Diario del viaje a Girona, con escala y fonda en Barcelona, de un rayista en apuros.
Para quien no esté familiarizado con el término, Rodalies de Catalunya es el nombre que reciben los trenes de Cercanías, Regionales y Media Distancia allí, gestionados a pachas por Renfe y la Generalitat. En esta contracrónica de «Días de carretera», o más bien de ferrocarril, os contaré como fue la aventura de un rayista que se buscó el viaje más modesto posible para ver el reencuentro con Míchel en la Copa, y que a punto estuvo de perderse la fiesta en Montilivi por culpa de un imprevisto inimaginable.
El viaje arranca con su planificación. Viendo que ese finde no trabajaba y que el destino volvía a cruzar en un todo o nada a Rayo y Girona en Montilivi, empiezo a mirar como ir y lograr la entrada. Pregunto a la gente rayista si alguien se subiría en coche y tenía una plaza libre. Pero es al día siguiente, al hablar con la Federación de Peñas para conseguir la entrada en zona visitante, cuando el gran Óscar Herrero me da la idea que finalmente llevé a cabo: ir en tren y lograr alojamiento en Barcelona, y luego de ahí, llegar a Girona en algún Cercanías, o como dijimos al principio y les llamaremos en adelante, Rodalies.
A ello me pongo el lunes. El primer paso, tren y alojamiento en Barcelona, es sencillo y barato. Ouigo (tren de alta velocidad francés de bajo coste) de ida y vuelta y cama en un hostel (que no hostal) por lo que me costaría solo la ida en Alvia. De ahí, miro horarios para llegar bien a Girona. Sale un Rodalies de Sants a las 14:16 y con frecuencias de una hora, y el viaje dura 90 minutos aprox. Además, sin venta electrónica, hay que comprar el billete en la misma estación, lo cual no es problema. El plan original era llegar el sábado a las 12:50 a Barcelona, localizar el hostel y comer hasta poder hacer el check-in a las 14:00 con calma y tomar el tren de las 15:16 para llegar a tiempo para la precia con todos los rayistas desplazados. Esa era la teoría. La práctica sería bien distinta.
Llega el día D. En pie antes de las 08:00 para ir tranquilamente a Atocha y hacer ahí el check-in del tren, que ya es como en los aeropuertos, con control de equipajes. Y al ser de bajo coste, solo una maleta pequeña o mochila como en mi caso, y un bolso de mano como el que siempre llevo de bandolera con las cosas importantes. En la mochila, otra más pequeña y vacía para llevar al estadio, 4 bufandas (nunca son suficientes) y una bandera (sin palo, se lo vendí a un sevillano o algo así), una muda y toalla para asearme a la mañana siguiente y el equipo tecnológico, compuesto de móvil, cascos inalámbricos, enchufe para cargar, batería portátil y cables para la carga. Enfundado en la camiseta 7Kelme de la temporada 16/17 que gané en un sorteo y que me he puesto en cada día de eliminatoria de Copa, respetando la cábala, llego a Atocha. El tren que he de coger es la versión de dos pisos y gabacha del AVE. Mi asiento asignado, tanto para la ida como para la vuelta, está en el piso de abajo al fondo del coche y con una mesa abatible para 4, ideal si hubiera ido con colegas para jugar varias pochas. Como no era el caso. me sirvió para apoyar la sudadera y ponerme alguna peli que me había descargado en Netflix y podía ver con el móvil en modo avión.
Solo una breve parada en el trayecto, en Zaragoza-Delicias, hasta llegar a Barcelona-Sants. Al bajar, en el andén veo a unos muchachos con un chándal que me es familiar, entre ellos un argentino diciendo «no jugamos a la pocha, jugamos al truco». Evidentemente, era un equipo de rugby. Indagando un poco, veo que no era un equipo cualquiera, sino la primera plantilla del CR Complutense Cisneros, que esa tarde jugaba un partido de liga de División de Honor contra la UE Santboiana. Curioso que un equipo de la máxima categoría del rugby español viaje en alta velocidad «low cost», ahora, que sé de un equipo de máxima categoría de fútbol femenino que ya quisiera esas condiciones. A la salida de la estación de Sants, el siguiente paso es localizar el alojamiento.
En este caso se trata del Hostel One Sants, ideal para mochileros y gente joven que esté de paso por la Ciudad Condal. Es del tipo albergue, con habitación compartida y baño común en cada planta. Los trabajadores del sitio, voluntarios de fuera la mayoría a cambio de casa y ver la ciudad, son gente joven y amable que trata de ayudar en todo lo que puedan y organizan cenas gratis y actividades para la tarde-noche. Eso sí, hay que hablar en inglés, pues si vas a Barcelona ten por seguro, aunque los medios no lo digan así, que lo que menos se habla es catalán. Al hacer el check-in, hubo miedo de marcarme un Djokovic involuntario, pues viniendo de Madrid, la región de la «»»libertad»»» y el «todo vale», no caí que en otras regiones aun andan preocupados por la Covid. Me pidieron el pasaporte o un certificado de vacunación, por fortuna llevaba encima el papelote que me dieron en el Zendal con la primera dosis, y eso y la firma de una declaración responsable valió para acceder a mi cama. En concreto, a la de abajo de una litera, con cajón para guardar lo que sea, cortina, lámpara y enchufe con mini estantería para dejar lo que sea. Ya colocados, y haciendo el check-in antes de lo previsto, cogemos la mochilita, a comer y para la estación a pillar el Rodalies.
La zona de Sants estaba animada en el mediodía de sábado, con el mercado abierto y las avenidas colindantes cerradas al tráfico para que paseara por ahí la gente. A la sombra del Mercat de Sants, que es igual que el de Villa de Vallecas salvo por su fachada decimonónica y por alojar un Mercadona, me siento en una terraza para almorzar. El bar en cuestión, llamado Monte Rosa en la fachada y Rosa & Víctor en el toldo, es la foto que te sale en Google si buscas bar de barrio: pequeño, barra metálica, comida casera y trato familiar. Con un bocadillo de salchichas de pagés y dos Estrellas Damm se completó mi almuerzo y caminé hacia la estación de Sants, situada a un cuarto de hora a pie del mercado. Se llegó con tal antelación que ni estaba puesto el andén en el que iba mi tren, que era sí o sí de la línea R11. Preguntando a un empleado, bajo al andén de las vías 13 y 14, donde a las 15:16 debería salir el Rodalies destino Figueres con parada, entre otras estaciones, en Girona.
Debería, pero no fue así. A la hora de la salida, sin previo aviso ni nada, en la pantalla que anuncia las próximas salidas veo que mi tren está cancelado, y tras esto, desaparece de la pantalla. Atónito, subo a pedir explicaciones, y para ello he de salir de los tornos. Después de que me mandaran a tres sitios distintos, en las taquillas por fin me dicen que lo único que saben es que faltan maquinistas, y que o bien me reembolsaban el billete o bien me sellaban el que ya había picado para pasar de nuevo el torno y esperase al siguiente, que no salía hasta una hora después y me haría llegar pillado al campo, pero al menos llegaba. De un plumazo, y por la inoperancia de quien dirija las Rodalies de Catalunya, me había quedado sin previa ni corteo al estadio. Si bien no era el plato principal, fastidia también quedarse sin entrantes. No quedaba sino hacer tiempo, así que me senté en una terraza cercana a la estación y pedí una cerveza. Fui buscando cobre y encontré oro, pues literalmente dije «una cervesa, si us plau» y me pusieron Moritz 7 100% Malta, similar a la Voll-Damm pero notablemente más suave e igual de rica. Así se hizo mejor la espera, el cabreo de la cancelación y la charla de antivacunas de la mesa de al lado.
Volví a la estación rezando para que no hubiera de nuevo liada, y no la hubo. Me subí al tren, un media distancia que iba más rápido que el tren de cercanías que supuestamente tenía que haber cogido una hora antes, aunque eso sí, haciendo las paradas del tren anterior. Al menos, ya que iba tarde y con la hora pillada, iba con asiento acolchado y bandeja para apoyar las cosicas. Por verle un lado positivo. Fue el primero de los dos intervalos de 90 minutos que más largos se me hicieron a lo largo del día. Veía atardecer a medida que nos adentrábamos en los pueblos de los montes, con la cobertura yendo y viniendo y observando que no hay ni un tren de Rodalies que no tenga al menos un graffiti. En esas, y ya con el cielo oscurecido, a las 17:50 llega el tren a la estación de Girona. Al ver el trecho que había hasta el Estadi Montilivi y oliéndome que la espera para entrar sería larga, decido acercarme en taxi. Sale más caro, pero llego a tiempo para aquello a lo que había venido a Girona.
Durante el trayecto en tren y en taxi, mantengo contacto con Óscar Herrero, que es el que lleva la gestión de las entradas. Me dice que están en la puerta 2 de Montilivi, en el acceso visitante, junto a los furgones de los Mossos. Y ahí están, donde había dicho, prácticamente todo el contingente vallecano desplazado allá, dado que los cacheos estaban siendo tremendamente exhaustivos y la entrada de la gente al campo bastante lenta. Me da mi entrada y nos colocamos los últimos en la fila, la cual no avanza nada casi hasta que quedaban menos de 10 minutos para que arrancase el partido. Ya a y 28 la cosa pega un acelerón digno de fórmula uno. Llego al torno, doy mi nombre al que está en la puerta con la lista de hinchas visitantes, como si fuera eso un reservado de discoteca, pico la entrada, llega el cacheo que prácticamente solo faltaba que me hicieran PCR y colonoscopia, y superada la puerta, que no era más que una verja que separa el estadio de la carretera, llegamos a la grada. El sector visitante se ubica en el esquinazo izquierdo de la tribuna principal, la que se ve en la transmisión televisiva, bien marcado y separado del resto por unas vallas casi de bestias de circo. A la vez que dejaba la mochila en un asiento de la parte más alta, siendo que la mayoría de rayistas estaban en las primeras filas, salían los jugadores al campo.
Durante el partido, entre cánticos y toma de fotos y vídeos para mandar al Twitter de Matagigantes, comento las jugadas con Óscar, que se coloca detrás de mí. Coloca, que no se sienta, o se ve el fútbol de pie o no se ve. Una de mis mayores preocupaciones, que le comento a Óscar y que me llevaba rondando toda la semana, era como carajo iba a volver a Sants si había prórroga y el último tren salía de Girona a las 21:23. Pensamiento que se disipa unos minutos cuando llega el gol gironí. Al ser en la portería contraria a nuestro sector, solo aprecio a ver la marabunta en el suelo delante del rematador Bernardo, y acto seguido al gol, todos los jugadores del Rayo protestando falta en ataque. Cordero Vega, al que luego rebautizaré como «Paletilla» o «Lechal Vega», hace caso omiso. Tocaba remar. Yo que no quería prórroga, y mediada la primera parte rezaba por lograrla. Por suerte, la que no tuvo Isi al mandar una falta al palo, Sergi Guardiola sacó un latigazo de zurda cuando la gente estaba tomando posiciones para ir al bar en el descanso. Avalancha clásica en la grada visitante para festejar el gol psicológico y las tablas al descanso.
El interludio se pasa en la cola del bar y del baño, que para sentirnos como en casa, es también un «policlín» de esos de obras y festivales. Ya con el refresco y aliviados, arrancaba la segunda parte. Si no fuera porque te la dan ya destapada, más de uno estaría abriendo aun la botella cuando un error garrafal de la zaga local hizo que el despeje de Juan Carlos lo taponase a gol Sergi Guardiola. Por la perspectiva del tanto, muchos nos abalanzamos sobre la alambrada que nos separaba de la tribuna principal, algo que igual no se entendía bien por algún hincha gironí. Con el 1-2, cantamos «Txus» y botamos, bien por la alegría o bien para ahuyentar el frío fuerte que hacía. Tras unos instantes de apretar pero sin lograr hacer el tercero, y coincidiendo con la entrada al campo de Stuani, nos venimos atrás, y de nuevo los minutos se hacen eternos.
Llega la acción del penal, que evidentemente no es, pero al ver como caía el local como un fardo tras notar el aliento de Catena, digo «este lo va a pitar». Y así fue. Óscar me dice convencido que «Luca lo para». Estaba haciendo un gran partido el francés, pero también Óscar estaba convencido de que el 1-2 lo marcó Bebé…Cuando le para el penalti a Stuani, la termina de sacar Isi y se despeja el córner consecuente, si en ese lapso de 90 segundos mal contados no grito, con perdón «mi polla con peluca» 20 veces, no lo grito ninguna. El exabrupto está dedicado a todos aquellos buitres que hay en la hinchada esperando a que «Pétit Zidane» cometa algún fallo y lanzarse a su yugular solo porque su padre fue una figura del fútbol mundial que jugó en el Real Madrid.
El sufrimiento no pasaba, y el cartelón con 5 de descuento no hizo sino aumentarlo. No digamos ya el gol anulado a los de casa en el 92. Como el linier, Óscar está convencido de que es, aunque con un margen bastante mayor del que las líneas del VAR mostraron. No sabía mi compañero que en esta ronda ya había VAR, que aquí corroboró el milimétrico offside cuando antes se hizo el longuis en el penalti. Los 5 de añadido se convierten en 7 y medio, con la calentura de los de casa a niveles altos, pero al final el pase a cuartos fue para el Rayo. No sé si se festejó igual que el ascenso logrado hacía unos meses en ese mismo campo, pero desde luego fue parecido y por bastante más gente que entonces. La megafonía pidió a la hinchada visitante que no abandonase el campo hasta que la seguridad nos lo indicase. Con la victoria, ni falta que hizo. Agarraron los jugadores la pancarta de «Locos por la Copa» para hacerse la foto de rigor con la grada de fondo, y después, pese a que la poca gente de la hinchada local que había quisiera evitarlo lanzándoles botellas de agua, se unieron al festejo de su gente dando las réplicas de «La Vida Pirata», tal y como grabé para la posteridad y para el canal de YouTube de Matagigantes. Sí, ese vídeo de «La Vida Pirata» que circula por ahí, me lo han «joseado» a mí. Después de unas breves impresiones con gentes de La Franja Vallekana, La Resistencia Vallekana y Rayistas por Catalunya, cantar «Nos sacó de Segunda-Pero no de la Copa-Míchel contigo siempre», y tras pedir que me hicieran la foto de rigor mostrando la última bufanda de Bukaneros, iniciaba el viaje de vuelta.
El regreso de Montilivi a la estación fue a pie. Tranquilo, fumando un puro que tenía para una ocasión especial, como estar en cuartos de Copa por primera vez en 20 años. Pero a la vez apurado, pues el camino era largo y el último tren pasaba pronto. Lo alcancé con margen de 3 minutos, y una vez dentro, ya a parar y respirar. El tren de vuelta de Rodalies era, esta vez si, como el Regional que todos conocemos. Repleto, eso sí, por lo que gran parte del trayecto la pasé o de pie o sentado en algún hueco que encontraba. La hora y media de trayecto se basó en ver reacciones del partido, comentar la hazaña, pasarle al amigo Natxo de la Agrupación Rayista Argentina fotos del evento, hablar con la gente del hostel para ver si se podía tomar algo al llegar, ver que se había interrumpido el Betis-Sevilla y preguntarme si habían matado a alguien… Lo típico, vaya.
Tocaba pillar el metro (2,40€ el sencillo, tremenda sablada) para acercarse a la zona de la Rambla, donde cerca del Liceu, la gente del hostel estaban en un garito con un nombre apropiado para el propósito y el día, «Rei de Copes». Sin embargo, la alta afluencia al local y la cercanía de la hora del toque de queda vigente desde navidades nos hizo optar a mí, otro muchacho y dos chicas por emprender el camino de vuelta al albergue. Nuevamente metro, ahora con transbordo, y rápidamente llegamos. Ahí cogimos cada cual nuestra comida y bebida para una cena improvisada, tuvimos breves conversaciones sobre lo que nos traía por Barcelona, y al rato me recogí, pues había que levantarse pronto para tomar el Ouigo de vuelta.
A la mañana siguiente, ducha en el baño comunal, café del que ofrece gratis el hostel, despedida con propina para la gente que lo lleva y a la estación. Confiaba en poder desayunar sólido en el camino, pero lo único que había abierto a las 09:00 era el kiosko donde compré «L’Esportiu», diario deportivo en catalán que no llega a las 10 hojas, cuesta 0’50€ e informa al mismo nivel que los gigantes de la prensa deportiva, si no a mejor. Lo de los bares cerrados por la mañana no era por ser domingo, si no que en Barcelona no abren hasta mediodía, por lo que sea. Tuve que desayunar en la misma estación, y viendo que venía la sablada, me pedí un combo de bocata de jamón ibérico y Coca-Cola para disfrutar el derroche. Ya bien comido y bebido, solo quedaba montar en el tren y pasar el viaje de vuelta.
Un viaje que quedará en las memorias de todos los rayistas que estuvimos por lo que vimos en el césped. Pero además, quedará en la mía por la manera que se dio. Por contratiempos, casi no veo un partido llamado a ser épico e histórico. Y pese a lo mal que se manejan las Rodalies, pese al frío, pese a la paliza de caminar por 3 capitales de provincia en un día para ver un partido de fútbol, se consiguió verlo, y además lo ganamos. Valió la pena absolutamente todo lo vivido, lo volvería a hacer una y mil veces. Estar en cuartos de Copa no es para cualquiera, y pobre del que quiera robarnos la ilusión.
Texto e imágenes de Jorge Morales García.