Recordamos una historia sobre el Cádiz, el Elche y Dragoljub Milošević en la previa de la vuelta de semifinales de Copa del Rey que enfrentará a Betis y Rayo en Sevilla.
El 24 de mayo de 1981, Elche y Cádiz se jugaban el ascenso a cara de perro en el Nuevo Estadio del Elche C.F. (sic). Un duelo directísimo en la última jornada en el que los andaluces, en cuarta plaza, llegaban con la obligación única de ganar al conjunto ilicitano, que en la previa de aquella jornada era el líder de la categoría de plata y al que le servía el empate para lograr su objetivo. En la zona alta de la tabla aparecían también con opciones de ascenso otros conjuntos como el Rayo (3º), el Castellón (2º), el Racing de Santander (5º) y hasta el Sabadell (6º), todos ellos comprimidos entre los 42 puntos que tenía el sexto clasificado y los 45 que presentaba el primero.
Durante toda la semana se habló del infierno de Elche. Al Cádiz le esperaba un entorno hostil, una ciudad engalanada hasta la última terraza para celebrar el ascenso y una grada volcada con su equipo que metería toda la presión posible y que haría de los noventa minutos (y la previa) un auténtico abismo ambiental para la plantilla cadista. Un lleno hasta el gallinero y encima de los focos; casi 60000 almas alentando a su ejército. El ánimo entre la plantilla gaditana y la hinchada era de cierto pesimismo; cuenta la leyenda que, incluso, el guardameta Recio fue excluido de la convocatoria, cuando ya se encontraba en el autobús, tras leer el cuerpo técnico unas declaraciones en las que aseguraba que pensaba que no lo iban a conseguir porque el Elche se jugaba más que ellos. Consciente del estado de ánimo y del contexto, y seguramente recordando ambientes mucho más hostiles de su paso como portero, primero, y centrocampista, después, por equipos como Estrella Roja, Sloboda Uzice, Radnicki Nis o Olimpia Ljubljana, el entrenador yugoslavo Dragoljub Milošević ideó un plan para motivar a sus jugadores y restar negatividad.
El entrenador, haciendo un uso envidiable de la psicología, ofreció una breve arenga, algo aséptica, para la que dejó las puertas del vestuario abiertas. Su único propósito, dicen, era que sus jugadores percibiesen el ensordecedor tronar de las gradas ilicitanas y se empaparan del fervor y la euforia de la hinchada rival a minutos de comenzar el encuentro decisivo. Tras esta breve y estéril charla en el vestuario visitante, Milošević salió con sus jugadores al césped de Elche y, una vez allí, reunió a su plantilla en el círculo central. El técnico agarró el balón, lo abrazó, lo amasó con sus manos mientras miraba a sus hombres a la cara. Tras lanzar una mirada en derredor hacia los anillos de la grada, lo colocó con delicadeza sobre la moqueta y comenzó, ahora sí, a hablarles, casi gritarles, con exaltación: “Mirad, el balón no se mueve. Por mucho que griten en las tribunas, ellos, ahí arriba, jamás podrán mover el balón”.
Pareció surtir efecto, pues el Cádiz salió a comerse el césped y desplegó un fútbol rápido y vertiginoso que el Elche no era capaz de contener. Un cabezazo de Zúñiga los adelantó y, tras el empate franjiverde, Pepe Mejías –que casi una década después defendería la franjirroja– puso al Cádiz en Primera División contra todo pronóstico y en un entorno hostil y profundamente entregado a su equipo. Efectivamente, las tribunas no movieron el balón.
Además de a todo un equipazo como el Betis, el Rayo se enfrentará en el Benito Villamarín a un ambiente vehemente, apasionado y ciertamente eufórico. 60000 almas enarbolando una bandera verdiblanca similar a la que enarbolaban las masas en Elche aquel 24 de mayo de 1981. Una turba exaltada y fanática para con los suyos. Sin embargo, la multitud no mueve el esférico ni anota goles. Nunca lo hizo, por mucho que los relatos nos hayan tratado de vender la idea contraria. Los pupilos de Iraola han de quitarse los complejos y jugar con la tranquilidad de que la obligación de ganar está en el tejado de su rival. Iraola tendrá que imitar al gran Milošević y bajar el balón al suelo. Convencer a los suyos de que el balón siempre estará en sus pies y los del rival, nunca en las gargantas que atronarán desde las tribunas. Si lo consigue, jugando al fútbol, todo puede pasar. Porque, efectivamente, el balón se mueve abajo, en el pasto, y sobre el verde, a un partido, quién puede certificar que algún equipo sea invencible.