Lo de siempre

04/11/2018
Lo de siempre

El Rayo perdió (2-3) tres puntos en tres minutos después de remontar el tempranero tanto culé. Dos imperdonables errores defensivos tumbaron a un Rayo que jugó el mejor fútbol de la temporada, pero terminó muriendo en la orilla.

Al final, lo de siempre. La lógica se impuso en el Estadio de Vallecas de la forma más cruel, sobre la bocina, dejando a los franjirrojos en un knock-out técnico y, virtualmente, a seis puntos de los puestos de permanencia. Míchel anunciaba cambios y un supuesto plan B para jugarle al Barcelona de Valverde, que, sin Messi, venía de endosarle un engañoso 5-1 al Real Madrid la semana anterior.

Pero todo se tradujo en el mismo once de siempre, ese que no está dando resultados. Con Míchel, la sensación que queda es la de aquella fantástica frase que dejó Toshack para los anales del fútbol: “los mismos once cabrones de siempre”. No se atisbaba ni la novedad ni el plan B del vallecano, salvo que este fuese reforzar el lateral derecho para parchear las arrancadas de Jordi Alba con la ayuda de Embarba, único extremo que dispuso, y dejar libertad de subida a Álex Moreno frente a un lateral menos alegre como es Sergi Roberto.

Si ese era el plan, enseguida quedó en evidencia. No habían pasado ni diez minutos y Jordi Alba ya había percutido en varias ocasiones la espalda de Advíncula, que se ha desinflado en estas once jornadas. Y en una de esas marcó el conjunto culé. Eran incontables las ocasiones en las que el Barcelona se había volcado hacia su flanco izquierdo que, en una de ellas, el carrilero blaugrana levantó la cabeza, cedió a Luis Suárez y el uruguayo remachó a placer. Inaceptable la falta de ganas y el trote cochinero con el que Advíncula volvía para defender a un Luis Suárez que estaba completamente solo. Los de Valverde habían repetido la jugada con la que Coutinho, missing en Vallekas, abrió la lata frente a los merengues. No fue la primera vez, ni sería la última, que el lateral derecho del Rayo le costaría un disgusto a la parroquia local.

Dominaba el Barça la pelota sin apenas oposición. El control sobre los espacios era absoluto, en parte por la permisividad del Rayo, al que no se le atisbaba ni un ápice de un plan, ni B ni A, para competir el partido. Un desesperante Imbula perdía el enésimo balón por recular y no jugar fácil y Jordi Amat veía la tarjeta amarilla a los cinco minutos. La pasividad y el ombliguismo del mediocampista franco-belga empiezan a ser un lastre para el conjunto vallecano. Entre todos estos acontecimientos, los primeros minutos del partido eran los de un equipo de Champions contra uno de Segunda B. Y quizás esa superioridad fue lo que adormiló al Barcelona, que se acurrucó en su ventaja mínima.

Al contrario que los de Valverde, el Rayo despertó a la media hora. Por primera vez, pareció un equipo de Primera División. Lo hizo gracias a una jugada combinativa que terminó con un centro de Raúl de Tomás a las botas de Pozo, que lanzó fuera cuando la grada ya cogía la bocanada del festejo. Fue el preludio del gol. La siguiente jugada, esa sí, Pozo recibió un balón en la frontal del área y la paraboló a la esquina, rasa, pegada al palo, que la repelió a la red sin que Ter Stegen pudiese hacer efectiva su estirada. El Rayo se hacía con el cetro y Trejo empezaba a parecerse al gran futbolista que ha demostrado ser por primera vez en toda la temporada. La primera parte habría concluido sin sobresaltos si Luis Suárez no hubiese enviado una banana a la cepa del palo de un Alberto ya vencido que miró y rezó para que la bola no acabase en su red.

La reanudación se disfrazó con las mismas pieles que el inicio de la primera mitad. El Barcelona parecía mejor plantado que el Rayo, pero ahora los franjirrojos se sabían más peligrosos que antes para los intereses del líder. Y así fue. Un magnífico centro de Embarba fue cabeceado al palo por Raúl de Tomás a la madera, pero Álvaro García, que había salido un minuto antes en sustitución de Trejo (incomprensible el cambio), remachó la jugada y aplicó cloroformo a un Barcelona que, desde entonces, no hizo más que sestear sobre el campo. Se le hacía muy incómodo el equipo franjirrojo, con un Raúl de Tomás que incordiaba a la línea defensiva y retenía el esférico para distribuirlo a la línea medular; una pareja Jordi Amat-Gálvez que aplicaba medidas dictatoriales a Luis Suárez, Coutinho y un paupérrimo Rafinha; y un Pozo que se disfrazaba de dandy y que reclama su lugar en el once titular de Míchel en cada una de sus acciones. En resumidas cuentas, el Rayo estaba bailando al Barcelona.

Hasta que se empeñó en tirarlo todo por la borda. Primero Míchel, que retiró a Raúl de Tomás de forma incomprensible si no era por lesión. Álex Alegría peleó todo por alto, pero resultaba mucho más cómodo para Piqué y un perdidísimo Lenglet. Más tarde, cuando Gálvez se lesionó, el entrenador decidió meter a Velázquez, a pesar de que Valverde había renunciado ya a todo fútbol para meter centros laterales. La lógica indica que Abdoulaye Ba era la pieza indicada para defender el resultado en los últimos minutos, más teniendo en cuenta que Piqué ya actuaba como delantero. Una torre siempre defiende mejor a otra. Pero no, el técnico vallecano decidió lo contrario y Velázquez cumplió el expediente de la mejor manera que pudo.

El resto, lo de siempre. De un balón llovido, Piqué se sacó una asistencia y Dembelé, libre de marca, inexcusable en el minuto 87, remató cruzado a la red. Sin tiempo de digerir el agua fría, en la siguiente jugada, otro centro lateral, y el quincuagésimo espacio sin cubrir del decepcionante Advíncula y de un flácido Embarba, dejó a Luis Suárez en boca de gol para darle la puntilla a un Alberto que fue testigo bajo palos de cómo el Rayo volvió a dejar escapar los puntos de la manera más tonta, absurda e inocente posible. A día de hoy es impensable que el Rayo vuelva a ser Matagigantes y rasque puntos a los grandes. Si no lo hizo esta vez… Al equipo de la Albufera le falta la picardía y el oficio que sí demuestran otros equipos de su liga como el Getafe de Bordalás o el Leganés de Pellegrino (a día de hoy, a años luz de los vallecanos). Las sensaciones fueron buenas, sí, incluso el fútbol practicado lo fue, pero las palabras bonitas y las palmadas en la espalda no alimentan la necesidad de puntos de un equipo al que esperan Villarreal y Valencia y que podría terminar el mes de noviembre con escasos seis puntos en su casillero. Jugamos como nunca, perdimos como siempre, que decía aquel. Pero el fútbol no espera a nadie, ni tampoco es justo o injusto. Siempre gana el que más veces mete la pelotita entre los tres palos. No hay más preguntas, señoría. Lo mejor de este resultado, que esta no es la Liga del Rayo de Míchel; lo peor, que se pueda empezar a pensar que la Primera División tampoco lo sea.

Jesús Villaverde Sánchez