El Estadio de Vallecas reabre sus puertas para albergar, a las 21:00, el choque que enfrentará al Rayo Vallecano y al recién ascendido Sabadell.
Refresca cada vez más en Madrid. Puede que sea fruto del destino. Puede que de la lluvia ―esperemos que no― premonitoria de presagios. Puede que de la banal lluvia que tenga la desvergüenza de ser simplemente eso: lluvia. O, vaya usted a saber, puede deberse también al curso natural del clima continental de este pandémico y venidero otoño. Quién sabe. Lo cierto es que el calor madrileño parece haberse marchado hasta el mayo que viene, dejándome solo frente a la pantalla de mi ordenador, escribiendo, una vez más, por y para La Franja.
El amor por el Rayo Vallecano, como la vida misma, carece de sentido alguno. Es producto de un cóctel irracional, inexplicable, que lleva a quien lo prueba a una fase de éxtasis emocional cuyo efecto perdurará durante toda su existencia. ¿Cómo si no iba yo a explicar a los vecinos que observan con curiosidad la luz centelleante de mi sala de estar el motivo del dulce teclear de mis dedos sobre el portátil a altas horas de la madrugada? Es simple: estoy construyendo una previa.
A las 21:00, arrancará en el Estadio de Vallecas el duelo que enfrentará a La Franja y al recién ascendido Sabadell. El conjunto catalán, que regresa a la categoría de plata del fútbol español cinco años después, disputará su primer encuentro esta temporada, pues junto a Almería, Zaragoza y Girona (clubes implicados en la última promoción de ascenso) compone la nómina de equipos que vieron aplazado su debut en esta campaña.
Los de Andoni Iraola, por su parte, abrirán las puertas de su feudo dos meses después de aquel fatídico empate a dos ante la UD Las Palmas. Buscarán confirmar las buenas sensaciones que dejó el equipo en la segunda mitad en Son Moix, dominando el encuentro, percutiendo continuamente por banda y transmitiendo una seguridad que no se recuerda en los últimos años de la Avenida de la Albufera.
El 4-4-2 ha llegado para quedarse, pero para ello deberá demostrar su fiabilidad ante un histórico de nuestro fútbol. El otoño amenaza con volver mientras el barrio se ve asfixiado por un ruin aislamiento selectivo. Una madrugada esperando a Jamal Murray. Un ordenador que suplica irse a la cama. Una ventana abierta que acoge a la perdida brisa madrileña. No es una noche cualquiera, mañana juega el Rayo.