Felines y Tamudo permanecen unidos por un hilo invisible: sus goles, separados por 35 años, se colaron en el imaginario franjirrojo de forma inesperada. Nadie habría esperado que fueran ellos, de cabeza, los héroes que inmortalizasen el momento decisivo.
Por Jesús Villaverde Sánchez
La historia del Rayo no sería la misma sin la existencia de dos testarazos. Dos remates de cabeza comprendidos entre tres décadas y media y firmados por dos atacantes cuya talla nunca indicó que pudiesen entrar en las efemérides rayistas por sus cualidades aéreas. Felines y Tamudo, Tamudo y Felines. 1,61 y 1,78 metros de estatura. Un ascenso y una permanencia agónica entre treinta y cinco años y 17 centímetros.
Hace cuatro décadas y media, el mítico extremo franjirrojo Félix Bardera, “Felines”, se elevaba por encima de los defensores del Getafe Deportivo para batir a su guardameta Vidal. Nada pudieron hacer los centrales azulones ante el potente salto del jugador abulense. “No hicimos caso al pequeñín y remató como Santillana”, bromeó después Polo, que se convertiría en héroe getafense al marcar, cinco minutos después, el 1-1 definitivo. Con su precioso giro de cuello, ‘Felo’ inmortalizó un fantástico centro servido por Francisco desde el costado derecho desde donde hoy anima Bukaneros. Impecable, sorprendente e inmortal.
Distinta era la situación que vivía el Rayo treinta y cinco años después de aquel golazo de uno de sus mitos. Aquella tarde, el Rayo-Granada también trascendía lo deportivo. Si el Rayo descendía a Segunda División –solo un año después del regreso a la élite– las campanas amenazaban con sonar a muerto. La desaparición del club era un fantasma demasiado real. Al contrario que en 1977, aquella tarde-noche de Mayo ni a Granada ni a Rayo les servía el empate. Solo la victoria les aseguraba continuar un año más entre los grandes.
El partido había llegado al tramo final y el marcador no se había movido. La hinchada franjirroja estaba poblada de llantos, muecas y gestos de rabia: el Rayo se iba a Segunda y, con ello, a la muerte deportiva y económica. La jugada definitiva también vino desde la banda derecha del ataque franjirrojo. En el mismo fondo. Minuto 90. Piti bota un saque de esquina para el que, incluso, ha subido a rematar Cobeño. La tensión es máxima. La defensa repele el centro, pero –nadie sabe cómo, supongo que el 10 tenía un imán en su bota– el balón vuelve a la zurda de Piti, que recorta y dispara. Su tiro se estrella en un defensor del Granada y cae –otra casualidad– en el pie izquierdo de Michu. Nadie duda de que, en cualquier otro partido, el atacante asturiano habría engatillado a gol, pero la tensión pesa horrores y agazapa las piernas de los mejores jugadores. La envía al larguero y, tras un bote interminable, entre la defensa granadina, como una exhalación –y nadie sabe desde dónde–, aparece él. Raúl Tamudo, el más pequeño de la contienda, un Tyrion entre corpulentos soldados, empuja suavemente la pelota con un cabezazo que lo convertirá en leyenda vallecana. Épico, milagroso y difícil de vaticinar.
Nadie se hubiese jugado la bolsa a que un cabezazo de Tamudo salvaría al Rayo del pozo. Como tampoco lo habría hecho su padre, treinta y cinco años atrás, a que Felines marcaría un bellísimo gol de cabeza que pondría el 1-0 en aquel duelo entre Rayo y Getafe Deportivo. La historia del Rayo, entre dos cabezazos inesperados, tres décadas y unos centímetros de envergadura. Entre dos héroes de escasa estatura y mucha altura.