El Rayo logra su tercera victoria consecutiva (4-2) ante un pobre Celta en el regreso de Fran Beltrán a Vallecas. Los de Míchel se hacen fuertes en casa con su tercer triunfo consecutivo.
Por Jesús Villaverde Sánchez.
Muchos habían marcado el fin de semana en el calendario, más por lo extrafranjirrojo que por lo deportivo: volvía Fran Beltrán a Vallecas y buena parte de la afición rayista, que había jurado venganza y despecho al ex, priorizaba el hostil recibimiento por encima del trascendental partido que iba a disputar su equipo. Allá cada cual con sus prioridades, claro. Sobre el césped estaba meridianamente claro: para ambas escuadras, la prioridad era ganar. Como fuese. Unos porque tras una primera vuelta de sombras, por fin podían ver la luz en la última canción del primer baile; los otros porque, tras perder en casa contra el Athletic, empezaban a sentir el vértigo del que no quiere asomarse al precipicio, pero…
Consciente de que el cambio de sistema ha espoleado a sus guerreros, Míchel dispuso nuevamente el 5-4-1 de carrileros abiertos y largos que tanto rédito le está dando en este invierno. La única novedad era el regreso de Imbula en detrimento de un Medrán al que su acierto y el buen partido en Pucela no le garantizaron otra titularidad. En el Celta, dos ex se intercambiaban las que, a priori, parecen sus posiciones naturales. Tener a Fran Beltrán y a Jozabed en tu plantilla y salir a jugar con el primero en zona de mediapunta y con el segundo como mediocentro defensivo debería ser penalizado con un gol en contra de inicio. Como desnudar a la reina y proteger a los peones está, normalmente, castigado con el jaque. No es así, evidentemente, aunque Raúl de Tomás se encargó de que los de Miguel Cardoso apenas vieran el marcador con cero a cero un par de minutos. Un misil tierra-aire que, pese a la violencia de la ejecución, se alojó en la red besando con ternura y suavidad la cepa del palo que defendía Rubén.
En la siguiente jugada pudo el ariete cuasi-dominicano empezar a sentenciar el partido, pese a la prontitud del cronómetro. Cabral desbarató la internada de Álex Moreno desde el flanco izquierdo y su posterior centro letal cuando Raúl de Tomás se relamía para depositar el envío en el buzón. Quizás fuese la única buena acción defensiva que realizase la retaguardia celtiña en su nula comparecencia. Uno podría pensar que no vería una defensa más volátil que la del Rayo de jornadas pasadas hasta que observa la del equipo vigués. El partido estaba loco, deshuesado, anárquico y con un ritmo frenético. Tanto es así que, en apenas dieciocho minutos, el Rayo se había puesto por delante y el Celta había volteado la ventaja. No había centro del campo en la noche de Vallecas: los equipos se golpeaban, encajaban, se buscaban… Y en dos fogonazos, los celestes noquearon momentáneamente a los franjirrojos. Primero lo hizo Néstor Araujo, que recogió un rebote entre la frontal y el área pequeña y, a la primera, lo dinamitó al pie cambiado de Dimitrievski. Anestesia. Dos minutos después, Brais Méndez le metió bisturí a los de Míchel. Su disparo se fue directo al brazo de Abdoulaye Ba, que estaba abierto, fuera de lugar, como tentando a ese balón de que impactase donde no debía hacerlo. No falló Maxi Gómez en el disparo, duro, a media altura, e incluso se puede decir que acertó (otra vez, como en Valladolid la semana anterior) el macedonio salvador del Rayo, pero el lanzamiento fuerte pasó la barrera y terminó en las mallas de la portería con grada.
El golpe no hizo que el Rayo bajase la mirada al suelo. Todo lo contrario: estaba jugando uno de sus mejores partidos en ataque y tenía que volver a mirar portería. Lo hicieron Adrián Embarba, que protestó un posible penalti y expulsión que el árbitro no quiso mirar en el VAR; Imbula, con un disparo lejano que hizo estirarse a Rubén Blanco; y el propio Raúl de Tomás, que desaprovechó un servicio exquisito de Advíncula al intentar sentar al portero cuando la jugada pedía remachar a gol y al que el dichoso fútbol moderno le anuló otro gol (y ya van cinco) por mediación del VAR.
El Rayo se sentía cómodo, pese a la derrota, y la banda de Míchel entraba a su antojo por el flanco derecho con un Advíncula que, corriendo al espacio y a la espalda de un flojísimo Juncá, se hacía gigante y se convertía en un asistente de lujo. Pronto lo iba a corroborar, con polémica de VAR mediante, Raúl de Tomás. El atacante rayista, ahora sí, remataba de primeras el caramelo del carrilero peruano y, aunque el colegiado parecía como loco por quitar validez al gol, la sala de videoarbitraje no tuvo más remedio que subirlo al tanteo. Justo antes del pitido que delimitaba la frontera del descanso, Trejo pudo poner por delante a su equipo, pero, incomprensiblemente, estrelló el balón contra el pecho del guardameta cuando Vallecas se disponía a agitar sus bufandas.
La reanudación hizo cambiar por completo al partido. De una primera parte alocada y en la que los centros del campo habían sido meros espectadores de lo que ocurría en las bandas y las áreas, el partido mutó en un artefacto de control y orden. Y en esa batalla parecía estar empezando a ganar el equipo visitante. Lo intentó Trejo, aunque se topó de nuevo con Rubén Blanco, y respondió, ya en el minuto 65, el conjunto vigués, que rozó el tercero en la salida de un balón parado. Sin embargo, el partido había bajado las revoluciones y ahora se jugaba al centrocampismo. Allí se hacía algo más grande la escuadra gallega, que manejaba el ritmo y dominaba algo más la territorialidad y el balón con posesiones cada vez más largas. Así las cosas, tras un aviso de Maxi Gómez, cuya falta golpeó la parte superior del larguero de Dimitrievski, Míchel agitó el encuentro. Cuando más controlado tenían los de Cardoso el juego, el entrenador vallecano introdujo entropía. Desorden, verticalidad, velocidad. Álvaro García y Bebé. Te prometo anarquía, pareció decirle a su entrenador el luso, que subió las pulsaciones del partido en sus dos primeras acciones para ver, en la tercera, como Raúl de Tomás, asesino silencioso, ponía en ventaja a su equipo con un tremendo zurdazo de volea. Su tercer gol, el hat-trick, el disparo de gracia. Violento, árido, tarantiniano; cargando la pierna, a la media vuelta, antes de que el enemigo tuviese tiempo de posar la mano en la cartuchera. Ingobernable. Como un western de los Coen.
Ya en el descuento, el propio Bebé aprovechaba un pase en profundidad de Velázquez, nuevamente sobresaliente en su liderazgo de la retaguardia franjirroja, para finiquitar el marcador y regalar la locura absoluta justo antes de dos minutos de calma, sosiego y tranquilidad –bienes preciados, por escasos– a la hinchada vallecana. Sonó, de nuevo, «La Vida Pirata». Victoria para terminar la primera vuelta y empezar el 2019. Vallecas ha hecho sonar los cuernos de guerra. Respira el Rayo, sonríe Míchel, coge vuelo un barrio entero. El Rayo ha despertado del coma. Y sí, promete anarquía.