El Rayo regala la primera parte al Getafe, trata de reaccionar sin éxito en la segunda y sale derrotado del Coliseum.
Sigue la cantinela. El Rayo cayó por la mínima (2-1) en su visita del Getafe, pero en lo que es oficio y ganas, el cuadro de Bordalás pasó por encima al de Míchel.
Había ganas de este enfrentamiento, ya fuese en los bares aledaños al estadio azulón o en la notable presencia de la hinchada rayista, que llegó al campo acompañada de un enorme despliegue policial y estuvo cantando y poniendo el ambiente al encuentro. Quizá de lo poco positivo que puede llevarse un rayista del día de hoy sea que la afición no abandona.
En cuanto a lo puramente futbolísitico, la Franja se presentaba en el verde con Tito quitándole el puesto a Advíncula y con la sempiterna presencia en el centro de unos cuestionados Imbula y Trejo, llegando el argentino con este a los 100 partidos oficiales con el Rayo. Enfrente, un Getafe que tenía muy claro a qué jugar, y así lo demostró desde el comienzo. El cuadro de Bordalás salió desde el inicio a comerse a los franjirrojos, haciéndose fuerte en campo rival, forzando pérdidas con una férrea presión y generando huecos para entrar en el área. Así llegó el primer aviso, en un balón interior a Jorge Molina, que recibió escorado pero solo ante Dimitrievski, y solo el arrojo a tumba abierta de Abdoulaye Ba impidió un disparo que olía a gol. Un día más, Ba es de lo mejor de la defensa rayista. Saquen ustedes sus conclusiones.
Avanzaba el reloj. El Rayo no solo sufría atrás, sino que tampoco era el equipo que le gustaría ser adelante. Las posesiones duraban muy poco, apenas llegaba el cuero a la medular, y ante la imposibilidad de hacerlo llegar al área de forma elaborada, los mediocampistas optaban por homenajear al rugby: patada a seguir a ver si la caza De Tomás y suena la flauta. Pero eso muy pocas veces puede tener éxito, y menos si al equipo rival lo entrena Pepe Bordalás. El Getafe no estaba jugando de forma vistosa, solo faltaría, pero el oficio de un bloque que funciona como un reloj era suficiente para verse superior. Así las cosas, en el minuto 28 acabaría llegando lo que todos aventuraban, como no, con polémica.
Atacaba el Getafe por su flanco derecho. Fue el balón hacia Foulquier, quien lo pasó en profundidad al área grande. Recibió Jaime Mata, que había olido sangre, se desplazó con el control al pico de la pequeña y ahí fusiló el arco visitante. Delirio azulón en la grada, al menos hasta que vieron que Alberola Rojas, el manchego que arbitraba en el campo, se llevaba la mano a la oreja. El murciano Sánchez Martínez, el árbitro en el cuartucho del VAR (y para un sevidor, de los mejores colegiados del país), veía algo que le mosqueaba en el inicio de la jugada. Tras 2 minutos de reloj con el Rayo dispuesto a sacar de centro, se acabó yendo Alberola a ver la jugada al monitor a pie de campo. Allí pudo ver que había fuera de juego posicional de Foulquier en el inicio de la acción. Tras verlo con sus propios ojos, el trencilla consideró que la acción era legal y dio por bueno el tanto. Es legítimo que el rayista se queje de los criterios que se aplican el VAR, pero más allá de eso, el gol hacía justicia a lo que se veía en el campo.
El cuarto de hora que quedaba de primera parte, más los 2 minutos que se añadieron por la revisión del tanto local, fue más de lo mismo. El Rayo, afectado por una losa psicológica, no conseguía armar ni la más simple jugada, mientras el Getafe hacía lo que quería, llegando incluso a meter el balón en la red Jorge Molina tras una filtración de Mata que le dejó solo para definir ante Dimitrievski, pero el asistente levantó el banderín, y casi al instante, el VAR confirmó el acierto al señalar fuera de juego. El único disparo visitante en la primera mitad lo hizo Imbula en el 44, bastante lejos del área, como pensando que antes de perderla era mejor mandarla a la grada. La derrota parcial al descanso era más que merecida para un Rayo que apenas había hecho acto de presencia en el Coliseum Alfonso Pérez.
Saltaron los mismos 22 jugadores a iniciar la segunda parte, y esta en su comienzo mantuvo el guión de la primera. Tratando de cambiar la cara a su equipo, antes del 10 del complemento, Míchel retiró a un Embarba que ni estaba ni se le esperaba para meter a Álvaro García. No parecía llegar ese impulso en ataque que buscaba la permuta. Y cuando nadie hacía presagiar que habría grito en la grada, apareció el único que parecía tener fe en que la Franja pudiera prevalecer en Getafe. Recibió Raúl de Tomás en la media luna del área, y allí armó el disparo, el único entre palos de los visitantes en todo el encuentro, y sorprendiendo a propios y extraños, David Soria incluido, se coló y acabó el balón por besar la red. Locura franjirroja por el tanto de su 9, tan bonito como inesperado. Rondaba la hora de juego, y Vallecas pensaba que se podía.
Antes de sacar de centro el Getafe, Míchel hizo un cambio que se antojaba necesario incluso antes de empezar el encuentro. Un Imbula más perdido que la mayoría de balones que pasaron por sus pies dejó su sitio a Mario Suárez, que tan buena actuación hiciera ante el Atleti, pero que no parecía suficiente para salir en el once la siguiente semana. Se revolucionó el Rayo con el gol del empate, achuchando el área local como no lo había hecho en los 60 minutos anteriores, llevado en volandas por una hinchada que animaba aun más si cabía, pues veía que la remontada era posible.
10 minutos duró la euforia, lo que tardó el Getafe en dar el mazazo definitivo al más puro estilo Bordalás, en una contra. Empezó la acción llevándose la pelota Portillo entre 3 camisetas franjirrojas que sorteó como conos para buscar el pase a la espalda para la cabalgada de Jaime Mata. Corrió completamente solo el 7 local, encarando el mano a mano con Dimitrievski, y cuando todo hacía indicar el doblete de Mata, este decidió regalarle el tanto a Jorge Molina, quien llegó para apoyar su carrera y no tuvo sino que empujarla a una portería completamente vacía. Ponía por delante a los suyos el capitán del Getafe, ídolo de un Coliseum que pedía su internacionalidad. Mazazo para un Rayo que veía como de nuevo, cuando mejor estaba, le volvían a hundir la pelota en sus mallas.
Y de nuevo, el oficio que marca la diferencia. Peleó el Rayo consigo mismo para tratar de sacar algo positivo, mientras el Getafe siguió a lo suyo, apretando, achuchando y siendo una piña. Míchel quitó a un central, Velázquez, y metió a un medio, Pozo, en su último cambio, segundos antes de que Bordalás introdujera a Olivera por Portillo en su único cambio puramente táctico, pues los otros dos, ya en el tramo final, fue para que el Coliseum ovacionase a los goleadores Jorge Molina y Jaime Mata, que dejaron su sitio a Cristóforo y Ángel respectivamente.
La Franja quería pero no podía. Llegaba a las inmediaciones del área, lanzaba centros laterales, pero no había manera casi ni de acabar la jugada con disparo. Esclarecedor era que Trejo, que hacía tiempo que no jugaba los 90 minutos, fuese de los que más presionaban, aunque también de los que más balones perdían, siguiendo un poco la dinámica del «Chocota» en este curso, acentuada porque no le quedaba fuelle. Del otro lado, el Getafe estaba más que cómodo en el papel de aguantar el resultado. No generaron peligro los locales en los últimos minutos, ni falta que les hizo, como tampoco necesitaron tirar demasiado de ese «otro fútbol» del que se dice en los mentideros que los de Bordalás son expertos.
Se anunciaron 4 minutos de descuento que fueron pura comparsa, donde el Rayo solo sacó una amarilla a Mario Suárez en una acción en la que el mediocentro recién fichado se llevó la peor parte, teniendo que recibir 3 puntos en la espinilla. Encima de cornudos, apaleados. El suplicio acabó con el pitido final. Festejaron los locales una victoria que les coloca en puestos Champions ante un Rayo que regaló el primer tiempo y se inmoló cuando pensaba que aun podría arreglarse la mañana. La Franja en Getafe no tuvo oficio, y aunque estuvo cerca, tampoco sacó beneficio. Al menos uno de los dos hay que recuperarlo urgentemente si queremos permanecer en Primera.
Informó Jorge Morales García. Imagen de Alberto Leva.