Los hay que ven pasar las horas sin encontrar el sentido a los minutos. Los hay que sienten sin saber qué, o por quién. Los hay que sueñan, y los hay que lo hacen sin cerrar los ojos. Los hay que batallan contra sí mismos, los que no lo hacen y los que lo hacen contra otros. Los hay que aman el fútbol en todas sus variantes y, por haber, los hay que incluso no lo hacen.
Los hay que dicen que la vida dura dos días, pero es porque ignoran que con un Tamudazo a las espaldas la salud cardíaca arrastra daños irreversibles. Si lo supiesen, bien lo sabe dios, el sentido metafórico de la cita estaría más aproximado a la realidad que al mito. Si lo supiesen, conocerían que el tren de la memoria, ese al que todos imaginamos subirnos en el repaso final de nuestra vida, efectuará parada en aquel trece de mayo que cambió nuestra historia.
Los hay que entienden el Rayo como un grupo de futbolistas que saltan cada dos semanas al estadio que más próximo les es a su domicilio y al que, los días donde no prima la lluvia o el frío, acompañan. Los hay que lo aman hasta un punto en el que el cariño es fácilmente confundible y manipulable hacia el dolor más absoluto. Los hay que amanecen diariamente pensando en el emblema de tres centímetros que llevan tejido en lo más profundo de su pecho, pero que, cada vez más, sienten lejos de sí. Los hay que proclaman su separación del club por los perjuicios que su situación genera en sus sentimientos, y los hay ― sí, los hay ― que optaron de verdad por esa vía, por esa causa…
Los hay que piensan que la continuidad de Paco Jémez pende de un hilo y que el duelo entre Rayo Vallecano y Real Oviedo se presenta como unas amenazantes tijeras que acarician con su punta las hebras de la tela que aún sostiene al andaluz. Los hay que creen que esto, o la decimocuarta posición en la tabla, o los cinco partidos sin ganar, o las dos victorias en doce partidos, o los nueve goles de Ortuño, es importante. Los hay que lo piensan, y los hay que solo aspiran a recuperar el amor por aquello que les hacía sentir vivos, independientemente de quién ocupara el banquillo.
Los hay que dicen que Melendi, de Oviedo, perdió el arte con las rastas y, en cierto modo, no les falta razón… Los hay que ven en el Real Oviedo un rival apático, decaído, sobre el que llorar las últimas lágrimas de nuestro desencanto, y los hay, como es el caso de este humilde escribano, que lo temen precisamente por ello (y por las bajas de Alberto, Velázquez, Bebé, Óscar Valentín y Santi).
Los hay que mañana encenderán el televisor con una cerveza en la mano a ver a ese grupo de futbolistas que llevan la camiseta del equipo más cercano a su domicilio, y los hay que lo harán para ver a ese grupo de futbolistas que dicen llevar la camiseta del club que antaño lo fue todo para ellos.