Cada fin de semana resulta una odisea tratar de seguir el partido del Rayo si no es a través de la televisión de pago o las redes sociales rayistas.
Lo siento, hoy voy a contarles una historia triste. La odisea de un aficionado que no puede escuchar los goles de su equipo, por más que lo intente, y que tiene que buscar medios alternativos para morderse las uñas acompañado de “algo”, ya nunca es “alguien”.
El hincha del que vamos a hablar es un aficionado con nombre y apellidos, pero podría ser cualquiera. Por eso le vamos a permitir vivir en este artículo sin un nombre. Se trata de un trabajador, como otro cualquiera, que los fines de semana se acerca al campo de fútbol de Vallekas para ver a su Rayo. Un aficionado que, cuando el tiempo y las obligaciones lo permiten, también acude a la Ciudad Deportiva para ver a los chavales o a las chicas defender la franja.
Nuestro hombre es un aficionado normal, de los que no dan carnets, que tras terminar de ver y disfrutar la importantísima victoria contra el Real Zaragoza quiso escuchar la rueda de prensa de Míchel. Tenía una media hora de regreso a casa y quiso acompañarla con las palabras del míster vallecano. Era un día para hacerlo, pues el partido había sido complicado y la semana muy larga. Contento y confiado, el rayista sintonizó Onda Madrid. Seguro que en “la radio del deporte madrileño” estaban alternando los partidos de la semana con las declaraciones de nuestro capitán. Pero no era así. Esperó y esperó, pero en las ondas se narraba el partido del Getafe, que está en Primera División. Y llegó a su destino sin rastro de la voz de Míchel. Tuvo que entrar en las redes sociales para leer, ya en pasado, las declaraciones que había ofrecido en rueda de prensa. Nuestro aficionado, que es en cierto modo comprensivo, entendió que, a nivel informativo, el Getafe está por encima del Rayo Vallecano de la misma forma que la Primera División lo está sobre la Segunda. Es cierto que Onda Madrid podía haber sacado unos segundos entre la retransmisión, entre jugadas sin peligro, cambios y otros menesteres poco relevantes para el aficionado, para darle voz al Rayo, a través de su entrenador, pero no pasó y el aficionado rayista, entre la lástima y la comprensión, lo dejó pasar.
Por supuesto, en las emisoras nacionales no había ni rastro, no ya del Rayo, sino de la denominada Liga 123, que solo parece servir para los playoffs de ascenso, cuando ya no queda fútbol de Primera que ver.
El domingo siguiente, el mismo aficionado salía de trabajar a las cinco de la tarde. Como todo rayista, había ido siguiendo el movimiento y la estadística de partido como había podido en la primera mitad, pero ahora salía con la ilusión de acompañar, otra vez, su viaje de regreso a casa con la narración del partido que disputaba el Rayo contra el Barcelona B y que, la última vez que lo había podido mirar, iba 0-1. No había ningún partido de ningún equipo de Primera División, por lo que esperaba encontrarse con una narración íntegra en la que pudiese enterarse de todo lo que acontecía. Sintonizó el dial y, sorpresa, encontró una suerte de música clásica. “No puede ser”, pensó, mientras movía la rueda intentando solucionar su equivocación al marcar la sintonía. Otra vez la misma música. Lo intentó una tercera, quizás no se acordaba de cuál eran los números exactos en los que debía sonar. Pero no, lo estaba marcando de forma correcta. Aquella emisora era “la radio del deporte madrileño” y allí no estaba jugando el Rayo Vallecano. No aquella tarde.
Resignado, el hincha revolvió la radio del coche, para buscar alguna otra radio deportiva en la que pudiese haber signos de que, al menos de vez en cuando, el Rayo aparecería por allí. Pero la búsqueda fue vana. Lo más que consiguió arrancar fueron dos interrupciones a la narración que Radio Marca hacía del partido entre el Málaga y la Real Sociedad –de Primera División, claro– en las que escuchó “¡gol del Rayo!, ¡otro de Raúl de Tomás, que se lo fabricó él solo y ya lleva veintidós!” y “¡gol del Barça B, que recorta el marcador, qué partidazo!”. En la primera interrupción supo, además, que el marcador ya marcaba un 1-3. En la segunda, que restaban unos 12 minutos para terminar. El resto del viaje fue rumiando sus nervios, su cabreo por no poder escuchar ni siquiera unos segundos, para saber si corría peligro el 2-3 o no, para saber si había tenido alguna ocasión, si seguía jugando con 11 o se había lesionado algún jugador. El descuento del encuentro lo vivió actualizando una y otra vez la lista del Rayo Vallecano que tiene guardada en su Twitter y deseando leer un “¡FINAL EN EL MINI ESTADI!”. Mientras caminaba hacia el portal entre el microinfarto y la esperanza pensaba que, como es palpable, la carrera del Rayo es una carrera solitaria. El rayista es un corredor de fondo. Nadie está con él, solo los otros rayistas. Y así tiene que terminar su carrera. Incluso sabiendo que, una vez llegue a la meta, si es que no abandona en alguno de los últimos kilómetros, los que ahora le ignoran y lo relegan a la última escala informativa, se sumarán a su éxito como si hubiesen estado ofreciendo su mano, su botella de agua y su avituallamiento durante todo el recorrido. Incluso se darán golpes de pecho y presumirán de camiseta franjirroja.
Por suerte, el rayismo hace mucho tiempo que perdió la inocencia y, a fin de cuentas, sabe que se está mucho mejor solo que en malas compañías. Y ya no sabe si será incluso mejor de esta forma. Así no tiene que rendirle cuentas ni agradecimientos a nadie. Porque en una maratón, al final, el rival es uno mismo y sus fantasmas. La soledad del rayista de fondo.