El Rayo empata en Granada (2-2) en un partido claramente marcado por la terrible actuación arbitral del nefasto Hernández Hernández.
Hace unos años, cuando era apenas un adolescente, caminaba una noche de regreso a casa. Aquella tarde había estado estudiando en la biblioteca y había ido a entrenar con mi equipo de fútbol sala. Había sido un buen día y me sentía feliz. Hasta que, de pronto, de una esquina, salieron tres tipos, más mayores que yo, me pusieron una navaja en el costado y me robaron el abrigo. La tranquilidad con la que andaba se convirtió en una sensación de inseguridad, rabia e indignación con la que volví precipitadamente a casa.
La misma historia la vivió el Rayo en su visita a Los Cármenes. El conjunto de Iraola había hecho una primera parte fantástica, en la que había dominado a su antojo el partido, el tempo y el marcador. Combinaba como quería, tocaba y tocaba el balón en el centro del campo y abría a las bandas para asediar la portería granadinista. Catena abrió la lata con un fantástico remate al córner botado por Isi y, minutos más tarde, Sergi Guardiola culminaba con maestría una fabulosa jugada de tiralíneas del equipo rayista. El dominio era abrumador y el Rayo caminaba feliz de regreso a su casa.
Hasta que, de una esquina, aparecieron los atracadores.
Primero, el chulesco Hernández Hernández perdonó la segunda amarilla a Petrovic –algo que hubiese cambiado el signo del partido, sin duda– para, en los inicios de la segunda mitad, castigar a Santi Comesaña por la misma jugada y dejar al conjunto visitante con un jugador menos durante prácticamente toda la segunda mitad. Es verdad que la entrada de Santi es absurda, innecesaria y una muestra más de que igual no tiene los mimbres necesarios para esto. Pero también es verdad que la de Petrovic era idéntica y, por lo tanto, siguiendo la lógica, tendría que haber dejado al Granada con diez mucho antes del intermedio. Comenzaba a mostrar la cara un arbitraje más digno de la mafia que de una institución deportiva como LaLiga. Aunque, en las últimas temporadas, cuesta mucho encontrar la diferencia entre una y otra.
Hablar de fútbol a partir de esa jugada es absurdo. Porque aquello no era fútbol. Era una persecución. Un equipo arbitral empeñado en que perdiese un equipo al que, pese a su admirable ahínco, solo consiguieron arañar dos puntos y no los tres que querían dejar en Granada.
Evidentemente, los goles del Granada llegaron. Y no, aunque pueda parecer mentira, no los marcaron ni Hernández Hernández ni Iglesias Villanueva, que más que árbitros parecían bandoleros. Como si el Aceituno y el Lagartijo se hubiesen aliado para otorgar una injustísima victoria a sus secuaces. Uno se imagina a los peces gordos de La(corrupta)Liga frotándose las manos y abrazándose con el gol de Jorge Molina, imaginando ya el 3-2 definitivo. Iglesias Villanueva, encargado de ese invento inútil que es el VAR, se quiso sumar a la fiesta. Lo hizo señalando un penalti increíble por unas manos de Mario Suárez que -¡sorpresa!– no tocó el balón con la mano. Pero ante la inoperancia del conjunto nazarí para marcar, incluso con un hombre más, Hernández Hernández señaló el punto de penalti como, seguramente, le habrían indicado sus jefes. Porque un robo tan evidente no puede, ni debe, ser casual y sí premeditado. El penalti lo marcó Milla –porque el reglamento impide que lo lance el colegiado, aunque hubiese sido ya la culminación de oro al esperpento– para jolgorio de una hinchada nazarí que se sentiría orgullosa, pese a que lo vivido era para sentirse más bien sucio. Por la manera de conseguir un punto y, más allá, porque a pesar de jugar un partido claramente dirigido para terminar con su victoria no fueron capaces de pasar del empate. Pudo anotar el definitivo 3-2 en un cabezazo postrero (imagino a Iglesias Villanueva y a los jefazos de LaLiga entonando el “¡Uy!” desde su cueva), pero el larguero lo evitó. También pudo anotar Mario Hernández el 2-3, pero el balón se coló entre sus piernas en la última acción del encuentro.
Al final, pese a la indignación y la rabia, el Rayo consiguió ese punto que LaLiga, Hernández Hernández e Iglesias Villanueva hicieron todo lo posible porque no consiguiera. Un punto que, a la luz de los acontecimientos, y viendo que los de Iraola jugaron contra once jugadores y cinco árbitros, es un punto de oro para alcanzar el objetivo. Al menos, los franjirrojos salieron vivos –y, como yo, aquella noche, volvieron a pie a casa (en este caso habría que cotejar si no fue porque Hernández Hernández le robase el autobús)– del atraco a navaja en Los Cármenes y aumentaron la distancia con la zona roja. La única duda que queda es la siguiente: ¿Qué anillo del infierno de Dante habitan los árbitros de la Liga española?
Imagen destacada: EFE