Como cada lunes mi banco de Pedro Laborde me espera vacío y -milagro- hoy limpio de cagadas de palomas, ya podía haber dejado una tarjetita el alma caritativa que se lo ha currado para pasarle su contacto al Rayo.
Diez minutos allí sentado y ya me ha dado tiempo a haber interpretado la defensa de tres del Calderón al más puro estilo «acordeón de la mítica María Jesús» –Morcillo, Abdou y Zé Castro serían los pajaritos, sin duda-, y eso después de haber rumiado la derrota del filial contra el Getafe B y el empate en Bilbao de las «guerreras franjirrojas», más guerreras que nunca porque esta semana perdimos en el campo de batalla a otra de las nuestras. Espero que la rodilla de Patri no esté dañada y el domingo próximo vuelva a la acción. Por cierto, si no fuera por el valor de las chicas y el de los «cuatro gatos» -según su presidente- que siguen al Femenino y que nos movimos este verano para ampliar su maltrecho presupuesto, nuestras jugadoras viajarían sin fisioterapeuta a los partidos lejos de Vallecas. Este es un dato importante que conviene que la gente sepa.
Con todo lo que pensé que había avanzado en mi «análisis», llega uno de mis fieles compañeros de banco y tertulia de cada lunes, acompañado de su nieto Miguelito -por ponerle un nombre nada usual en el rayismo- de cinco años, al que me pide que eche un ojillo durante un rato mientras él compra un poco de fruta. Imagino que al más puro estilo Robinho o Ronaldo «el gordito», el buen hombre lo que busca es un desmarque para tomarse una clarita con los amiguetes. A mí no me importa quedarme con Miguelito mientras sigo con mis líneas, pero a los dos minutos el chaval me dice que se aburre y no se le ocurre otra cosa que pedirme que le cuente un cuento. Si me hubiera pedido 50 euros, el cabronazo del niño no me hubiera dejado tan pillado, teniendo en cuenta lo malo que soy para el tema de los cuentos, así que, como buenamente puedo, improviso y arranco como sigue:
«Érase una vez un extenso territorio llamado Españistán, en el que vivía nuestro protagonista del cuento, Franjanieves, concretamente en un valle, el Valle del Kas. Allí convivía con su malvada madrastra RenaTe Bas y siete enanitos al servicio de la infame madrastra.
A Franjanieves la adoraban todos los vecinos del Valle del Kas, incluso muchos de los habitantes del resto de Españistán alababan sus gestas. Junto a esos vecinos, Franjanieves recogía comida para los más necesitados y luchaba para que en el bosque del Valle del Kas nadie durmiera al raso, algo que hacía crecer su popularidad y la simpatía entre la gente, pero que a RenaTe Bas le enfurecía más y más, hasta el punto de tener a uno de sus enanitos encargado de dirigir a Franjanieves. Se trataba del enanito «Mudito«, al que encargó que rompiera ese idilio existente entre los habitantes del Valle y Franjanieves, algo que Mudito no era capaz de conseguir ni en el mejor de sus sueños.
Renate Bas tenía alrededor suyo a sus enanitos favoritos, «Constructor«, «Pelucas» y «Perdigoneu«, a los que daba privilegios tales como darles siempre el trozo de tarta más grande, mientras los enanitos «Barbitas«, «Azulejero» y «Graná de ná» se conforman con su pequeño porción de tarta correspondiente a cambio de no sufrir la ira de la irascible madrastra. No, no nos hemos olvidado de Mudito. Para él apenas hay tarta, pero lo suplen dejándole ir de vez en cuando a la tahona del pueblo, llamada Txistu, a recoger las migajas de lo que les ha sobrado a los tres enanitos de primera categoría.
Incluso estos enanitos de primera categoría se atreven a decirle a Mudito, cómo, con quién y cuándo se pueden juntar los vecinos del Valle amigos de su pupila Franjanieves. Los vecinos de este famoso y querido Valle se fueron hartando poco a poco de ver la pasividad de Mudito, el abuso de poder de la madrastra y el compadreo del resto de los enanitos. A este hartazgo contribuyó además uno de los bufones de la corte al servicio de la madrastra, de apodo «Rebaño«, encargado de dirigir uno de los panfletos de la corte en el que invocaban a los muertos, espiaban y seguían a los hijos de los habitantes más populares del reino, e incluso el pequeño bufón barrigudo se permitía el lujo de acusar de brujería a aquellos habitantes del Valle del Kas, a los que increpaba también por meterse con la berruga de Mudito y llamarle feo hasta el punto de casi hacerle saltar las lagrimas.
A los cabreados Vallekanos -así es como se conocía a estos vecinos-, ante lo difícil que se lo estaban poniendo para poder acompañar a Franjanieves en sus aventuras fuera del valle, no les quedó más remedio que tirar de ingenio y demostrarle todo su cariño antes de partir ésta a la corte dirigida por el enanito «Pelucas». Allí, Franjanieves estuvo prácticamente sola a excepción de algún despistado que no se enteró bien de cual debía ser el lugar ese día de los Vallekanos.
Por suerte, Franjanieves goza de una salud de Primera y así seguirá siendo si todo va bien y sobre todo si sigue rodeada de sus vecinos y amigos, que la cuidan y la protegen de enanitos serviles o Madrastras despiadadas, porque si algo tiene ese Valle es que «nunca se rinde». Fin de la historia, Miguelito.
Con la tontería se me habían sentado un par de abuelillos que escuchaban mi «gilicuento» y, nada más decirle a Miguelito que era el final de la historia, los dos al unísono me respodieron: «¡con dos cojones, sí señor!». El bueno de Miguelito no dijo nada, solo me miraba y, cuando llegó el abuelo y le preguntó si se había portado bien, le respondió que el amigo Leva le había contado el cuento de los abuelos de los Bukaneros. Miguelito es un jodido crack, una cualidad que quizás le venga dada con el nombre.
Para finalizar mis líneas, y como siempre hago, me gustaría elegir mi MATAGIGANTES de la semana. En este caso no se trata de un equipo ni de un jugador actual. Esta semana mi MATAGIGANTES es Wilfred Agbonavbare.
#FuerzaWilly
30 de Comentariosen este Artículo
jesusvs_txetxu
Muy buen texto, compañero. 🙂