tocó fin – suponiendo que este exista – el pasado domingo, al ver, por segunda vez consecutiva, un estadio desalmado, sin su gente…
En Vallecas, se resignan «a poder dormir cuando tú no estás a mi lado», deshaciendo en el vacío reflexivo de su inquieta mente el dolor que supone no poder jugar, junto a su escudo, el partido del fin de semana. Se limitan «a reír y llorar lo que te cantan», porque la pena que arrastra su condena sólo es equiparable a la felicidad que les otorga el saberse aficionados del Rayo.
Hoy a las 16:00 vivirán, desde la lejanía, una nueva aventura de su bendita locura, en la que sólo quepa despejar los problemas a campo contrario o tratar de dar un paso adelante para dejarlos en fuera de juego. Hoy, en Montilivi, demostrarán a todos aquellos que desprecian su pasión burda e interesadamente que «han perdido el miedo a quedar como idiotas».
En tierras gerundenses, Vallecas buscará volver «a coger el cielo con las manos», para gritar a los cuatro vientos el orgullo que genera en ellos sentirse partícipes del camino recorrido por el club más grande de la historia; porque no, no hay otro igual… Recorrerá kilómetros, superará obstáculos y empuñará con garra sus armas con el único fin de derrochar valentía, coraje y nobleza.
La distancia que separa la franja del destino que le corresponde es únicamente un número, una acumulación de dígitos que, aunque extensos, no imposibilitan el «empezar la casa por el tejado», pues este, antes o después, deberá ser construido para dar fin a su estructura.
Los rayistas tenemos el alma rota y, por ello, debemos coserla. Dificultarán nuestras andanzas, tratarán de sellar el rugir de nuestras agitadas gargantas y lucharán por evitar nuestro avance hacia cualquier dirección. Menos mal que aquí, como todos saben, «somos un poco granujas»…