El ascenso del Rayo Vallecano se ha apoyado en varios pilares. Uno es el conocimiento de lo que significa Vallekas y del concepto «rayismo» de la plantilla y el cuerpo técnico.
No hay a quien pertenezca el ascenso más que a nosotros. Al Rayismo como tal. Al Rayismo como concepto.
No es casualidad la vuelta de jugadores a dar su último aliento futbolístico y poner su experiencia al servicio de jugadores más noveles. Óscar Trejo, Alejandro Domínguez, Emiliano Armenteros, Abdoulaye Ba, Bebé.
Los tres primeros, argentinos, herederos de un fútbol distinto, de un fútbol de esencia, de un fútbol ligado al elemento principal del mismo: la afición. Y bien saben que la afición de Vallecas cala hondo.
Tampoco es casualidad que Alberto García, un completo desconocido para el club, el primer día en el equipo, dijese que no podía estar más orgulloso de recalar en una entidad como la rayista, donde el fútbol se vive de una manera especial, donde el fútbol es el eje sobre el que giran un montón de conceptos más. Por esto, tampoco es casualidad que desde los primeros meses diese un paso al frente y recogiese el brazalete de capitán. Nadie como él, un recién llegado, para representar ya no al equipo, sino a la grada, en el césped.
Y tampoco es casualidad el liderazgo de un banquillo formado por aquellos que estuvieron en los años más duros de la 2ªB. Capitaneados por un ídolo de masas rayistas como Míchel Sánchez y flanqueado por Salvador Funet y Rubén Reyes, entre otros.
Esta gente está aquí. Podría no estarlo. Pero están aquí. Y están aquí porque entienden, sencillamente, que el Rayo es un club de fútbol tan diferente que no es precisamente el fútbol lo que nos marca la diferencia.