Arranca una nueva temporada para el Rayo Vallecano y lo hará a domicilio frente al recién descendido RCD Mallorca.
«Mi infancia eran recuerdos de una casa / con escuela y despensa y llave en el ropero», escribe el poeta. En estos versos, que rememoran la figura del gran Antonio Machado («Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero») reserva Jaime Gil de Biedma un espacio a su niñez perdida, a esos años en los que en el corazón de la burguesía barcelonesa conoció por primera, y quizás única vez, la felicidad.
Mi infancia también eran, o son, recuerdos de una casa, de un hogar de lo más especial. El olor a césped recién afeitado, el calor del incomparable sol de la mañana y el piar de los ruiseñores de asfalto hacían de aquellas jornadas dominicales las más imborrables de mi niñez.
En aquella morada «se contaban historias penosas, inexplicables sucedidos» que, sin embargo, somos capaces de explicar una y otra vez, con el mismo brillo en la mirada que el de aquellas retinas imberbes. ¿Acaso no es maravilloso cómo somos capaces de narrar a nuestros allegados una de las hazañas más pésimas de nuestra historia como el mismísimo resurgir del fénix? Aquel gol fue fuera de juego, pero es el fuera de juego de nuestras vidas.
Aquel trece de mayo «algo sordo / perduraba a lo lejos / y era posible, lo decían en casa, / quedarse ciego de un escalofrío». En mi caso, la ceguera se convirtió en algo real cuando mi bufanda deshilachada se apretó ante mis ojos para evitar a mi yo primario el primer descenso de su «mala vida». No vi el tanto más importante de nuestra historia, pero la literatura es tan caprichosa que me permite dibujar su grabación como un producto de mi vista y mi memoria.
Esos recuerdos aflorarán el próximo domingo, a las 16:00, cuando La Franja intente sobrepasar las murallas de Son Moix.
Fran García, viejos conocidos y un nuevo capitán del Santa Inés tratarán de luchar por los primeros puntos de la temporada más descafeinada de mis veintidós años de existencia. No obstante, considero —si se me permite este impopular inciso— que todo ello pasará al olvido durante, al menos, noventa minutos.
Nada es como antes, ciertamente. La erosión del tiempo en los sedimentos de nuestra imaginación provoca que ni siquiera el antes lo sea. Los ruiseñores de asfalto ya no cantan al viento su melodía y el césped no huele desde tanta distancia, pero mi corazón aún late por el Rayo de mi infancia. «De mi pequeño reino afortunado / me quedó esta costumbre de calor / y una imposible propensión al mito».