Tras casi cuatro meses de espera, Reinier y los suyos han recibido hoy las camisetas donadas por la afición franjirroja.
En estos tiempos convulsos en lo que a la entidad franjirroja se refiere, encontrar resquicios de lo que un día fue el Rayo es una ardua tarea. Hoy en día sólo lucen los conflictos, los fondos vacíos y el desánimo generalizado, pero mientras quede un solo aficionado que recuerde lo que fue, la Franja seguirá siendo la Franja, aunque superficialmente no lo parezca.
Que el Rayo es un club especial no escapa a los ojos de nadie. De hecho, lo que más especial lo hace es el hecho de que ese matiz diferencial se aleja totalmente de los méritos deportivos. Así, podría resultar paradójico que la mejor temporada de la historia de un club coincida con su etapa de mayor desarraigo social. Podría, si no estuviésemos hablando de Vallecas.
Hace unos meses, en una de las rutas internacionales de Matagigantes para conocer aficionados franjirrojos, nos hicimos eco de que la peña La Franja de Cuba, con Reinier a la cabeza, no tenía acceso a la obtención de camisetas del club que aman, su Rayo Vallecano.
A raíz de la noticia, la afición vallecana se movilizó para lograr que Reinier y sus compañeros pudieran «cumplir el sueño de vestir la Franja». Donaron de forma totalmente altruista camisetas de su propia colección para que al otro lado del charco un grupo de muchachos pudiesen disputar el torneo de peñas de La Habana representando los colores del club y del barrio. Ahora, casi cuatro meses después, más de uno sonreirá al saber que su zamarra ha llegado al destino.
Y es que el Rayo es eso: el orgullo de un barrio que no entiende de fronteras, solidario, de todos, en el que lo que hoy es de uno, mañana puede ser de otro. El gran corazón de Vallecas tiene ya su rincón al otro lado del Atlántico, en el regazo del pueblo cubano. Un rincón familiar, soñador y por fin franjirrojo. Porque los vallecanos, ayer, hoy y siempre, nacemos donde queremos.