Ángel Carrascosa reflexiona sobre las raíces de un problema cuya solución puede estar al alcance de nuestra mano.
Ayer no hubo Liga, sí “Champiñón”, pero no jugó nuestro Rayo. Por eso, y porque además tenía muchas ganas, me he decidido a sacar la pluma y compartir con todos vosotros un par de reflexiones que están dando botes en mi cabeza y que pelean por salir de un modo u otro.
Desde la lejanía -quizás demasiado fría- que da el no tener ningún afecto ni interés personal en el tema, no quiero dejar pasar la oportunidad de compartir con vosotros mis reflexiones sobre la violencia en el fútbol y sus conocidas consecuencias. A riesgo de ser malinterpretado, me gustaría empezar por desterrar del discurso toda señal de hipocresía. ¿Por qué? Porque durante las dos últimas semanas se ha hecho, en numerosos medios, el mayor ejercicio de falsedad y desinformación que he visto en los últimos tiempos. Señores periodistas (o seres humanos que han terminado -o no- la carrera de Periodismo) que asisten al fútbol rodeados de ultras, cenan y compadrean con ellos, nos están regalando lecciones de moralidad sin que nadie se las pida, condenando además a la guillotina a cualquiera que, según su parecer, huela a radical o violento. Como digo, todo el que me conoce sabe que estoy en las antípodas de ese perfil hipócrita.
Quiero empezar por lo obvio: ¿qué es la violencia? Según Wikipedia es “el tipo de interacción humana que se manifiesta en aquellas conductas o situaciones que, de forma deliberada, aprendida o imitada, provocan o amenazan con hacer daño o sometimiento grave (físico, sexual, verbal o psicológico) a un individuo o a una colectividad”. Igual alguno, antes de hablar y escribir, debería haber leído esta definición.
Estamos mal acostumbrados a ser testigos, e incluso a veces partícipes, de todo tipo de violencia en los campos de fútbol, desde los profesionales a los más modestos e incluso en categorías infantiles, y es en estos últimos donde quiero empezar mi reflexión. Todos hemos visto como se genera violencia verbal y física delante de nuestros tiernos infantes y no pasa nada, es lo normal, el fútbol es así, es polémica, es pasión… ¡Y una leche! Con pasión hacemos el amor (cuando se puede), y no creo que todos los que llaman “hijo de…” al árbitro en un partido de cadetes se desaten verbalmente con su querida esposa los sábados por la mañana a la hora del acto. Bueno, alguno seguro que sí, de todo hay en este mundo.
Condenemos la violencia, luchemos contra ella, y volveremos a tener ciudadanos en lugar de ultras.
Imagina, querido lector, que ocurriría si en un campeonato alevín de ajedrez, un padre enfadado se levantara gritándole al árbitro: “¡hijo de una mujer que practica el oficio más antiguo del mundo! ¡Macho adulto cabrío!” ¿A qué cuesta imaginarlo? Pues seguramente, el chico que está jugando al ajedrez, y su padre, tienen en ese deporte puesto todo su interés y lo practican con toda la pasión de la que son capaces. Ojo, en tenis, por ejemplo, tampoco se suelen ver estas escenas, lo digo por si alguno tiene algo contra el ajedrez.
Sirvan estas breves parábolas para ilustrar lo que quería enfatizar, que hemos normalizado en nuestro fútbol la violencia verbal y, en algunos casos, la física, desde los escalones más modestos y tiernos hasta los más profesionales. Y no, eso no puede ser, no está bien. Este es un problema educativo y de base que hasta que no se erradique seguirá provocando situaciones lamentables a todos los niveles y generando una inagotable cantera de energúmenos futboleros maleducados. Esta es, a mi modesto parecer, la raíz del problema. El fútbol no es violencia, y ésta no debe de ser normalizada ni justificada bajo ningún concepto. No puede ser cotidiana. Condenémosla, luchemos contra ella, y volveremos a tener ciudadanos en lugar de ultras. Y lo que es mejor, quizás algún día los campos de fútbol serán por fin lugares donde poder ir tranquilamente con la familia.
Si el escenario anteriormente descrito lo identifico como la raíz del problema, el tronco está en el plano más profesional del fútbol, y aquí todo se complica. Sabemos cómo se organizan los grupos ultras y que, dependiendo del equipo, se suelen identificar con una u otra ideología política radical en concreto. Todo esto es público, sólo hay que echar una mirada a las gradas. Pero nadie mueve un dedo y, sin embargo, siendo un poco lógicos, parece que también tiene solución. Una solución, además, al alcance de nuestra mano.
Imaginemos que yo mismo cometo una infracción grave con mi coche un sábado en la Avenida de la Albufera, a 500 metros del campo, un día de partido y con un desenlace fatal. Entonces, algún vendepanfletos diría: “este tío es de la Peña Piti, e ideológicamente es un radical de Bob Esponja, así que ¡toda la Peña Piti fuera del Estadio de Vallecas! Y además ¡todos los seguidores de Bob Esponja también, por asesinos!” Por supuesto, los Manueles dedicarían un programa a demostrar los lazos de la Peña Piti conmigo, y a su vez con la mafia calabresa, etc. Pues no, coño, expulsadme a mí y no criminalicéis a todo mi entorno.
En la época 2.0, la de los terabytes y de los hexadatas, ¿cuan complicado es cruzar la base de datos de la Policía con la de los socios de un club y expulsar de los campos de fútbol a aquellos que tengan cuentas pendientes por delitos de violencia? Cuesta muy poco, háganme caso que de eso sí que sé. De primeras esto, luego eliminas toda simbología radical no vinculada con el deporte de los campos de fútbol, sea cual sea su signo y aplicas la ley. No suena demasiado complicado, pero hay que trabajarlo.
Yo he gritado, grito y espero no seguir gritando todo tipo de becerradas en mi grada. Soy el primer culpable: maleducado, primario. Me sentiré mucho mejor el día que sea capaz de dejar de hacerlo y sólo anime y nada más. Para eso me esfuerzo, para que mis hijas, y el resto de niños, puedan ir al campo y se ahorren tan lamentable espectáculo, y no lo imiten. Quizá una buena motivación para conseguirlo sea la amenaza de expulsión de los campos y la multa. El bolsillo suele doler bastante y hacernos más reflexivos. Ahí lo dejo.
Ángel Carrascosa