Martes…

02/10/2019
Martes…

El Rayo empata contra el Alcorcón (1-1) gracias a un penalti cometido por Martín. Los de Jémez vuelven a perder puntos en el último minuto.

Hay teorías que aseguran que el martes es el peor día de la semana. Es un efecto psicológico: ya ha pasado la euforia de lo que hemos hecho durante el pasado fin de semana y, si miramos hacia delante, el siguiente sábado nos parece que queda todavía demasiado lejos en el horizonte. Nada bueno puede ocurrirte un martes.

Si eres (d)el Rayo, mucho menos. Pero el calendario de la Liga no atiende a estas razones y el equipo de Vallecas se tenía que enfrentar al Alcorcón en el dichoso día fatídico.

Tras hacer el bufón en Fuenlabrada, esta vez tocaba hacerlo en casa contra otro equipo de la Comunidad. Pocos sabían (sabíamos) que el guion iba a repetirse con los mismos protagonistas. Da la sensación de que el conjunto franjirrojo vive atrapado en un loop infinito en el que disputa una y otra vez el mismo partido durante temporadas.

Hace mucho tiempo que el Rayo de Jémez no parece tener muy claro a qué quiere jugar. A veces ataca, otras se repliega y otras sestea por el mediocampo con ese tiki-taka insulso que antaño encumbró a otros entrenadores a los que el entrenador de Las Palmas de Gran Canaria, seguro, querría parecerse aunque fuese solo un poquito.

De la misma forma que empezó el encuentro, vago y nuboso, continuó durante los casi cien minutos que se extendió en el tiempo. Pronto llegaría la primera jugada peligrosa del Rayo. Mario Suárez abrió el juego con muchísimo criterio a la banda derecha, desde donde Advíncula conectó un centro al núcleo del área. En el rebote, el propio Suárez disparó a las manos de Dani Jiménez, que pareció extremadamente inseguro durante todo el duelo. En la otra orilla, la primera ocasión llegó como siempre: una pérdida de posición de Saveljich, que entregó el balón al rival, propició un trallazo de Rui Costa que obligó a Dimitrievski a despejar de puños.

La parada del macedonio fue el prólogo del tanto rayista. Una salida de falta en corto, un toque ligero de Embarba y la jugada que siempre busca Bebé. El portugués conectó un duro disparo que se alojó en las mallas alfareras con violencia. Y ahí se terminó lo poco que ocurrió en la primera mitad. A partir del gol rayista, un carrusel de interrupciones, faltas absurdas y tarjetas amarillas per tutti sin demasiado criterio por parte del colegiado.

Los segundos cuarenta y muchos minutos dieron algo más de sí. No era demasiado difícil, la verdad. Pero fue más por emoción (o algo así) que por fútbol. El balompié se retorcía por el césped de Vallecas con dos equipos incapaces de articular ninguna jugada medianamente vistosa. Era tan aburrido lo que se veía sobre el verde que  cuando se llegó al ecuador de la segunda parte daba la sensación de que ya se llevaban jugando varias horas. Solo Embarba parecía no patalear la pelota como si esta le debiese algo. El resto, arroz pegado.

El Alcorcón amagó en la primera jugada tras la reanudación con un tiro raso desde la esquina del área grande que Dimitrievski atajó sin demasiados problemas. Quizá fue la primera vez que pisó el área de castigo vallecana. El aviso pareció despertar algo a los locales, que en la siguiente jugada estuvieron a punto de volver a marcar, aunque el centro desde el flanco derecho fue despejado a córner cuando Ulloa ya se preparaba para remacharlo. El que sí remató fue el siguiente, aunque el VAR, después de cuatro larguísimos minutos, lo desestimó y no subió al marcador. Ulloa había empujado una tijereta de Embarba al segundo palo tras un magnífico recorte y centro de Bebé. La excesiva pausa -vergonzoso que esto pase semana tras semana en una liga que quiere ser profesional- terminó de apuñalar el poco ritmo que había en el partido y el fútbol se marchó a dormir. Empezaba a ser tarde.

Desde entonces, la propuesta futbolística del Rayo se limitó a perder tiempo y controlar los espacios. Del todo incomprensible resulta, pues, la sustitución en la que Paco Jeméz tiró a la basura tres puntos y dio una lección de pésima gestión de plantilla. Cuando el partido necesitaba más control, el míster retiró del campo a Mario Suárez, el jugador que estaba aportando balance y equilibrio, y en el mismo movimiento, de forma totalmente egocéntrica e innecesaria volvió a poner a Martín Pascual en el disparadero. Decía en rueda de prensa que se había propuesto hacer del canterano un gran futbolista, pero tal vez habría que indicarle que no tiene por qué hacerlo en cinco partidos ni lanzarlo a los leones sin necesidad.

No era consciente, pero en ese movimiento de piezas se habían perdido los tres puntos. El Alcorcón dio sus primeros síntomas de vida a partir de esos minutos: un remate a la cruceta a la salida de una falta lateral y un remate al lateral de la red en un córner. Se había ido Mario Suárez y la línea medular era una grieta insondable que aorovechaban los alfareros para plantarse en tres cuartos con suma facilidad. El señalado Martín ocupó el mediocentro y, aunque al principio salió nervioso y se le vio dubitativo e incluso con miedo en algún duelo, el joven central estaba cuajando buenos minutos. Pero, ay, amigos, era martes. Y nada bueno puede pasar en el peor día de la semana.

Una jugada aparentemente inocua, un balón bombeado que Saveljich despeja mal, al cielo para que vuelva a caer al área, y un Martín que nuevamente no se mide y salta con el codo para despejar el balón. Nueva consulta al VAR, otra vez varios minutos de espera, y penalti que Stoichkov tuvo la sangre fría de anotar a lo Panenka para júbilo de los aficionados visitantes, que veían como su equipo se llevaba un punto sin haber pasado del centro del campo más que en un par de ocasiones. Lo de tantas otras jornadas. Se repite tantas veces el guion que al Rayo se le empieza a poner cara de episodio de La que se avecina. Una serie que, como el partido, seguramente se pensaría y se emitiría en martes. Funesto día…