Los sueños son historias que dibujamos en nuestra mente y que en ocasiones tienen un final feliz. En el caso de Yuma, va camino de lograrlo.
En mi vida diaria no soy de los que se jactan de tener cientos de amigos, quizás sí de conocidos, pero los amigos de verdad no son tantos ni por asomo. De hecho, creo más en la calidad que en la cantidad, en cuanto a la amistad se refiere. Si todo esto lo circunscribo al mundo del fútbol, en el que el interés, el dinero y los egos priman por encima de cualquier otra cosa, creo que la nómina de amigos de verdad se reduce casi a la mínima expresión.
En este grupo de elegidos, de mis elegidos al menos, puedo decir orgulloso que Yuma ocupa un lugar importante. Que haya defendido la franja que amo, tiene que ver bastante, pero en un hipotético ranking de méritos contraídos a la hora de ser merecedor de mi humilde amistad, no estaría entre los cinco primeros seguro. Lo cierto es que he tenido un trato mucho más cercano con él cuando ya no vestía dicha franja que cuando lo hacía. Son muchos los pequeños detalles que convierten a un tipo como Yuma en alguien muy grande y al que quieres siempre en tu equipo vital.
Yuma siempre se ha guiado más por su corazón que por su cabeza, pasional y racial a partes iguales, él siempre ha querido anteponer el sentimiento por delante de todo, la nobleza ha sido su marca de identidad y quizás eso en el actual mundo del balón redondo, no siempre te beneficie. Pero eso a él le da igual, no tuvo reparos a la hora de posicionarse de mi lado, en un rifi rafe que tuve con el que es ahora entrenador del Rayo Vallecano, cuando la postura más cómoda para él podría haber sido la de ver los toros desde la barrera.
La historia de Javier Monsálvez Carazo «Yuma» la podría firmar cualquiera de los cientos o miles de jóvenes ingenieros, médicos o deportistas -como en su caso- que se ven obligados a emigrar lejos de su país en busca de una oportunidad laboral, que en su propia tierra no encuentran o se le niega.
En el caso de Yuma, el destino le ha llevado a Oklahoma City y a una Liga, la NASL, poco o nada conocida en España y a un equipo, el Rayo OKC, que nace con más sombras que luces y que tiene en las oficinas de Payaso Fofó su germen. Su misión en aquel equipo era evangelizar aquellas tierras y tratar de enseñar a los oklahomenses -creo que se llaman así los habitantes de Oklahoma City- los valores rayistas que él había mamado desde pequeño y tan bien conocía.
La aventura no ha sido nada fácil para él y para su inseparable Ro -su mujer-. Muchos han sido los factores negativos que se han dado en su experiencia americana y que cada semana compartíamos gracias al bendito whatsapp. Desde que puso los pies en suelo norteamericano, creo que no ha pasado una sola semana sin tener charlas interminables sobre todo lo que estaba viviendo él y sobre todo lo que tenía que ver con su Rayo. Hace apenas 10 días, me llamaba -de nuevo bendito whatsapp- desde Dallas para contarme que estaban a un partido de hacer historia y meterse en los play off por el título de la NASL. Pese a los 8.000 kilómetros que nos separaban, se podía percibir la ilusión, la alegría y el tremendo orgullo de lo que estaba logrando.
Ayer, antes de jugar el último partido de la Liga regular, y con el equipo clasificado matemáticamente para play off la noche anterior -incluso sin jugar-, recibí un mensaje suyo que decía «Levaaaaaaa, amigo que ya estamos en play off, ¿quién me lo iba a decir?». Mi respuesta fue que una vez ahí, ahora tocaba ganar la LIga, lo cual sería un colofón espectacular a su aventura yanqui.
El próximo sábado, me tendrás pegado a la pantalla del ordenador siguiendo la semifinal contra el Cosmos de Nueva York y empujando desde Vallecas, para que además de perseguir el sueño americano, logres alcanzarlo amigo.
Alberto Leva