El Rayo repite por enésima vez el mismo partido de siempre y cae derrotado en Eibar (2-1) tras ponerse por delante en el marcador con un golazo de Pozo. Nueva oportunidad perdida para apretar la zona baja.
Se acabó. El Rayo es un muerto. Un panoli que deambula por los demás estadios esperando que alguien lo vuelva a ajusticiar. Si el equipo de Vallekas viviese en una de esas series televisivas de bucles temporales, el conjunto de la franja sería ese tontín tierno que revive una y otra vez su muerte. Ese payasete que, al final, ya ha dejado de hacer gracia y solo da lástima al espectador.
Quién iba a decirle a Camilo Sesto, allá por 1978, que la letra de su reciente éxito, Vivir así es morir de amor, iba a encontrar su horma más de cuarenta años después en la hastiada afición rayista. “Ya no puedo más, ya no puedo más, siempre se repite la misma historia”, cantaba el artista. La misma historia, para el Rayo, es ponerse por delante en el marcador para acabar perdiendo, irremediablemente, de todas las maneras posibles. Se ha mirado mucho, quizás demasiado, al banquillo durante toda la temporada, pero da la sensación de que si el elegido para hacerse cargo del equipo hubiese sido el mismo Pep Guardiola, el catalán, para muchos el mejor entrenador del mundo, estaría sumando el primer descenso en su lustroso curriculum.
No hay remedio. La situación es tan plomiza que hasta se hace difícil sentarse delante del televisor o en el estadio para ver un nuevo ridículo de esos mercenarios que se supone defienden la franja, muy lejos de honrarla. En Eibar, Paco Jémez alineó al mismo once que se había dejado empatar ante el Betis en otra nefasta segunda parte. Suponemos que aquello que vio el pasado domingo gustó al entrenador canario. Los primeros minutos podrían definir a la perfección el partido: el Eibar dominaba con absoluta fiereza en la presión –hasta tres hombres cercaban las líneas de pase de los de Jémez– mientras que el Rayo abandonaba todas sus señas para intentar atacar con balones a la carrera de Bebé, que de manera infructuosa intentaba ganar la espalda de sus rivales, anteriormente compañeros. En los primeros cinco minutos, el conjunto armero había gozado de cinco oportunidades de relativo peligro frente a la portería franjirroja. Charles, Rubén Peña y Marc Cardona fueron los que tantearon la suerte del gol en los primeros compases.
Cuando se desperezó el Rayo habían pasado ya 21 minutos. Sin embargo, el potente centro-chut de Bebé, desviado a córner por Dmitrovic, abrió un carrusel de ocasiones franjirrojas. Poco después, Raúl de Tomás se giraba en el área y soltaba un zurdazo cruzado que se marchaba a la derecha de la meta eibarresa. El ariete rayista, cuadruplicando como siempre el pundonor de sus compañeros, volvió al ataque en la siguiente acometida, tras una buena combinación desde la izquierda, pero su remate se marchó rozando el palo. También lo intentaría Medrán con un lanzamiento muy lejano que miró al larguero por encima del hombro. El Rayo había desactivado a un Eibar voluntarioso, pero poco intimidante tras los primeros minutos. De hecho, su ocasión más clara de la primera mitad fue el preludio del gol que pondría al Rayo por delante. Un error clamoroso con la inconfundible firma de Abdoulaye Ba dejaba solo frente a Dimitrievski a Kike García, pero el delantero acusó la sorpresa del regalo y la figura agigantada del arquero macedonio, que consiguió empequeñecer el hueco libre y, con su paradón, dar comienzo al gol de sus compañeros. En la contra, Raúl de Tomás recibía un balón entre líneas en el pico del área, se giraba para acomodarse el balón de cara al disparo, pero en el último momento cedía a Pozo, en mejor posición, para que el mediapunta fusilase a Dmitrovic con una rosca sutil al ángulo. Golazo. Terminaba el primer tiempo con el Rayo por delante, aunque visto lo visto esta temporada, eso no era garantía de nada.
En el intermedio hubo dos cambios. Mendilibar dio entrada a Pedro León en el lugar del citado Kike García, mientras que el Rayo, íntegramente, se cambió por el Panoli Fútbol Club, un circo ambulante que volvía a hacer aparición sobre el verde solo tres días después de la última función. La metamorfosis fue instantánea. Solo tres minutos después del pitido que iniciaba la segunda mitad, un balón se paseaba, amenazante, por el área pequeña del conjunto visitante sin que ningún rematador lo encontrase. Lo despejó Álvaro García, que pudo ser la única cosa que hiciese en el partido. Con los cinco millones de euros de su fichaje, yo me podría estar tomando cinco millones de cervezas y el resultado futbolístico sería exactamente el mismo.
El Eibar se hacía grande y solo era cuestión de tiempo que llegase el empate. Lo pudo lograr el equipo armero con un remate a la media vuelta de Cardona que detuvo Dimitrievski y también estuvo cerca Charles, que no alcanzó a conectar un centro lateral de Cote que cruzó todo el área con gesto manso. No obstante, Charles iba a perdonar solo una vez. En la siguiente jugada, en el 63, el centrodelantero puso las tablas en el marcador con un cabezazo sencillo ante la pasividad de un Jordi Amat del que no se recuerda la última vez que ajustó un marcaje al hombre de forma correcta. Como aficionado rayista que acumula más de treinta años de penitencia, resulta un castigo demasiado grande tener que ver como el central, sin alma, actitud ni aparentes ganas de nada, porta el brazalete de capitán que han atesorado nombres como Cota, Míchel, Amaya o Piti. Verdaderamente terrible su comparecencia en esta 2018/19.
Había empezado la función del espectáculo de variedades vallecano. Y cuando hace pop, ya saben. Nuevamente, el equipo ahora de Jémez, antaño de Míchel, se iba a dejar remontar un resultado favorable en apenas diez minutos. La quincuagésima subida ineficaz de Álex Moreno iba a dar con la banda izquierda sola y abandonada en el contragolpe, algo de lo que Cote –magnífico su partido– se iba a dar cuenta para enviar un balón largo y medido a los pies de Pedro León. El murciano, presionado solo por un Bebé voluntarioso pero fuera de zona, consiguió batir por debajo de las piernas a Dimitrievski ante la atenta y dócil mirada del mismo Amat que, minutos antes, había contemplado como Charles remataba a placer. El segundo tanto del Eibar mató lo que ya llevaba muerto varios minutos, horas o quizás meses. Solo volvió a hacer aparición el Rayo, o el Panoli FC, por el área de los de Mendilibar en el descuento, con un disparo que Mario Suárez no envió a la grada de Ipurúa porque en ese fondo no existía.
Se acaba otra jornada y restan tres puntos menos para cerrar el annus horribilis. Otra semana en la que volveremos a escuchar las palabras vacías de entrenador, cuerpo técnico y jugadores. Otra vez los mismos mensajes de ánimo prefabricados en redes sociales, el #JuntosPodemos y el soy del Rayo y no me rindo. Pues no, señores y señoras, soy del Rayo y, sí, me rindo. Me rindo ante la inoperancia absoluta de una plantilla nula, me rindo ante la falta de ganas de buena parte de la misma, porque a veces no es solo cosa de aptitud, sino también de actitudes. Lo mejor que le puede pasar al Rayo es que se deje de tonterías y empiece a pensar en planificar de la mejor forma posible la temporada que viene. Solo así podrá regresar cuanto antes a Primera División. Y que busque un director deportivo, no sin antes erigirle una estatua en Vallecas a Cobeño, pues es difícil confeccionar una plantilla más descompensada y con menos equilibrio. Un equipo que todavía, tras el empate entre Huesca y Celta, campa en la clasificación un puesto por encima del que correspondería a su calidad, actitud y ganas de sobrevivir. Una plantilla sin valentía, sin coraje y sin nobleza.
Jesús Villaverde Sánchez.