El Rayo consigue en San Mamés una fantástica victoria in extremis ante el Athletic Club (1-2) gracias al segundo tanto de Radamel Falcao como franjirrojo.
Se marchó el Rayo de San Mamés con el trabajo hecho ante los de Marcelino. ¡Y qué bien hecho! Los de Iraola se plantaron en la Catedral como un nuevo estudiante que no acepta novatadas. El técnico franjirrojo modificó su alineación lo suficiente como para dar descanso a algunos de sus puntales sin perder la apariencia que mostró la jornada anterior ante el Getafe. El vasquito Unai López reemplazaba a Trejo y tomaba las riendas de la medular en el lugar donde fue hijo pródigo, mientras que Maras y Sergi Guardiola hacían lo propio con Saveljich y Bebé. Si algo quedaba claro es que el conjunto vallecano tiene alternativas por doquier.
Tal vez debido a esa frescura que le permiten las múltiples variantes, el conjunto visitante comenzó el encuentro buscando el ahogo del rival mediante una presión alta y con líneas bastante adelantadas. Y el mapeado que llevó a cabo el ejército iraolés dio pronto sus primeros frutos gracias al empuje de un Sergi Guardiola que mostró una gran versión durante todos los minutos que permaneció sobre el pasto. El mallorquín le robó la cartera a Mikel Vesga a la manera en que Arsène Lupin roba el collar de diamantes de María Antonieta sin perder la más elegante de sus sonrisas. Su pase en profundidad no podía haber tenido una mejor continuación que la sutilidad con la que Álvaro García, remate de puntillita mediante, lo alojó en las mallas por encima de Unai Simón y con la complicidad de un poste que besó el esférico. Cinco minutos, golazo y un Rayo que se veía por delante en un escenario inmejorable.
El gol no aminoró la ambición del Rayo. A la manera de los ejércitos escandinavos, cuanto más alcanza, más quiere. La intensidad de Catena para acudir a la presión y cortar el avance guipuzcoano le situó con una amarilla en los primeros diez minutos, una cruz que parecía demasiado pesada para todo el encuentro y que, sin embargo, el central madrileño cargó con sobriedad e inteligencia hasta el pitido final. Dominaba el Rayo la pelota, los espacios e incluso el ritmo de partido ante un San Mamés que comenzaba a pitar a los suyos, impotentes ante la inmensidad de un Rayo que era poco más pequeño que el celeste de su tercera equipación.
Pero no todo iba a ser camino de rosas. A Bilbao siempre se va a pelear y a luchar cada balón. Y si le dejas la oportunidad, aunque sea a balón parado, sufres las consecuencias. Las pagó el Rayo en el primer balón que se acercó a los dominios de Dimitrievski. El juego directo y el coraje rojiblanco habían conseguido empequeñecer el enorme partido de su rival y lo empezaba a encerrar, poco a poco, en su portal. Hasta que Muniain botó una falta venenosa al centro del área y, cuando Isi tenía la posición ganada, Pathé Ciss pecó de enérgico y metió la cabeza para introducir el reglamentario en su arco. Empate y vuelta a empezar tras media hora en la que los de Iraola habían manejado a su antojo el duelo. Al borde del descanso, el errático Nico Williams desperdició, de manera clamorosa, un gran pase de Raúl García, que lo situó frente a frente con el gol tras un error de bulto de Catena. Rozó el poste su remate y respiró el guardameta franjirrojo y su número 5, anoche jefe de la retaguardia vallecana en una plaza complicada.
Nada cambió tras la tregua. El Rayo buscaba el dominio del balón y, por momentos, recordaba algunas de sus versiones más vistosas de las últimas décadas. El despliegue físico de hombres como Balliu, Álvaro García o Santi Comesaña era un espectáculo. Y más allá, un pequeño líder, el vasquito, comandaba a las huestes con carisma y como antiguo peón que conoce el campo de batalla como la palma de su mano. Nuevo clínic de Unai López, que nos recordó alguna de sus grandes noches como franjirrojo en el mejor de los escenarios. Álvaro García intentó zanjar otro robo de la medular rayista con un disparo fuerte, pero Unai Simón lo detuvo en dos tiempos.
Poco después, el ínclito Iker Muniain coqueteó con la expulsión de la misma forma que, años atrás, lo hacía con la legalidad junto a alguno de sus amigos de dudoso gusto y respetabilidad. Lo perdonó el colegiado y el VAR, en el que estaba Mateu, el permisivo, y la eterna promesa jugó de regalo varios minutos. En las áreas, los guardametas asistían a la insoportable levedad del intercambio de golpes. Pathé Ciss disparó, muy desviado, mientras que Asier Villalibre culminó una jugada de estrategia con un disparo flojo a las manos de Dimitrievski.
Justo antes, Iraola demostró que, pese a jugar con blancas, Marcelino no le iba a ganar la partida de ajedrez. Anoche no. Consciente, quizás, de la acumulación de minutos y la pesadez de piernas de su centro del campo, Iraola retiró a Pathé Ciss y Sergi Guardiola para dar entrada a Óscar Valentín y a Nteka. Músculo y control de la situación. La entrada del jefecito le dio solidez al Rayo en la contención en el preciso instante en el que Marcelino intentó agitar el partido con la entrada de Iñaki Williams. El técnico local buscaba las transiciones rápidas para dañar la apariencia férrea de la tela de araña que creaba el Rayo con sus mediocentros defensivos. Pero Iraola ya había anticipado el movimiento. Un desconocido ajedrecista estaba desnudando la supuesta brillantez del loado Marcelino. Como hacía Beth Harmon en Gambito de dama. Un aprendiz futbolístico de Kaspárov iba a enmudecer el que antaño fue y sigue siendo su hogar. Mientras tanto, el míster asturiano no dejaba de cargar las armas con atacantes y más atacantes sobre el verde: Vencedor, Morcillo, Berenguer o el citado Williams.
En ese momento, el Rayo se jugó la carta definitiva. El partido se estaba alocando y, en la jungla, el depredador es el rey. La entrada de Radamel Falcao dejó el tiempo necesario para que San Mamés reconociese a uno de los suyos y brindase una sonora ovación a Unai López en su retirada. Bonito gesto que precedió al truco final. Junto al colombiano, entró también su socio en el crimen, el portugués Bebé. Y aunque apenas entraron en contacto con el balón, lo hicieron cuando fue necesario. El hijo de la anarquía, con el 10 de los jugones a la espalda, se revolvió y sacó un par de disparos como advertencia amistosa. “No vais a salir vivos de esta pelea”, parecía avisar. Por su parte, el ariete internacional por Colombia se bastó de un solo contacto con el balón para provocar la falta de la que surgiría la victoria y cargar con amarilla a un inocente Íñigo Martínez. Pero antes de eso, cabe recordar, el Athletic Club tuvo los tres puntos en su mano merced a un cabezazo que, bajo palos y sin oposición, aunque en ligero escorzo, Jon Morcillo no consiguió impulsar a gol.
El depredador tenía hambre y, tras provocar la falta y hablar con Bebé, se colocó en la frontal del área para iniciar el desmarque. El balón de Bebé no era dulce, en absoluto; mitad disparo, mitad centro-chut. Pero las pesadillas nunca mueren y el Tigre tenía hambre de portería. Radamel Falcao conectó el testarazo como pudo y batió de manera inapelable a un Unai Simón que nada pudo hacer. El colombiano volvió a ser el Pennywise de los rojiblancos, el domador de leones, para arrebatarle dos puntos a su rival y guardarlos junto al que ya atesoraba el Rayo en su mochila. Justo premio a un partidazo franjirrojo, tanto en control defensivo como en apuesta ofensiva. Lo circunstancial apunta a que el Rayo dormirá, aunque sea solo una noche, en puestos de Champions League. El análisis, más allá, advierte la posibilidad de una temporada memorable. Por lo pronto, los de Iraola suman diez de los últimos doce puntos con diez goles a favor y solo dos en contra y con la sensación, impagable, de volver a casa con aquello que algunos optaron por llamar “el trabajo hecho”.
Texto de Jesús Villaverde. Imagen: Twitter oficial Rayo Vallecano.