El Rayo goleó al Huesca (3-0), líder intratable hasta el momento, en su mejor partido del curso. Los vallecanos enfrentan el tramo final con ilusión, buen juego y la maquinaria engrasada.
Vallekas había tocado a rebato. Llegaba el Huesca y se atisbaba uno de los encuentros más bonitos de la temporada en el barrio. Se vio desde la previa, en la que el equipo vallecano llegaba a las inmediaciones del estadio envuelto en un recibimiento cálido. Banderas, gritos, humo, estandartes. La voz de una barriada que vuelve a ilusionarse con su equipo.
Una ilusión que ha ido creciendo con el paso de las jornadas hasta culminar con la goleada a un líder que parecía poco menos que intratable. El partido del pasado sábado solo tuvo una lectura. La historia fue narrada en franjirrojo desde la primera frase hasta el punto final. Míchel sabía que la manera de ganar al Huesca era ser fiel a lo que venía haciendo el Rayo en las últimas comparecencias. Ese leitmotiv que ha convertido en su seña de identidad. Presión fuerte tras la pérdida con posesión y circulación de balón en ataque para desarmar al contrincante. Y así lo hizo efectivo desde el pitido inicial.
El conjunto vallecano salió bravo al césped. El Huesca, parapetado con tres centrales y dos carrileros, no era capaz de mover el balón con fluidez ante la insistente presión de los locales. Los jugadores rayistas perseguían el balón como aquel camión lo hacía con Dennis Weaver en El diablo sobre ruedas, esa película que Steven Spielberg realizó en 1971. La intensa presión sobre el balón cerraba los espacios y propiciaba recuperaciones muy seguidas de los vallecanos, que sorprendieron a Rubi y a la escuadra oscense.
La sala de máquinas del Rayo engrasaba gracias a la pareja formada por Unai López y Fran Beltrán. El partido del jefecito es para ver una y otra vez. Para mostrárselo a los chavales que empiezan y enseñarles que el aspecto físico no es todo en el fútbol. El mediocentro dio una exhibición de carrera, presión, robo, distribución. Un despliegue portentoso adornado con una salida de balón exquisita. A su lado, Unai López, el vasquito, un mediocentro de control, otro de esos pequeños que hacen danzar a todo un equipo. Suyo fue el balón que terminó en el primer gol de Velázquez. Y suyo fue, también, el pase en profundidad que acabó con la internada de Álex Moreno y el segundo gol de Embarba. El jugador cedido por el Athletic de Bilbao es un diamante para pulir. Del corte de Iniesta en lo referente al dominio de los espacios y los desmarques de sus compañeros.
Si al centrocampismo de los mediocentros le unimos el resto de variables, el conjunto que sale asusta. La pausa de Comesaña, que vendría a ser esa corchea que silencia un momento la partitura para ponerla a funcionar un compás después, y la calidad de Trejo (¡qué sombrero hizo en la segunda mitad!) son el complemento perfecto a las subidas por banda de Álex Moreno, que completó su mejor partido de la temporada, y a Adrián Embarba, dueño y señor del flanco derecho y una pesadilla para Jair y Ferreiro durante los 90 minutos. El extremo está completando una temporada digna de alabanza.
Y como no podía ser de otra forma, Raúl de Tomás acudió fiel a su cita con el gol. Su tercer gol, tras recoger un tiro de Baiano (mejor que en jornadas previas), fue el golpe definitivo. El gancho con el que cerró el combate. Su celebración boxística, un símbolo de lo que significa este Rayo. Calidad y lucha unidos en una sola camiseta. Algo que ha conseguido Míchel y que también se puede condensar en el inmenso sacrificio de la retaguardia. Dorado y Velázquez volvían a jugar juntos después de mucho tiempo. El cordobés, en su primer encuentro tras la renovación automática, volvió a ofrecer su experiencia y regularidad en la línea defensiva. Mientras, el uruguayo, además de abrir el marcador, ofreció una cátedra de juego al corte y coberturas. Viendo su partido, parece complicado explicarse su alargada suplencia. Pero fue él mismo quien lo hizo en zona mixta: “La explicación es Antonio Amaya, que ha jugado a un gran nivel todas estas jornadas”. Así las cosas, el trabajo defensivo, que empezó en Raúl de Tomás y terminó en Alberto, anuló a un Huesca que solo disparó una vez entre los tres palos del guardameta franjirrojo. Todo un hito que también merece la pena ser elogiado.
Para completar el análisis, cabe destacar que Míchel volvió a acertar en los cambios y la lectura del encuentro y el marcador. Tras el tiempo de descanso, con el 3-0 en el electrónico, la escuadra vallecana ofreció el balón al Huesca y demostró que, esta vez sí, iba a saber guardar la ropa. Para ese trabajo de contención, el técnico dio entrada a un Gorka Elustondo que realizó su cometido de forma correcta y ofreció una salida más para iniciar los contragolpes. Míchel daría entrada a dos de sus puñales, el portugués Bebé y el argentino Armenteros, que (re)debutó con la cariñosa ovación de su hinchada. La idea era clara: intentar correr en los flancos para seguir haciendo daño al Huesca en los contraataques. No volvió a moverse el marcador en la segunda mitad. Pero sí quedó claro que el Rayo está en su mejor momento. El encuentro ante el Huesca se convirtió en una reivindicación inesperada por lo abultado, aunque muy merecida en lo referente al juego y los esfuerzos. Con el Huesca sobre la lona, la Franja acumuló su séptimo partido consecutivo sin ser derrotado. Este Rayo vuela como mariposa, pero pica como una abeja.