El Rayo remontó y venció ante el Logroñés (2-1) en otro partido sin demasiadas luces que supo amarrar para colocarse de nuevo en la zona de playoff de ascenso.
En la década de los 50, el periodista A. J. Liebling se convirtió en el mejor cronista de la edad dorada del boxeo. Y lo hizo sin, prácticamente, hablar de lo que ocurría sobre el ring. Sus crónicas narraban con todo lujo de detalles los ambientes previos, los contextos de cada uno de los boxeadores, las dinámicas en las que llegaban… Su obra maestra La dulce ciencia, que aglutina sus escritos pugilísticos, quizás sea la mejor prueba de su brillantez. No en vano, fue reconocido como el mejor libro de deportes de la historia en 2002 por la revista Sports Illustrated.
Para los periodistas de hoy, la ausencia de público es un hándicap. Si el partido es interesante, vertiginoso y no dejan de pasar cosas, el cronista no tiene problemas para articular una pieza. Pero, si como suele ocurrir con los partidos del Rayo, es pausado, lento y huele a cloroformo, el escritor ya no puede atender al ambiente caldeado de las gradas, a la pasión de las gargantas que alientan. En definitiva, es muy difícil emular a Liebling en estas condiciones pandémicas.
Iraola presentó una escuadra con algunos cambios respecto a lo visto el miércoles en Butarque. En la portería, la obligada ausencia de Dimitrievski, sancionado por parlanchín, hizo que Luca Zidane debutase como titular en Vallecas. Por otra parte, Antoñín también fue de la partida, con sus cancheras medias bajas, mientras que Isi Palazón volvía al once inicial en lugar de Andrés Martín, que descansó esta vez.
El partido comenzó con dominios alternos y demasiadas imprecisiones en la combinación. Ni Rayo ni Logroñés se hacían con el control definitivo del esférico y apenas pisaban las áreas. Antes de la jugada que abrió el marcador, solo un tiro lejano de Bogusz inauguraba el tanteo de disparos (no a puerta). Sin embargo, la primera ocasión en la que el conjunto de Sergio Rodríguez pisaba el área de Luca con peligro fue letal. El árbitro vio una falta inexistente de Vitoria sobre Fran García que precedía a una mano clarísima del defensor rayista. La pitó, por lo que, al ser una jugada interpretativa, nadie pensó que el VAR rectificaría como tampoco lo había hecho en las 154678 jugadas anteriores que se habían considerado interpretativas. Pero no fue así, esta vez el VAR decidió que, por lo que sea, sí le venía bien entrar a corregir. No importaba que fuese una jugada interpretativa del árbitro. El desenlace fue el 1-0, que el polaco Bogusz anotó con seguridad desde los once metros.
Se le volvía a torcer el partido al conjunto franjirrojo, que iba a medir su capacidad de reacción ante un rival que viene haciendo una temporada impecable. Y reaccionó, vaya que si lo hizo. Casi en la jugada inmediatamente posterior, Fran García se resarcía de su error (esa mano no tenía sentido que estuviese tan alta) con un centro raso al área que, tras un fallo grosero de Pozo, que golpeaba al aire en el intento de remate, remachó Antoñín, al que la franja le sienta como el agua al mar. No se puso nervioso el delantero, siempre efectivo y peleón, y batió a Rubén Miño por alto. En apenas un minuto, el partido había sufrido dos vuelcos y dos reanimaciones. Pero no iba a parar ahí el desenfreno (cosa rara cuando media el Rayo en los duelos): apenas un par de minutos más tarde, un córner rematado por Catena se introdujo en las mallas riojanas tras tocar en Unai Medina.
Y a partir de aquí, lo que podríamos denominar “el efecto Liebling”. Una falta lejana de Isi cerró el conteo de ocasiones de peligro en la primera mitad.
Tras la campana, el segundo asalto comenzó con la tentativa de un intercambio de golpes. Primero, el Logroñés rozó el gancho gracias a un remate que desvió un jugador y estuvo cerca de sorprender a Luca. No entró. Como tampoco lo hizo un disparo raso de Isi, que se marchó cerca del palo izquierdo de Miño. Pozo también lo intentó, pero, tras un pase maravilloso de Palazón a la espalda de la defensa blanquirroja, se durmió en los laureles cuando tenía todo a favor de marcar y le dio todo el tiempo del mundo a Clemente para cruzarse en una muy buena acción defensiva.
Era el minuto 57, pero no habría ya más fútbol de ataque ni casi más ocasiones reales de gol. Solo la de Mario Suárez, que marró un remate infallable cuando restaban siete vueltas al reloj. Más allá de las ocasiones, cabe destacar, por lo brillante y silencioso, el trabajo de un Óscar Valentín que se agiganta a cada minuto que juega en la medular rayista. El 23 se desenvuelve con absoluta lucidez en esa zona en la que si aciertas nadie te lo reconoce, pero si fallas todos te crucifican. Encomiable. En términos metafóricos (y permítanme lo que muchos considerarán una hipérbole exageradísima), su estilo es al Rayo lo que la dureza y la resistencia de Mascherano fue al Barcelona, la elegancia de Xabi Alonso al Real Madrid y a la selección española y la rocosidad de Mauro Silva a la canarinha y al mejor Deportivo de La Coruña de todos los tiempos. Imprescindible. Pegamento y motor, freno y aceleración, baile sobre la lona y directo a la mandíbula.
Retornó el Rayo al camino de la victoria en Vallecas. Sin brillos, sin adornos, como uno de esos árboles navideños prefabricados en los que no se percibe la alegre improvisación de los niños o la irreverencia de los adolescentes que colocan sus ídolos sobre el Belén. Sin locuacidad en la conversación, pero venció al Logroñés y obtuvo otros tres puntos que lo sitúan en la zona noble de la tabla. Si llegase a ser regular en las salidas, probablemente podríamos hablar de números de ascenso directo. Pero eso es fútbol ficción. Y nuestra crónica de hoy versa solo sobre la realidad, aquella que A. J. Liebling sublimaba en sus crónicas. La dulce ciencia.
Imagen: Twitter oficial Rayo Vallecano