Nice to Michu

01/08/2017
Nice to Michu

El mundo del fútbol pierde a un jugador querido y respetado allí por donde ha pasado. Desde aquí nuestro humilde homenaje.

Puede parecer cosa de poco, pero uno puede ser feliz en tan solo 15 segundos. Lo fuimos en el cuarto anfiteatro del Santiago Bernabéu un 24 de septiembre de 2016. Y lo fuimos gracias al gol de un futbolista del que, entonces, aún desconocíamos su potencial. Un gol que fabricaron dos de los héroes del regreso del Rayo a Primera. Tamudo y Michu, Michu y Tamudo. Casi seis años después, sigue siendo el gol más rápido encajado por el Real Madrid en su feudo. Todavía hoy, amigos madridistas me hablan asombrados de cómo tronó la grada visitante aquella tarde de sábado, con las más de dos mil gargantas que habían bajado sin parar de cantar desde Plaza Castilla hasta Chamartín.

Todavía hoy me acuerdo, perfectamente, de esa tensión previa al gol. De la sensación de incredulidad previa al grito y la euforia que supuso, después de casi ocho años sin pisar tierra noble, llegar, marcar y soñar con poder derrotar al millonario que todo lo compra con dinero. Al final, uno recuerda los detalles. La subida al anfiteatro, la impresión de ver el estadio vacío, el aliento de la hinchada desde el calentamiento. Y el abrazo; por supuesto el abrazo. La mirada repentina entre padre y hermanos, milésimas de segundo después de que el balón sobrepasase la línea de cal, como preguntándonos si de verdad aquello era cierto. Y el abrazo, la alegría incontenible.

Probablemente él no lo sabía aún, pero aquel gol de Michu era mucho más que un tanto. Era un exorcismo. Con el suave toque con el que empujó la bola a la red, el mediapunta estaba expulsando fantasmas. Aquellos demonios que toda una hinchada venía padeciendo desde hacía casi una década. Los descensos, la Segunda B, las lágrimas agridulces de los ascensos frustrados; el mismo infierno. A la diana del asturiano le siguieron 95 minutos de los más bellos que uno ha vivido en una grada. Por todo lo que implicaba ese regreso, pese a la goleada madridista (6-2) con la que culminó el choque. Por la camaradería, por la familia, por vivir el retorno de nuestro escudo a la élite y poner en jaque al propio dueño de la misma y por la emoción que se vivió en la goleada que, eso sí, endosó la afición visitante al apagado patio de butacas de la Castellana. Y sí, porque durante 37 minutos el Rayo venció en el coliseo blanco, aunque finalmente solo salió victorioso.

Aquel año terminó siendo de contrastes. Lo que parecía que iba a ser una temporada sencilla terminó convirtiéndose en agónica con el tamudazo final, en el que también recordaremos cómo Michu gritó de alivio después de que Raúl Tamudo remachase un balón suyo que se había ido al larguero. Otra vez el grito. Otra vez la felicidad. De nuevo un exorcismo. Otra vez escasos quince segundos. Los posteriores al gol de la tranquilidad, esos que quien esto firma reconoce no recordar del todo. Nunca una cerveza supo mejor que aquella noche en los alrededores del Campo de fútbol de Vallecas.

«Probablemente él no lo sabía aún, pero aquel gol de Michu era mucho más que un tanto. Era un exorcismo»

Han pasado ya seis años y Michu deja ahora el fútbol. Las consecuencias de su lesión en el tobillo derecho le obligan a forzar su retirada con solo 31 años. Una muestra más de que este deporte no suele ser justo con aquellos que más le honran. La hinchada de Vallecas siempre esperó volver a verlo con la franja. Ahora sabemos que ya será imposible, pero siempre quedará el recuerdo de un jugador al que solo le hicieron falta unos meses para ganarse el corazón de los rayistas. Bien lo saben en su Oviedo y en Vigo. O en Swansea, Nápoles y Langreo. Tan bien como lo sabemos en el Valle, donde su valentía, coraje y nobleza son ya ejemplo de entrega, profesionalidad y respeto. Palabras que definen a la persona, Miguel Pérez Cuesta, y a un futbolista único y muy especial. Gracias y nice to Michu.

Jesús Villaverde Sánchez