Un buen Rayo empata ante el Girona (0-0) en una clara muestra de pólvora mojada. Buen partido en lo futbolístico que los de Iraola no supieron traducir en un final feliz para sus intereses.
No hay duda: si el Rayo se jugase la vida en un western clásico sería ese fanfarrón que muere en el primer duelo que disputa. Un revólver exquisito, un caballo veloz y de gran porte, unas espuelas brillantes, el sombrero calado y, justo debajo, una mirada desafiante, pero a la hora de la verdad, lento en el desenfunde y con poca precisión en el disparo.
En Montilivi jugó el conjunto de Iraola, ante el Girona, probablemente, su mejor encuentro de esta campaña, pero su único y escaso botín fue un triste punto. Triste, digo, teniendo en cuenta el desarrollo del partido y el catálogo interminable de ocasiones claras que erraron los franjirrojos, que un punto como visitante en Girona, en condiciones normales, sería un tesoro.
Los foráneos irrumpieron en el partido como un grupo salvaje. A los quince segundos, ya habían lanzado una puñalada a la yugular del enemigo. Trejo empezaba a mostrar sus armas. Altanero, el mejor jugador ofensivo del Rayo filtraba un pase hacia Pozo, que disparaba, sin apenas resuello, para que Juan Carlos hiciese una notable estirada y evitase el primer golpe foráneo. En el rechace, Calavera estrelló el esférico contra el poste. Ni siquiera había dado un cuarto de vuelta el minutero y el equipo vallecano ya enseñaba los dientes. No fue un espejismo, cuatro minutos más tarde, otro exquisitez de Trejo a la espalda rival devino en otro balón al segundo palo que se paseó por los dominios del Girona sin que nadie lo remachase a gol. En la segunda jugada, Isi centraba al segundo poste y el cabezazo de Álvaro García se topó con Calavera en boca de gol. Volvía a salvarse el Girona de la acometida rayista. Y como no hay dos sin tres, otro jugadón de Antoñín –control de bellísima factura y regate en carrera– con posterior dejada a Pozo terminó con el balón en los pies de Álvaro García, que se batía en duelo directo, solo, sin secundarios, frente a Juan Carlos. El 18 de los vallecanos volvía a estampar la bola contra el cuerpo del portero alcarreño.
El Rayo dominaba a su antojo al conjunto catalán, que resistía las acometidas más por demérito de su contrincante que por su buen hacer defensivo. A la media hora, Trejo, dueño y señor del Saloon, puso a bailar a todos los actores y volvió a hacer su magia entre líneas. Su pase filtrado dejó a Álvaro García en posición inmejorable, pero el magnífico disparo del atacante, esta vez sí, se encontró con el guante de Juan Carlos, némesis rayista en la primera mitad del encuentro, auténtico antagonista del largometraje. Más de media hora después, el Girona ofrecía una leve respiración y demostraba que seguía vivo. Asustado, el conjunto de Francisco salía de detrás de la barra, donde había sorteado los disparos fallidos de su rival. Un pase de Samu Saiz encontró a Mamadou Sylla, pero cuando se relamía el delantero, Catena emergió de las profundidades del verde para desbaratar a córner la inmejorable ocasión de los locales.
El descanso llegó cuando las dos escuadras se batían, sudorosas e intensas, en plena medición de fuerzas. Regresó mejor el Rayo, que enseñó sus cartas tras la reanudación con un remate desde el suelo de Antoñín, cuyos casquillos recogía el guardameta alcarreño cerca de su palo. El Rayo tiroteaba sin éxito y se valía de la ausencia en el poblado de su enemigo más íntimo. Stuani no aparecía por las calles de Montilivi, como si estuviese apoltronado en la barra del bar o desperezándose de una de esas resacas antológicas que tan bien supo retratar el western crepuscular… No aparecía el pistolero hasta que lo hizo. El delantero uruguayo ejecutaba mal un testarazo picado cuando disponía de un ángulo de tiro idóneo para fusilar a un Luca Zidane que pasaba por allí, pero no había tenido nada que ver con la película. Un giro inesperado de guion estuvo a punto de amargar al grupo salvaje, que ya había bajado sus revoluciones hacía rato. Catena fue a por el balón con el pie cuando lo más lógico parecía hacerlo con la cabeza. El árbitro percibió en la acción juego peligroso y señaló libre indirecto dentro del área. Lo detuvo Luca Zidane, muy resolutivo y seguro en las escasas opciones de gol del Girona. El centro del campo franjirrojo presionaba la salida de su rival y, por norma general, conseguía sacar rédito del esfuerzo. Trejo, Isi y Antoñín comenzaban la presión, seguidos de Pozo. Mientras, si alguna acometida gerundense sobrepasaba la primera línea, allí esperaba el sheriff. Óscar Valentín se erigía sobre la medular rayista como ese secundario en el que apenas nadie repara, pero termina siendo vital para que el relato alcance el cénit. El centrocampista era a la vez sheriff, justiciero y director. Trejo, un paso más adelantado, regalaba el baile y la pianola oxidada. El catálogo de movimientos desplegados por el Chocota está al alcance de pocos jugadores en la categoría. Exquisito.
La inercia parecía indicar que el Rayo acabaría asestando el envite definitivo y ganando la tierra. Pero se le resistía el premio. La presión en la línea central dio frutos, de nuevo, cuando Isi robó el balón y lo puso en marco para que Antoñín ajusticiase al antaño arquero franjirrojo. Pero no, tampoco lo conseguía el canchero. Su disparo se iba ligeramente desviado de la escuadra local. No era el día. Poco después, Andoni Iraola, en un movimiento de dudosa valentía, retiraba al mejor Pozo de la temporada para dar entrada a Santi Comesaña, un centrocampista de corte mucho más conservador. Como si un miedo irracional y repentino, le hiciese parapetarse tras la cortina y ver cómo las horas pasaban en la calle central. El cinturón empezaba a pesar menos; cada vez quedaban menos balas. Había desperdiciado la multitud de ocasiones de matar al malo y salir airoso de la incursión. Todo quedaría para una segunda parte, otra película que se librará en la segunda mitad del campeonato, y en tierras vallecanas. Pudo evitarlo Santi Comesaña en la que casi era la última jugada, pero su remate bajo palos se marchó alto. El Rayo acababa de jugar su mejor partido en lo futbolístico, pero uno de los más fallidos en lo que al acierto refiere. Pólvora mojada que le privó de un regreso triunfal desde los confines del mapa. Bajo la misma dirección y el mismo guion, el conjunto vallecano fue, en una sola película, el bueno, el feo y el malo.
Imagen: Twitter oficial Rayo Vallecano