El Rayo vence al Fuenlabrada (2-0) en un encuentro lento y casi soporífero que cambió por las decisiones de ambos entrenadores.
No se cansa el fútbol de enseñarnos cosas. Anoche, en Vallekas, nos enseñó que ganar puede ser aburrido. No tanto el hecho de la victoria, sino el desarrollo de la batalla. Sin embargo, uno, que es muy de los Monty Python, no se cansa de buscar el lado bueno de las cosas: las siestas de esta temporada pueden ser antológicas.
La jornada intersemanal obligaba a los entrenadores a efectuar modificaciones sobre sus onces tipo. Así, Iraola introdujo un doble pivote inédito formado por Mario Suárez y Trejo, que ofreció un clínic de centrocampismo, sobre el que se apoyaba, más adelantado, Pozo. En la línea de ataque, además, Ulloa había sido de la partida en lugar de Qasmi. Sin embargo, el guion era el mismo que jornadas atrás.
Mucho mediocampismo, alguna incursión liviana en el vecindario colindante -un taconazo de Kanté a las manos de Dimitrievski, un disparo de Franchu desviado- y una pizca de intensidad que, al menos, hacía la contienda entretenida. Ibán Salvador, que perfectamente podría jugar al fútbol encapuchado y con arma, se erigía como el jefe de filas azulón. El centrocampista obsequiaba a sus rivales con entradas feas, como el pisotón a Álvaro que le costó la amarilla, teatrillos varios y protestas continuas al árbitro. Sobre él fue la falta que parecía desataría las hostilidades: Advíncula e Isi le hicieron un sándwich con el atenuante de que el conjunto de José Ramón Sandoval no había tirado el balón fuera cuando Ulloa estaba dolido sobre el césped por un golpe de uno de los suyos que propició un mal apoyo.
En esas andaba el partido cuando, de pronto, la entropía se tornó evidente orden. Saveljich, que no es precisamente el central más efectivo que haya vestido la franjirroja, cometió un penalti tan absurdo como evidente que mandaba el empate a juicio. Pero, menos mal, Dimitrievski, al que el VAR no pudo si bien admirar la estirada esta vez, detuvo el lanzamiento del propio Ibán Salvador. El descanso pudo llegar con un 0-1 que habría cambiado el devenir del marcador, pero el guardameta sostuvo a su equipo sobre la línea y evitó el contratiempo.
La segunda mitad comenzó con varios centros tímidos al área del conjunto vallecano. Si en el intermedio, las ocasiones de peligro locales se contaban con un cero tan redondo como el balón, que trataba de sobrevivir a la paliza que le propinaban ambos equipos, no parecía que su destino fuese a cambiar. Se intuía a un Rayo algo desesperado, incapaz de plantear amenazas a un Fuenlabrada que jugó a lo que juega el Fuenlabrada: a nada. La sólida línea de cinco que planteaba el conjunto fuenlabreño era más que suficiente para desactivar al Rayo. Los entrenadores, entretanto, observaban impasibles desde la banda: Sandoval, Iraola; Iraola, Sandoval… El hambre. Las ganas de comer.
Hasta que el míster visitante padeció uno de esos incomprensibles ataques de entrenador capaces de lo mejor y de lo peor. Justo cuando parecía que el Rayo no sería capaz ni en mil vidas de derribar su muralla, Sandoval decidió quitar un ladrillo y dejar libre un acceso al enemigo. Lo aprovechó Iraola, que puso sobre el verde a Andrés Martín y Antoñín para pasar del ataque fijo de Ulloa a la movilidad de estos dos puntales. Y solo hicieron falta unos minutos para demostrar que tenía razón: había modificado el signo del partido desde el banquillo.
Un centro golosina de Álvaro García -tal vez el mejor balón que haya puesto al área como franjirrojo- fue cabeceado con brillantez y efectividad por Andrés Martín. Nada pudo hacer Rosic. En la siguiente jugada, la inercia estuvo a punto de llevar al propio Andrés a doblar la ventaja con un disparo seco que se fue a la derecha del palo. El Fuenlabrada intentó la igualada con un único remate de cabeza de Pulido que consiguió repeler el arquero macedonio del Rayo.
La parada de Dimitrievski abrió paso al segundo tanto rayista. Advíncula se anticipó y robó el saque del portero en la medular, cedió el esférico a la carrera de Andrés Martín a la espalda de la defensa y este puso un balón raso medido al segundo palo para que Antoñín Cortés hiciese evidente que instinto tiene y mucho. En dos breves apariciones, el delantero ha anotado ya dos tantos para los de Iraola. Su celebración, una mano al cuello, servía como metáfora: acababa de matar el partido. Pudo anotar un doblete, unos minutos después, pero Rosic repelió como pudo su durísimo libre directo.
El Rayo de Iraola no brilló, el Fuenlabrada de Sandoval tampoco. Y ganó el pistolero que desenfundó con más acierto. O, quizás, el que mejor supo leer y reconocer las carestías de su oponente. A veces, aunque resulte aburrido, el fútbol también consiste en eso. En saber buscar el lado bueno de las cosas.
Jesús Villaverde Sánchez
Imagen: Twitter oficial del Rayo Vallecano.