Entramos en la recta final del campeonato y el Rayo apura sus últimas opciones de salvación.
«El Rayo está en segunda». Con esta contundencia y seguridad se puede afirmar un hecho que, de no darse, nos entregará mayores beneficios que el simple factor de tener razón sobre algo, repito, evidente. Sentando el análisis sobre esta verdad, se establece un entorno casi idílico, fuera de toda crispación, en el que todo amante de la franja pueda recordar qué es el Rayo Vallecano.
En esta región del sudeste de la periferia madrileña vuelan millones, tantos que, por abundantes, han conseguido evitar que la luz solar atraviese sus endemoniadas hebras tintadas. Por imposible que parezca, un par de ocasiones de gol en el Wanda Metropolitano y algún fichaje millonario – obtenido a través de los ingresos por las huidas de otros futbolistas – han conseguido eliminar de la memoria rayista todo rastro del origen de este club.
Nadie que no haya sufrido un descenso, nadie que no haya levantado su bufanda sin poder articular palabras, nadie que no sienta su escudo como lo hacen (como lo hacemos) los rayistas, podrá siquiera acercarse al vacío que esto supone. Los vallecanos, por nuestra parte, lo sabemos, y es precisamente por ello por lo que, con el llanto en el corazón, nos postramos firmes en nuestros descendidos asientos para alentar nuestra camiseta, para acompañar a aquellos que comprenden y comparten nuestro dolor.
La franja volverá mañana a volar por los campos de España, con el único objetivo de representar a un barrio. ¿Le importa la última posición? ¿Ser la peor visitante? ¿Haber sumado una victoria en doce partidos? ¿Saber que ha encajado cincuenta y ocho goles? ¿No poder contar con su máximo goleador?… Quizá, pero ella es mucho más que un sueldo anual de cuarenta millones.
A las 19:30, en el verde del Sánchez Pizjuán, recorrerá unos metros más que, según lo previsto, la acercarán a su irremediable fin. Sin embargo, miles de fieles superaremos, como cada jornada, nuestra inacabable rutina, pero lo haremos felices, expectantes, ansiosos, porque nuestro Rayo, ese que está en Segunda, volverá a jugar.
Parafraseando a la serie del momento: «Lo que está muerto no puede morir». Resulta tan acertada como curiosa, no obstante, esta afirmación, pues genera cierta ambigüedad a la hora de definir, en un mundo no idealizado, lo que vive estando muerto.
Sería lógico pensar que el Rayo Vallecano lo está pues, al fin y al cabo, una hipotética salvación rayista superaría incluso lo milagroso. En cambio, me resisto a constatar esta cita como definitoria de la situación actual del club franjirrojo por diversos motivos, aunque uno prima por encima del resto.
Es posible y, de hecho, mucho más que posible, que la franja tenga ya una plaza asegurada en el infierno, pero el fuego de ese sentimiento estará allí más vivo que nunca.
Aunque algunos no entiendan lo que esto significa, Vallecas no entiende de divisiones. Aunque el mundo así no lo quiera, ningún viento disipará esta tormenta. Aunque todo parezca perdido, mañana juega el Rayo.