El hombre que siempre estuvo allí

05/11/2018
El hombre que siempre estuvo allí

La noche del sábado 3 de noviembre se recordará en Vallekas como aquella en la que Isi, utillero del equipo durante treinta años, dijo adiós a su Rayo tras anunciar su retirada.

Por Jesús Villaverde Sánchez. Fotografía: Iván Díaz.

Treinta años. Los que tengo yo. Toda una vida ha pertenecido Isidoro Prieto González al Rayo Vallecano. Son tantos años que se podría decir que, en su caso, se ha invertido la pertenencia y es el Rayo el que le pertenece a él y no al revés. Se marcha como siempre estuvo: igual que el humo del cigarro, que apenas gana en presencia, pero se torna en indispensable para el fumador. No existe ápice de duda: Isi es el Rayo. El único cuyo beso al escudo no es pantomima. Quien esto firma no ha visto ni una sola temporada sin que su bigote, su barba y su dedicación infinita estuvieran ahí.

A Isi lo recuerdo en un ascenso contra el Mallorca, celebrando el primer gol de Guilherme en el banquillo, con un pitillo encendido entre los dedos, y el decisivo de Onésimo en la piña de los jugadores, como uno más, como el integrante de la plantilla que siempre ha sido. El más especial, el más genuino, el más querido. También se me viene a la memoria en la piña del Francisco de la Hera, tras un gol de penalti de Charly Llorens, en otro de los ascensos de su Rayo, que es el nuestro. A Isi lo vimos en miles de batallas. Sufriendo, comiéndose las uñas, como cualquiera de nosotros; con la cabeza gacha o aliviado con el pitido final, inhalando el cigarro con mejor o peor sabor de la temporada. Porque seguro que a Isi, el Rayo, entre otras cosas, le sabe a humo.

Con él se va el último vestigio de lo que un día fue la Agrupación Deportiva Rayo Vallecano. El último mohicano del fútbol de barro. Cuando él llegó, las botas que portaba en su maletón todavía eran negras y los jugadores todavía no eran muestrarios de una tienda de Tattoo & Piercing ni modelos de Gucci. El Estadio de Vallekas, probablemente, ya luciría similar a como lo hace ahora. Con vallas, eso sí, porque aunque ya nos suena muy lejano, y dentro de poco habrá rayistas que no lo recuerden, alguna vez el Campo de fútbol de Vallekas fue una jaula. Y allí estaba él, abriéndole el paso del primer equipo a tipos tan importantes como Míchel, Cota o Alcázar, que pasearían la franja por la vieja Europa de su mano y con orgullo. En aquellos años en los que los equipos salían al césped de Vallekas por distintos túneles de vestuarios y las pitadas al contrario ya anunciaban un entorno hostil que duraría los noventa minutos. Aquellos años en los que nuestro futbolín era la caldera que ya no es hoy, ni por asomo, por mucho que nos empeñemos en vivir del pasado.

Nunca imaginé un Rayo sin Isi. Era algo que nadie concebía. Cada inicio de temporada, ahí estaba en la foto oficial, con sus jugadores. Sin franja en la camiseta, porque la portaba, la porta y la portará siempre tatuada en el corazón. A partir de este sábado, Isi ya no volverá a sentarse en el banquillo, pero lo hará en su localidad, como un abonado más, de los que saltan al campo con cada ascenso y permanencia y de los que lloran el descenso como la primera pérdida. El fútbol moderno nos ha ganado otra batalla, aunque nos duela reconocerlo. Nadie es inmortal, pero tú serás eterno. Un pedacito del barrio. La I mayúscula que siempre le faltará a nuestro escudo. El hombre que siempre estuvo allí. Gracias por todo y hasta siempre, camarada.