El Rayo volvió a ganar ante el Valencia (2-0), nueve jornadas después, y sueña con reengancharse al tren de la permanencia
La urgencia contra la tranquilidad. El Valencia llegaba a Vallecas con el sosiego de la victoria frente al Real Madrid mientras que el Rayo Vallecano necesitaba ganar sí o sí para mantenerse en la pelea de la permanencia.
Buscó la revolución Paco Jémez. La alineación del Rayo parecía un ultimátum. Ganar o perderlo todo. La principal novedad, por inesperada, era el regreso del capitán Alberto García a la portería. En defensa, Tito se asentaba en el lado izquierdo y dejaba el flanco derecho al peruano Advíncula para que Álex Moreno subiese a su posición natural: la de extremo izquierdo. En el centro del campo, Embarba ocupaba el lugar de Trejo como trequartista y acompañante del martillo pilón Raúl de Tomás.
Comenzaba el encuentro con el conjunto visitante jugándole al Rayo a traición. Varios balones a la espalda de Tito terminaban con ocasiones de Ferrán. La primera la envió fuera el canterano ché y en la segunda renació, para pesadilla de algunos, Alberto García. El guardameta achicó la meta para negarle el gol. El Rayo trataba de asentarse en el campo y no alcanzó el área hasta pasado el minuto 10. Fue Embarba, que, a lo vallecano, tras robarle la cartera a Parejo dentro del área, disparó demasiado cruzado.
El guión se delineaba con facilidad. Los visitantes endurecían la presión sobre medular vallecana, lo que propiciaba muchas pérdidas continuadas. No obstante, poco a poco, los locales se deshicieron del nudo valenciano que los maniataba para empezar a tener presencia en ataque. Bebé contestaba con un centro chut desviado al intento de gol olímpico del capitán ché y, poco después, una internada del portugués terminó con un centro que despejó la retaguardia valencianista cuando Raúl de Tomás se relamía.
Entonces, cuando el Rayo empezaba a desperezarse, el árbitro decretó un penalti bastante riguroso a favor de los de Marcelino. Parejo cogió galones y se enfrentó a la pena máxima. Y su lanzamiento, que hizo honores a la expresión, terminó en manos de Alberto García, alias el renacido. En ese momento, clave en lo psicológico, quizás se reenganchó una hinchada que ya necesitaba una alegría como agua de mayo.
Agua fue lo que empezó a caer sobre el estadio poco después. Justo cuando Embarba se lanzaba a presionar a Diakhaby como el tiburón que huele la sangre o el asesino que se alimenta de la debilidad de su presa. El de Carabanchel consiguió robar el balón y teledirigir un centro raso al segundo palo, y allí esperaba otro tiburón, el más letal. El asesino silencioso Raúl de Tomás recogía el envío y lo depositaba en la red de Neto para soltar rabia en la celebración. Quizás si no jugase en el Rayo, el atacante franjirrojo ya tuviese en su museo personal una zamarra de la selección española con su nombre a la espalda.
Marcó el Rayo y empezó a diluviar. Lo truenos y algún rayo festejaban la momentánea victoria local cuando, justo después del 1-0, el propio Raúl de Tomás estuvo cerca de anotar de nuevo con un disparo cruzado que buscó la escuadra izquierda de Neto. La primera mitad tocaba a fin con un arco iris esperanzador para la parroquia franjirroja. Aunque los fantasmas seguían ahí.
De regreso, el signo del partido parecía cambiar por un instante. Una doble ocasión de los visitantes hacía temblar a Vallecas. Rodrigo disparó contra las piernas de un Pozo que fue al suelo con desesperación y, en el rechace, volvió a lanzar un zurdazo que acabó en las piernas de Kondogbia. Bajo palos, el mediocentro lo envió a las nubes y casi al córner, en una acción más difícil que introducirla en la meta de Alberto. El Rayo, respondón y contestatario, tuvo otro par de arremetidas en las botas de Bebé, que se la jugó en solitario cuando tenía varias opciones, y de Raúl de Tomás, cuyo tiro cruzado salió desviado.
Se veía derrotado Marcelino y en ese momento hizo aparecer su artillería pesada. El portugués Guedes y el francés Gameiro entraron para dar sustitución a Rodrigo y un Ferrán que fue de más a menos. El movimiento agitó un poco la arquitectura del duelo y, por momentos, el Valencia pareció hacerse demasiado grande para un voluntarioso Rayo. En dos minutos, lo chés dispusieron de dos ocasiones de muchísimo peligro. Una gran combinación dio con el balón en posición franca, al borde del área, en los pies de Parejo. Alberto respondió con una fantástica intervención que repetiría en la siguiente jugada, esta vez a disparo de Guedes.
Paco Jémez aceptó la partida de ajedrez y movió piezas. El técnico vallecano puso en juego a Álvaro García en el lugar de un tocado Álex Moreno y, minutos después, al debutante Uche Agbó por Bebé. El Rayo recuperó sensaciones y cambió el plan de partido a los contragolpes. Lo intentó Embarba con un disparo manso a las manos de Neto y la tuvo Raúl de Tomás en una aproximación clarísima, tras un gran centro lateral de Advíncula, aunque la sacó Neto a bocajarro en la parada del partido. Sin , para jolgorio y tranquilidad de los vallecanos, en ese «¡uy!» se escondía el preludio del éxtasis. A la salida del córner entre las torres de Serranos y Quart se elevó un ex valencianista, Mario Suárez, para cerrar con un testarazo el marcador, ya en el descuento y regalar la certeza que el rayismo llevaba imaginando nueve semanas y media: ganar es la hostia.