A partir de las 20:00 arrancará, en el Municipal de Anduva, el duelo de dieciseisavos de final de la Copa del Rey que enfrenta al CD Mirandés y el Rayo Vallecano.
La hinchada del Rayo no tiene parangón en nuestro fútbol. Son muchos los grupos de animación que tratan de acercarse a la magnitud de nuestro fondo, pero ninguno ―y os aseguro que conozco buena parte de los estadios españoles― logra crear un ambiente ni tan siquiera similar al de Vallecas.
Buena parte de ese mérito reside en la comunión que existe entre los tres graderíos de nuestro templo, pues A las armas, A Vallecas hay que venir o La vida pirata no serían lo que son de no ser por el eco de los laterales. La propia singularidad de los cánticos hace que el repertorio musical del rayismo y el sentimiento que este desprende sean únicos en el país. En este barrio, las arengas son mucho más que arengas.
Echando la vista atrás, sonrío al imaginar a los guardianes de este sentimiento mirando al suelo durante un paseo cualquiera, escuchando a un niño que apenas les llegaba a la cintura entonar el Era un día cualquiera. Los imagino sonrientes, seguramente identificados conmigo, reviviendo su niñez con la misma ilusión con la que lo hago yo, catorce años después, viendo caminar por esas mismas calles orgullosas franjirrojas de talla XXS.
Mi cántico favorito es aquel que canta a un equipo condenado a ser grande por su pequeñez, aquel que pregona a los cuatro vientos que por muchas decepciones sufridas, que por muchas lágrimas derramadas, la Franja es sagrada. Pese a ello, hay otro bien distinto que se viste de gala para taladrar mi mente en las citas de Copa del Rey. Hoy, como tantas otras veces, no puedo sacarme de la cabeza el «Yo soñaba que jugabas en Primera, hasta que un día cualquiera ese sueño se cumplió…».
Me pongo en la piel de quienes veían la opción de jugar en la máxima categoría como algo remoto, imposible, inalcanzable… Como algo similar a ganar un título. Hay veces en las que los sueños se cumplen, y aquella tarde de 1977, el equipo de barrio que años atrás militaba en la Liga Obrera de Madrid se convertía, por primera vez en su historia, en un club de Primera División.
En 2018, en Butarque, se sustituyó el final de ese sueño: «[…] ahora sueño que eliminamos al Lega, y que a la final llegamos, y que el Rayo es campeón». Desde entonces, esa idea cobró aún más fuerza que nunca. Hacer un papel importante en la Copa siempre ha sido mi asignatura pendiente, el clavo que me queda por sacar desde mi bautizo franjirrojo. En el panorama futbolístico, nunca he sufrido tanto como con aquella eliminación en Mallorca, y pocas veces he estado tan feliz como cuando Catena marcó aquel penalti contra el Betis. Catorce años de «se puede», de «esta es la nuestra», de «¿por qué no?».
Hoy el Rayo visita Anduva, el lugar donde Pablo Infante emocionó a toda España e Iraola estampó su firma en el futuro de nuestro fútbol. Miranda de Ebro, un clásico de la Copa para el duelo de dieciseisavos de final. Un escenario inmejorable para que, de nuevo, Vallecas cante por un Rayo campeón.