Un paso de gigante

Un paso de gigante

El Rayo doblega al Real Zaragoza (2-1) en un partido que se desató en la segunda mitad. Los golazos de Raúl de Tomás y Trejo mantienen al equipo de Míchel en ascenso directo.

El Rayo-Zaragoza no se empezó a jugar ayer; lo hizo mucho antes. Ayer solo terminó, pero el partido se venía jugando, sobre todo desde la capital aragonesa, desde el pasado lunes. Quizás por eso el partido comenzó como lo hizo. El Zaragoza se presentó en Vallekas como el niño que, tras llorarle a su madre, espera el rédito de la llantina y el puchero. Y mamá, en este caso el susodicho colegiado, consintió y accedió a sus peticiones. Siete minutos bastaron para descubrir algo que hace mucho tiempo está descubierto: que aquí el que no llora, no mama. Ciertamente, y tras ver el resultado de la propaganda y los lloros de los chicos del Heraldo, se echa de menos que, si Pilar clama a los cielos por la designación del colegiado, para provocar y condicionar su arbitraje, Carmen no se calle y conteste para defender lo que es suyo y evitar ser saqueada en su propio templo. Y eso, en Vallekas, ante la ausencia de medios madrileños que informen mínimamente del Rayo y lo defiendan como hacen con el resto, correspondería a directivos, cuerpo técnico y entrenadores. De nada valen el buenismo y la filosofía de Gandhi.

Siete minutos, decíamos, tan solo en siete minutos el colegiado Jorge Figueroa Vázquez ya había demostrado que, más que juez, lo que quería ser era parte. Se encaraba con los jugadores del Rayo, difería en los criterios, amenazaba con la amarilla al capitán en una tímida protesta, etc.; un despropósito que la máxima entidad reguladora se deje condicionar de esa manera. En lo deportivo, la contienda había comenzado con dudas. Ninguno de los dos equipos se volcaba al ataque y el espectáculo se podía ver mirando hacia el cielo y no hacia el césped. La grada visitante daba color mientras que la local enmudecía sus cánticos en el primer minuto con un aliento estentóreo y reivindicativo. “Esto es Vallekas”, parecía clamar. Después de una semana jugando, el partido había comenzado. Y lo hizo con un susto en el área zaragozana, cuando Abdoulaye Ba fue a rematar un córner e impactó su testarazo sobre el rostro de Simone Grippo. Su caída, hincando la rodilla y aparentemente sin conocimiento, acalló el ánimo del estadio por unos instantes. Pasó el sobresalto y los dos continuaron, aunque el zaguero del conjunto maño tuvo que ser retirado en el ecuador de la primera mitad y dio entrada a Perone.

Las escuadras se marcaban sin llegar a golpearse. Había excesivo respeto en los primeros minutos. El Zaragoza se parapetó atrás para proteger las entradas del Rayo y su única tentativa de ataque eran los balones largos a su estandarte Borja Iglesias, que buscaba las espaldas de Ba y Dorado sin éxito. El partidazo de los dos centrales franjirrojos secó durante todo el encuentro al ariete aragonés. Mientras tanto, el Rayo se desperezaba poco a poco y Álex Moreno empezaba a perfilar su banda. La primera ocasión clara del duelo llegó de sus botas en el minuto 20: un centro perfecto del mallorquín fue voleado por Raúl de Tomás a la izquierda de la puerta de Cristián Álvarez, aplaudido y estimado en su regreso a la que fue su casa. Catorce más tarde, en el minuto 37, y con el Rayo ya algo más volcado en el asalto, otro gran centro de Moreno culminó con un remate franco de Santi Comesaña que salió desviado de forma enigmática. Y hasta aquí llegaron las aproximaciones de peligro real a la meta del argentino por parte rayista; lo demás, tiros lejanos de Embarba y Baiano que se marcharon desviados. Trejo reclamó un posible penalti que no cobró el colegiado y que, además, le supuso la décima tarjeta amarilla, por lo que el Chocota no estará en la visita al Mini Estadi del próximo domingo.

El segundo envite empezó con un ambiente de modorra en lo que parecía la hoja de ruta de Natxo González. Ninguno de los dos equipos terminaba de asentarse como claro dominador. Ambos se jugaban la posesión en el centro del campo y el primero en golpear fue el Real Zaragoza, aunque la internada en combinación de Ros, Benito y Guti se marchó por encima del larguero sin demasiada intriga. Podríamos decir que fue la única ocasión de peligro del conjunto visitante, que apenas molestó a Alberto. Justo después, Míchel empezó a mover fichas y a lavarle la cara al marcador. El eterno capitán dio entrada a Bebé en el lugar de un Santi Comesaña que parece falto de pilas en el último tramo de la temporada y que, ayer, fue de las pocas notas desafinadas. El portugués, en cambio, salió enchufado. Su primera acción por banda culminó en un centro envenenado que a punto estuvo de sorprender a Cristian.

Se empezaba a vislumbrar el KO, con el Rayo dominando mejor los tiempos en el centro del campo y robando en la presión. Precisamente de una presión en ataque nació el primer tanto de los vallecanos. Raúl de Tomás, que había intentado meter un balón definitivo hacia Trejo, forzó la pérdida de Benito y en su giro para controlar murieron las esperanzas mañas de victoria. Miró a portería, midió los tiempos, acarició levemente el balón para desplazarlo y embocar la portería y ejecutó. Cruel, indómito, fiero. Un misil tierra aire directo a la escuadra; un golpeo salvaje y fanático, imposible para la bella estirada de Cristián. Tembló el travesaño con el impacto, que retumbó como el sonido de las gargantas de once mil fieles. Golazo. Uno de los disparos más plásticos e impíos que se recuerdan por Vallekas. Un asesino anda suelto…

Con el gol se tranquilizó el Rayo y empezó a desplegar su fútbol de toque con mayor prestancia. Sobresalían en la medular, como siempre, el inagotable Fran Beltrán y el vasquito Unai López, que no dejaba de limpiar bolsillos en la salida zaragocista y de agitar el campo de lado a lado, buscando la apertura de su rival para desvestir su retaguardia. Sería complicado encontrar una mejor pareja de mediocentros en la categoría. Su clínic es constante y latente, sin hacer demasiado ruido, pero favoreciendo con sus notas y silencios la sinfonía franjirroja. Ayudaba en la presión el killer, que bajaba a robar balones hasta casi la frontal del área en un gesto de entrega de esos que agradece la hinchada del barrio. En esos contextos andaba el encuentro, con el dominio ya más claro de los de Míchel y con el Zaragoza algo más abierto, pero siempre imantando el esférico a la presencia de Borja Iglesias, cuando un error en la salida de Mikel González propició el puñetazo definitivo sobre la mesa. Trejo desvalijó la frontal del área y, ante la escasa oposición, pues la defensa estaba saliendo con el balón controlado, fusiló al guardameta de los maños y aplicó cloroformo al partido. Otro golazo y otro estallido de alegría de un estadio que ayer vivió una de sus grandes tardes. Con las escuadras equilibradas –Raúl de Tomás a una, Trejo a la otra–, el Rayo ya dominaba al adversario a su antojo. Hacía circular la pelota en el eje central, buscaba la profundidad de Bebé para afilar la navaja por su banda y robaba con facilidad cuando el Zaragoza trataba de articular algún discurso. En definitiva, dejaba dormir al partido mientras Vallekas celebraba. Pudo, incluso, ampliar la renta con un disparo de Trejo que, esta vez sí, desvió Cristián Álvarez con una fantástica mano rasante.

Sin embargo, Vallekas no es lugar para la tranquilidad y el reposo. Bien lo conoce la grada local, que ayer vio como uno de los hombres que otorgan puntos con sus intervenciones puso a la hinchada al borde del infarto. Anotó el Zaragoza sin apenas aproximarse a portería. Un disparo centrado de Papunashvili se le coló a Alberto García por debajo de las manos cuando restaban dos más el descuento. Por un breve instante se hizo el silencio, la tensión se apoderó de los once mil rayistas y una vana esperanza se hizo hueco en la zona visitante. Era un espejismo. Ni siquiera el gol espoleó los arrojos y los de Natxo González no volvieron a inquietar a Alberto, que terminó el partido soltando rabia y abrazado por sus compañeros. Equipo; todos remando juntos en una dirección. La orilla se intuye ya a lo lejos, pero queda el último tramo, ese en el que las rocas están más cerca que nunca y cantan las sirenas. Llegar a puerto en primer o segundo lugar depende de la voluntad, la concentración y el carácter de los chicos de Míchel. Pero ver los destellos del faro a estas alturas es sinónimo de esperanza de gloria. Un paso de gigante.

Fotografía: Iván Díaz.