No se entendería este Rayo Vallecano sin la madre de todos los rayistas, Doña Prudencia Priego. Gracias por semejante legado
Cuando llego, la puerta está abierta. Entro en la casa y la actividad es frenética entre un grupo de adolescentes, casi niños. Nadie repara en mi presencia. Corrillos, carreras y aquellas caras llenas de ilusión…
Sigo avanzando y al fondo de la estancia, la veo, con su vestido negro, su mandil, su pelo blanco recogido mientras trajinaba con unos humildes palos que hacían las veces de porterías.
—¡Doña Prudencia!
—Dime, hijo.
—Solo quería darle las gracias por dar cobijo todo esto — pude balbucear a duras penas.
—Nada, nada, ya ves tú qué tontería. Además, así los chicos se olvidan por un rato del trabajo en la obra. Mira, solo pido que no me dejéis más enredos, que ya bastante tiene una con sacar adelante sola a sus hijos en estos tiempos que corren.
Pese al respeto que me merecía aquella mujer, no pude contener la emoción y me abalancé sobre ella
—Pero, hijo, ¿a qué viene este abrazo?
—Doña Prudencia, no se hace usted una idea de lo que significa todo esto que aquí comienza, de verdad, ni se lo imagina.
—Hijo mío, no sé de dónde sales, pero qué raro eres. Anda y déjate de monsergas, que los vallecanos primero arriman el hombro y luego hablan ¡ayuda a los muchachos!
El corazón se me sale del pecho y me tiemblan las piernas cuando abandono la casa. Me hubiera quedado encantado para formar parte de aquello, pero maldita sea, siempre llevo el Delorean en la reserva.
¡Feliz centenario, rayistas!
José Luis Colilla Ramírez
Socio 12.701 de la ADRV