El Rayo naufraga con toda justicia (1-0) ante un Leganés que fue muy superior durante todo el partido. Los de Michel acabaron el partido con dos disparos entre los tres palos.
Un mal planteamiento suele acarrear dos cosas: una mala ejecución y un peor resultado. Y lo del Rayo, ayer, es solo una demostración. No habían salido aún los equipos al verde y los de Vallecas ya habían perdido el control sobre el timón de su barco, sobre el partido y sobre la pieza fundamental del juego: el centro del campo. Michel decidió prescindir del músculo de Imbula en la línea medular de tres cuartos para dar entrada a Medrán y Santi Comesaña y el equipo se resintió desde los primeros instantes.
Falto de intensidad y dominio, no encontraba el Rayo su lugar en el campo, como parece que no se está encontrando a sí mismo en este inicio de campeonato. Tan perdido estaba el conjunto visitante en Butarque que cuando el Leganés puso el 1-0 en el marcador todavía no había pisado la zona comprometida de su enemigo. Álex Moreno cedió metros de más y mostró escasa contundencia para despejar un balón escorado. El centro se dejó ir hasta los pies de Guido Carrillo que remató a placer y cruzó al pie cambiado de Alberto. Ahí murió el partido, si es que alguna vez había visto la luz. Los pepineros controlaban con mano dictatorial todo lo que tuviera que ver con el balón. A su antojo, movían las líneas del Rayo, que, lengua fuera, no hacía otra cosa que perseguir sombras.
Nada inquietaba el marcador, ni, por supuesto, el control del partido que ostentaban los de Pellegrino, que ganaba con creces el tablero a su rival en el banquillo. Intentó ampliar distancias Michael Santos en dos ocasiones consecutivas. En la primera cruzó en exceso después de recibir un balón a la espalda rayista. En la siguiente se encontró con Alberto García, que le cerró la vía del segundo gol con una gran intervención por abajo. La escuadra pepinera se mostraba tan cómoda sobre el terreno de juego y era tan consciente de la falta de profundidad de su rival que le entregó el dominio territorial a los vallecanos. Y en esa tierra de nadie murió la primera mitad del encuentro, no sin otro susto en el área franjirroja: otro desajuste en el que la defensa se mostró mantequillosa y Ba salió a defender con la aptitud de un niño de cinco años en el patio de un colegio terminó con un remate idéntico al primer tanto de los blanquiazules que, esta vez, no besó la red.
Todo hacía presagiar que el Rayo cambiaría algo en el intermedio, que Michel movería fichas y trataría de inculcar algo de intensidad a los suyos, pero el entrenador rayista apenas entró al vestuario unos segundos. Sin embargo, tras el descanso, lo que hizo el míster de los visitantes fue pulsar el botón del piloto automático. Embarba y Álvaro García, on; Bebé y Kakuta, off. Nada nuevo. Y nada nuevo significó su entrada sobre la imagen que dio el equipo vallecano. El Rayo regresó al césped con la misma mala cara y con los mismos malos procedimientos. Como el mal estudiante que, en septiembre, se presenta por la puerta del instituto sabiendo que no hay nada que rascar. Es más, en el desconcierto pudo remachar el partido el mismo Carrillo que lo había apuñalado a los catorce minutos, pero su remate a placer se marchó desviado.
Un minuto después llegó la primera ocasión de relativo peligro de los franjirrojos. Corría en el marcador el minuto 57. La buena jugada rayista, tal vez su única triangulación de cierta enjundia, terminó con un magnífico centro de Advíncula al que Medrán no consiguió imprimir fuerza con su remate. Se fue a las manos de Cuellar y quizás fuese la única vez que el guardameta pepinero abrazó el balón con seguridad. Pero ni siquiera eso fue capaz de explotar el equipo dirigido por Michel. Lo único reseñable que dejó el partido en la segunda mitad pasó por Medrán. Para lo bueno y para lo peor. Un magnífico libre directo del centrocampista puso a temblar el larguero y la grada de Butarque. Más tarde, una patada a destiempo, absurda y sin sentido como todo lo que gira en torno al Rayo, certificó su flojísimo partido y lo mandó a la caseta por una doble amarilla que acreditó para ser roja directa. También Abdoulaye Ba había rondado segundos antes, otra vez, y por una tontería similar a la de semanas atrás, la expulsión. No quedó tiempo para mucho más en un partido tan aburrido como justo en el resultado. Solo Alberto García evitó el segundo tanto del Leganés en los últimos minutos. Su parada al cabezazo de Gumbau fue descomunal. Como el batacazo del Rayo, sin ideas, sin fútbol y sin una línea medular que ponga a jugar al resto: ni Trejo, ni Medrán, ni Comesaña hicieron méritos para volver al once titular en el próximo partido. Sí lo hizo Pozo en los pocos minutos que vistió la franjirroja sobre el césped de Leganés.
En definitiva, Butarque vivió un partido plácido en el juego y el resultado. Un derbi que se presentaba como “el de las esperanzas” y en el que el conjunto rayista desesperó a su afición con una paupérrima propuesta futbolística en el que ni siquiera atestiguó una mísera capacidad de reacción. El enfermo tiene mala cara. Pero lo peor es que su médico no dio muestras de saber qué tratamiento probar. Suman las jornadas, pero por el momento no lo hace el casillero. Aunque no es eso lo peor. Sí lo es el abandono, la dejadez, la desidia mostrada en el césped. Las dichosas sensaciones. La nada y el cajón desastre. La ausencia de carácter y de ideas. La rabia del hincha. El vacío. La crónica de un naufragio anunciado.
Jesús Villaverde Sánchez