Ser del Rayo es sufrir un flechazo y sentir amor a primera vista. Sentimiento que perdura para siempre a pesar de los pesares
Vallekas y el Rayo, el Rayo y Vallekas. Como si de Romeo y Julietta se tratara, un 29 de mayo nació un romance centenario, a pesar de todo y de todos.
Contra todo y contra todos aquellos que alguna vez lo han afeado, menospreciado e incluso, abandonado.
Si de algo sabe esta Agrupación, es precisamente de historia. Y la historia, como la moda, se repite. El Rayo sobrevive.
A pesar de todos, contra todo y contra todos.
Pues amigos, ser de la bendita Agrupación no es cosa fácil. De hecho, es algo más bien difícil. O al menos, así lo he percibido yo muchas veces. Ser del Rayo Vallecano es como la vida misma: duro, injusto y donde salir victorioso solo ocurre en contadas ocasiones.
Ayer, pensando en este momento, el Centenario, recapacité conmigo mismo sobre porqué sigo a este equipo, el porqué de esta locura, pues muchos nacieron contigo, y otros muchos te conocieron.
Yo lo conocí.
Me enamoré de una forma única y especial de entender la vida: con valentía, coraje y nobleza.
Me enamoré de Michel y Trejo, pues el valor humano va muy por encima del ser futbolista. Representar al barrio y a su gente, respetarlos y escucharlos, arrimar el hombro como excepción que confirma la regla.
Me enamoré de cantar, saltar, bailar, llorar, reír y viajar con gente que empezaron siendo conocidos y acabaron siendo más que familia.
Me enamoré de los rayistas, gente cercana, empática y sincera, que siempre apoya a pesar de la adversidad y que solo entiende de solidaridad con el prójimo.
No llevo 100 años de Franja. Es más, no llevo ni media vida siguiendo al Matagigantes. Y la conclusión es clara:
Ser rayista ha sido la mejor elección de mi vida.
Texto: Daniel Rangel Dorado