El Rayo empata ante la UD Almería (1-1) en un encuentro que tuvo dominado y en el que pudo sacar mucho más rédito. Los errores defensivos vuelven a lastrar a los de Jémez.
Se antojaba partidazo de altura. Pero en Vallekas hace ya nueve años que es imposible disfrutar plenamente del equipo franjirrojo. Porque no estamos todos, nos faltan muchos; y los que están, no tienen muchas ganas de gritar ni alzar la voz. Da la sensación de que nos hemos cansado, de que ya todo nos ha abrumado en exceso y nos hemos aburrido.
Así llegaba a La Albufera el líder de Segunda. Un Almería que ni fu ni fa, que puntuó en su visita a la barriada por, ¡oh, sorpresa!, los fallos defensivos del conjunto de Paco Jémez. Puede parecer que repetimos esto una y otra vez, pero quizás es porque, semana tras semana, nos encontramos con la misma situación.
La grada era el cementerio al que nos estamos habituando, pero el Rayo salió dispuesto a revivirla. Los locales activaron el modo apisonadora y arrollaron al Almería en la primera media hora. Se sucedían las ocasiones. En el minuto 3, Bebé se internó por la banda y centró con intención, pero sin precisión. A las manos de René. El portugués tuvo la ocasión del partido en el minuto 7, pero el guardameta de los indálicos repelió a córner el voleón del extremo rayista. Paradón de mérito incalculable. Antes del minuto 20, otra vez la tuvo Bebé, que envió por encima del larguero un pase cruzado al área de Saúl García. Solo un minuto después, llegaría la ocasión más clara para el Rayo. El fallo en la retaguardia rojiblanca -ayer de azul- colocó a Ulloa solo delante de René. Tras recortar a un defensa y quedarse en posición inmejorable, el argentino, más lento de lo necesario, tardó lo que parecieron horas en disparar y forzó la intervención, también meritoria, del arquero. Mucho tendrá que afinar la puntería el ariete rayista si el equipo quiere permanecer en la lucha en zona alta.
El Rayo dominaba a su antojo a un Almería tímido y asustado. El líder hasta perdía tiempo en los saques para ralentizar las acometidas del rival, al que trataba de enfangar con entradas duras, provocaciones o intentos de engañar al árbitro como los de Sekou, que rodó como un especialista de cine en varias ocasiones. Más miedo qué vergüenza.
Fue entonces cuando llegó el punto de inflexión, en una jugada aparentemente inocente. Un balón bombeado que quiso rematar Embarba justo cuando Owona saltó sin medir, sin ton, sin son, sin sentido común, e impactó brutalmente con la cabeza del extremo franjirrojo. Y si un ligero roce involuntario en el talón es roja directa, qué decir de esta jugada temeraria que se saldó sin una mala amarilla.
Se quedó grogui el Rayo a través del golpe recibido por su mejor jugador. Tanto fue así que a la media hora llegó el primer disparo del Almería con una falta que besó el larguero de Alberto. Entonces, sin tiempo para más, el desesperante Okon Arráiz decretó el final del primer asalto. El arbitraje fue el reflejo de la paupérrima situación y el nulo nivel de los colegiados españoles. Llueve sobre mojado.
La segunda mitad se inició de forma similar a como había terminado la primera. Un lanzamiento lejano de Saúl García a las manos de René se convirtió en el tráiler de lo que estaba por venir. Pozo percutió por banda izquierda y su envío al área fue repelido por el guardameta indálico, con la mala suerte de que el rechace cayó en botas del renacido Santi Comesaña, que lo remachó a la red. Y hasta ahí aguantó la participación futbolística franjirroja. El conjunto de Jémez se echó a dormir y solo volvió a inquietar a su rival en una internada de Pozo, que no consiguió ver portería y remató desviado, y en el último remate a la desesperada de Piovaccari, que a punto estuvo de reventar el marcador en el último suspiro.
A partir del gol rayista, los locales dejaron espacio y tiempo de pensar a los visitantes. El Almería aceptó el regalo y comenzó a echarse hacia delante poco a poco y a merodear más los dominios de Alberto. Y tanto va el cantaro a la fuente… que la defensa del Rayo falla y regala otro gol. Resulta difícil saber qué pasó en aquella jugada: un fallo en cadena, un central que no atina a despejar, otro que pierde la posición y sale a la desesperada, descubriendo la espalda y, eso sí, un toque de excelsa calidad de Juan Muñoz para elevar el esférico por encima de Alberto.
El Rayo regresó a su línea: una parte buena y otra horrenda. Dos puntos echados a perder ante un rival que se conformó con el punto y en ningún momento buscó ganar el partido. Falta mucho, pero a este Rayo ya se le empiezan a ver algunas carencias y virtudes. Y asusta pensar que, ¡otra vez!, siguen siendo las mismas de siempre.